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Los metaversos son solo una «moda blockchain» más, con fecha de caducidad.
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Las criptomonedas que no son bitcoin, en general, tienden a depreciarse con el paso del tiempo.
Desde que Mark Zuckerberg anunció el cambio de nombre de su empresa (de Facebook a Meta) para entrar en la etapa del metaverso, esta última palabra se expandió rápidamente por todo el mundillo de las criptomonedas.
Parece que nadie quiere quedarse afuera de «el metaverso» (sí, en singular, como si se tratara de un ciberespacio unitario). Galerías de arte, tiendas virtuales, casinos, mercados, embajadas y un largo etcétera se trasladan hacia ese espacio virtual. El metaverso, de forma repentina, se convirtió en la gran «revolución blockchain» de la que nadie quiere quedarse afuera.
Pero esto de los metaversos no es algo tan novedoso. Desde hace años que estos universos virtuales están en existencia. Allí, los humanos interactúan social y económicamente como avatares en un espacio que es considerado una representación de un mundo real o imaginario.
La introducción de las criptomonedas, los tokens y las cadenas de bloques, les han dado a los metaversos una economía propia y cierta descentralización. Y, el anuncio del desarrollo del metaverso de Meta les dio una exposición pública nunca vista.
«Metaverso» es una interesante palabra para alguien conocedor de la jerga argentina. En el país sudamericano, un verso es un engaño edulcorado y pseudopoético. «Meter el verso» es efectuar este engaño. Y, «estar meta verso» podría interpretarse como «mentir constantemente».
A continuación, 3 motivos por los que creo que la supuesta revolución del metaverso es solo eso, un verso:
1. Metaversos son solo una moda más
La llegada de una nueva moda al ecosistema de las criptomonedas no me sorprende y, a esta altura de la historia, tampoco me entusiasma demasiado. En los últimos años se ha visto un largo desfile de «revoluciones ‘cripto’» (entre comillas, muchas comillas).
Los bitcoin killers, por ejemplo, tuvieron sus años de apogeo para luego caer en el olvido. Estas altcoins se promocionaban como superiores a Bitcoin (BTC), con mayores ventajas (generalmente mayor velocidad o escalabilidad, aunque siempre en detrimento de la descentralización y seguridad). El período 2010 – 2015 vio nacer a varias de estas monedas.
Luego, desde 2017, el público deseoso de novedades y emociones fuertes pudo entretenerse con las ICO, siglas en inglés de «oferta inicial de moneda». A semejanza de las ofertas públicas iniciales (IPO, en inglés), que es la venta de acciones de una empresa antes de su cotización en bolsa, en las ICO se venden criptomonedas o tokens antes de que sean listadas en los exchanges.
Todo debía tener su criptomoneda o token, incluso las profesiones (como dentacoin, la moneda para odontólogos) o las ciudades (por ejemplo, New York Coin). La mayoría de las ICO no eran más que tokens de Ethereum con más promesas que novedad tecnológica.
El criptoinvierno que se inició en 2018 trajo un poco de tranquilidad al ecosistema de los activos digitales, pero no duraría mucho. Solo un par de años después, se desató una tríada de modas que exacerbaron a los consumidores de «cripto-revoluciones»: las finanzas descentralizadas (DeFi), los tokens no fungibles (NFT) y los juegos play-to-earn.
Y así es como llegamos a la moda actual, los metaversos. Luego de haber visto el lanzamiento de una decena de bitcoin killers por día; la preventa de cientos de ICO; las finanzas descentralizadas que acabarían con la necesidad de estar bancarizado; los NFT que revolucionarían los derechos de propiedad; y los juegos play-to-earn que cambiarían la forma de ganar dinero a nivel mundial… ¿por qué debería pensar que los metaversos son algo diferente y una verdadera revolución tecnológica?
Todas las modas nombradas anteriormente tuvieron su nacimiento, su apogeo y —la mayoría de ellas— su ocaso. Por ser las más recientes, solo las DeFi y la industria de los NFT aún se mantienen activas, aunque con un ímpetu decreciente y en progresivo proceso de purga y depuración guiado por el propio mercado.
Posiblemente los metaversos sean solo eso: una moda como tantas otras que los vendedores de humo aprovechan para quitarle su dinero a los compradores de ilusiones.
Y, como a tantas modas relacionadas con las criptomonedas, a los metaversos se los presenta de forma tal que el FOMO incremente su presencia en los incautos.
«La última revolución tecnológica se llama metaverso», titulaba el diario español El Mundo el pasado 5 de febrero. Allí describen lo que es un metaverso: «un entorno inmersivo en tres dimensiones que hará de punto de encuentro entre el mundo físico y el virtual para que los usuarios puedan interactuar mediante un avatar». O sea, un híbrido entre el Facebook, la street view de Google Map y el Doom que yo jugaba en mi PC en 1997 ¿de verdad eso es «la última revolución tecnológica»?
2. Metaversos: ¡qué pérdida de tiempo!
«En unos años vas a hacer las compras del súper en un metaverso», tuitea un tal Gabriel. No está solo. Con titulares como el mencionado anteriormente ¿cómo dudar de que esto será así?
También especialistas de diversos nichos adelantan que nadie escapará a la revolución «metaversera». Sergi Ramo, un consultor y formador en ventas que parece un tipo serio e inspira autoridad, escribe en un post de LinkedIn: «Muy pronto podremos asistir a eventos y reuniones de manera online con una especie de avatar». Añade este hombre: «se podrá personalizar, tendrá capacidad de moverse y de conectar ambos mundos».
