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Deuda al 90% del PIB y rescate del FMI muestran que bitcoin no resuelve crisis estatales.
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Éxito de las ciudadelas prueba que BTC brilla en comunidades, no en tesoros nacionales.
El Salvador quiso ser el faro del futuro con bitcoin (BTC) como moneda de curso legal, pero 3 años después de aquel despegue frenético, el faro se apaga, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) sostiene la linterna que guía sus pasos. A la nave, que llevaría al país centroamericano a la luna, se le acabó el combustible y se estrelló contra una montaña de deuda.
La revolución que Bukele presentó, en 2021, desafiando a los sistemas fíat tradicionales, ahora se tambalea y no parece tan heroica. Con una deuda que equivale al 90% de su PIB y un rescate del FMI de 1.400 millones de dólares como tabla de salvación, el experimento salvadoreño se transforma. El gobierno insiste en que su estrategia con bitcoin no ha muerto, pero su reciente capitulación ante las condiciones del FMI—renunciando a los pagos de impuestos en BTC y a las compras estatales de la moneda digital—pinta un cuadro sombrío.
Lo que parecía una apuesta visionaria se ha reducido a una lección cruda: Bitcoin no es la varita mágica que los estados en crisis esperan. Mientras Estados Unidos debate su propia «reserva estratégica de criptomonedas», el caso de El Salvador ofrece advertencias que no podemos ignorar.
Es cierto que El Salvador no tropieza por su estrategia con bitcoin, sino por décadas de mala gestión fiscal y corrupción endémica que, en la actualidad, le deja prácticamente con las manos atadas. Su deuda, en dólares, y su economía dolarizada exponen una verdad incómoda: bitcoin puede ser un generador de riqueza a largo plazo, pero no tapa agujeros de liquidez inmediatos.
La adopción de BTC como moneda legal pretendía atraer inversión y reducir la dependencia de los sistemas financieros globales con sus bonos volcán, pero el país no tenía la estabilidad para sostener esa visión. Las arcas vacías, los años de despilfarro y una economía incapaz de absorber shocks externos convierten la apuesta en bitcoin en un castillo de naipes frente a un huracán.
El FMI toma el mando: cuando los acreedores dictan las reglas
Y ahora, cuando el FMI interviene con un rescate condicionado a desmantelar pilares clave de la política basada en Bitcoin, como los pagos tributarios en BTC y la limitación de las compras de la moneda digital, demuestra que las naciones endeudadas no negocian desde una posición de fuerza, sino que, más bien, los acreedores internacionales, no los activos digitales como bitcoin, siguen dictando las reglas. Entonces, no, bitcoin no es para los estados.
Bitcoin, con su promesa de descentralización y soberanía financiera, choca de frente con la realidad de un mundo en el que los estados en crisis no pueden escapar de las cadenas del sistema financiero tradicional. Su ADN libertario, diseñado para empoderar a individuos y comunidades, se diluye cuando los gobiernos intentan moldearlo a las necesidades de una maquinaria fiscal centralizada.
Donde El Salvador sí encuentra destellos de luz es en las pequeñas comunidades o proyectos de ciudadelas como Bitcoin Beach, Bitcoin Berlín, Isla La Pirraya y otras que adopta a la invención de Satoshi Nakamoto, sin necesidad de una ley nacional o un decreto que le convierta en moneda de curso legal.
En esas economías circulares, bitcoin florece como una herramienta para el comercio local, las remesas y la autonomía financiera, libre de las trabas burocráticas que ahogan a los sistemas tradicionales, como lo apunta el equipo de Bitcoin Beach.
Pero escalar ese éxito que tienen las comunidades con bitcoin, al nivel de un estado-nación, resultó ser una quimera. Queda claro que bitcoin funciona mejor cuando es un instrumento de base, no cuando se le carga con las expectativas de rescatar tesorerías nacionales o de competir con el dólar en un país ya atado a él. Esta dicotomía revela la gran paradoja del experimento salvadoreño: lo que brilla en las manos del pueblo se opaca bajo el peso de un gobierno.
Trasladándolo a las lecciones que arroja el experimento con bitcoin en El Salvador, podemos decir que la salida, probablemente, no está en acumular bitcoin en bóvedas estatales, sino en dejarlo libre para que prospere donde nació: entre las personas. El Salvador mostró que las remesas más baratas y los pequeños negocios empoderados son el verdadero legado de su prueba con BTC, no las arcas públicas.
Para los Estados, el camino sensato es otro: regulaciones que fomenten la innovación privada, ETF de activos digitales, y claridad para los mercados, mientras los gobiernos se concentran en sanear sus propios desastres fiscales.
Bitcoin no es un salvavidas para Estados fallidos ni una herramienta para tesoros nacionales; en realidad es un espejo que refleja sus fallas. El Salvador lo mira de cerca y observa su propio naufragio. Otros estados deberían aprender antes de saltar al mismo abismo.
Con múltiples criptomonedas en las reservas, sálvese quien pueda
Con el experimento de bitcoin transformándose en El Salvador, ahora queda comprender ¿qué sucede en una potencia mundial con una reserva basada en la moneda digital pionera? Aunque también está la propuesta de incluir altcoins como XRP, solana (SOL) o cardano (ADA) en una reserva estratégica—como ha sugerido Trump—lo cual puede convertirse en una receta para el desastre.
El Salvador, al menos, apuesta solo por bitcoin que es reconocido como un bien básico por sus fortalezas similares al oro. En contraste, las altcoins enfrentan verdaderos riesgos, con regulaciones impredecibles, caídas de liquidez y, en algunos casos, dependencia de estructuras centralizadas que contradicen la identidad descentralizada de Bitcoin. Un colapso en el precio de SOL, por ejemplo, o un golpe regulatorio a XRP podrían convertir una reserva multicriptomonedas en un lastre financiero.
Para Estados Unidos, una reserva de múltiples criptomonedas es absurda. El dólar sigue siendo el rey de las monedas de reserva globales, un privilegio que le otorga una hegemonía sin igual. ¿Por qué arriesgar esa ventaja diversificando hacia tokens especulativos? Diluir la confianza en el dólar por un experimento con activos digitales privados no solo es innecesario, sino que podría ser contraproducente en un mundo que aún gira en torno al billete verde.
Para Estados Unidos, la prioridad no debería ser acumular criptomonedas en una reserva estatal, sino fomentar un entorno en el que los ciudadanos y las empresas puedan innovar con ellas. Regulaciones claras y marcos robustos de custodia, serían pasos más inteligentes para un gobierno que dice querer innovar con activos digitales.
En fin, la idea de una reserva estratégica de criptomonedas en Estados Unidos huele a teatro político, pero si la administración de Trump insiste en seguir adelante, sin duda debería centrarse en bitcoin, dejando de lado las altcoins.
Luego, la administración de Trump debería anclar su estrategia con bitcoin a una disciplina fiscal que El Salvador no ha tenido. Aunque, también puede aprender de las lecciones del caso de El Salvador y dejar que bitcoin prospere como una herramienta para las personas, mientras su gobierno se dedica a reparar la economía que los mismos gobiernos han quebrado. Ya está claro que tienen mucho trabajo por delante con miles de millones de dólares convertidos en nada.
Las naciones que miran a bitcoin para integrarlo en sus reservas son como pirómanos buscando cubetas de agua tras incendiar su propia casa. La solución real no está en adoptarlo como medida mágica, sino en reconstruir las estructuras propensas al fuego que crearon. El Salvador parece estar viéndolo más claro con bitcoin, mientras Estados Unidos, con su foco hacia múltiples criptomonedas, podría estar creando los cerillos con los que sería capaz de desatar un infierno más feroz que el que ardió en Los Ángeles a principios del año.
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