Quizás sea que no tengo un espíritu gamer y, por lo tanto, el hecho de mover un avatar en un monitor de computadora no me provoca incremento de endorfinas. Lejos de ser revolucionario, a este futuro «metaverseado» que muchos imaginan o anhelan, lo veo improductivo, lleno de factores de distracción, procastinador e infantilizado.
No piensa así el consultor aquí citado. Él asegura: «se podrán hacer reuniones mucho más inmersivas y productivas, fusionando como nunca antes el mundo físico y el digital (Phygital). Esto permitirá una conexión con el cliente con la fuerza de la venta presencial y las ventajas de la venta digital, todo en uno y elevado a la potencia de los dos entornos juntos».
¿Será cuestión de gustos? Si tengo que hacer una compra on-line en el supermercado, prefiero un listado de productos ordenado alfabéticamente o por tipo, con una fotografía, y en el que se indique su disponibilidad o su falta. Moverme en un Carrefour virtual por los pasillos de las góndolas, con una representación de mi imagen, simplemente dilataría la experiencia de compra sin ninguna necesidad.
Y, si tengo que participar en una reunión laboral virtual, lo que deseo es que sea lo más breve y enfocada posible. Gastar tiempo de vida en configurar cómo se verá mi avatar para estar presentable delante de mis interlocutores, está lejos de mis intereses.
Para manejar un personaje virtual, prefiero jugar al Súper Mario. Dicho sea de paso, la única utilidad que puedo verle a los metaversos es el gaming. Allí sí, todo vale, no hay apuros, es un momento de relajo. Pero ¿revolucionario y aplicable a cualquier faceta de la vida? No. Puro verso.
3. Los metaversos son shitcoiners
Estos mundos virtuales tienen su propia economía y suelen tener sus propias monedas. Con la facilidad que hay para lanzar nuevos tokens en diversas cadenas de bloques, cada metaverso emitió el suyo. Los «metatokens» irrumpieron en el mercado.
Como CriptoNoticias reportó, los tokens de metaversos estuvieron entre los más buscados de 2021, junto con las memecoins (¿qué dirá Hal Finney el día que sea descongelado y vea todo lo que pasó después de su «Running Bitcoin»?).
¿Está mal que eso ocurra? ¡Claro que no! Enarbolo la bandera del libre mercado y defiendo el derecho de los metaverseros de lanzar la moneda que quieran y el de los inversionistas en comprar el token Radio Caca (no, no es un chiste) si así lo desean. Pero el futuro que avizoro para estos activos digitales en el largo plazo es una constante depreciación.
Con contadas excepciones, ese ha sido el destino de las altcoins y posiblemente así continúe siendo en el futuro. Incluso si una criptomoneda tiene incremento de precio en dinero fíat, si se lo mide contra una moneda fuerte, como es bitcoin, se observa su imparable devaluación.
A modo de ejemplo, en el siguiente gráfico se ve el caso de IOTA (MIOTA), la criptomoneda que en 2017 se perfilaba para ser la unidad de cuenta en el Internet de las cosas:
Es lógico que así ocurra. Como lo explica el economista Saifedean Ammous en su libro El Patrón Bitcoin (The Bitcoin Standard), «no hay nada original ni difícil en copiar el diseño de Bitcoin y producir una imitación un tanto diferente, algo que hasta la fecha ya han hecho miles de personas».
El bitcoiner y abogado argentino Camilo Jorajuría de León ha escrito —poco antes del surgimiento de la metaversomanía— un interesante artículo en el que muestra 4 pasos en lo que él denomina «ciclos de estafas de la industria cripto-blockchain». Obsérvense las similitudes con lo que está sucediendo con relación al metaverso:
En el primero de estos pasos los estafadores anuncian que realizaron una «invención o descubrimiento teórico» de una supuesta tecnología, producto, servicio o todo eso junto.
El paso 2, según explica Jorajuría de León, es que se pone a la venta la tecnología «a usuarios incautos. Esta se distribuye siempre a través de un token que utiliza criptografía». Añade: «la tecnología anunciada que pretende resolver el problema no necesariamente llega a producción, pero sí lo hace el token que siempre sirve para recaudar. En los casos que la tecnología llega a estar en producción, no resuelve el problema que pretendía resolver».
El paso 3, de acuerdo con el abogado es que «los estafadores venden los activos digitales que crearon» sin casi ningún gasto ni costo de producción. El precio, en ocasiones, se incrementa lo que les provee lucro a los desarrolladores y —según palabras del autor— «a los especuladores que entraron al Ponzi antes que el resto».
En el paso 4, se produce la caída. Así lo describe Jorajuría de León:
«Más adelante, transcurrido un tiempo, llega un momento en el que resulta inevitable que los usuarios evidencien que, en verdad, no hubo valor producido por el producto/tecnología/token. Llegado este punto y ante la ausencia de solución a problema alguno, se produce una caída en el precio del activo».
Camilo Jorajuría de León, abogado.
Adhiero al análisis del bitcoiner aquí citado. Con relación a los metaversos, todo indica que están en algún punto entre los pasos 2 y 3. Pueden pasar meses o incluso años hasta avanzar al siguiente paso. Pero la historia de las shitcoins nos muestra que, probablemente, nada podrá evitar la caída de los «metatokens».
La revolución es Bitcoin y no necesita metaversos
Dicho todo esto y habiendo dejada asentada mi postura sobre el verso que son los metaversos, permítaseme recordar que, a diferencia de estos productos marketineros con apariencia descentralizada, Bitcoin sí encabeza una verdadera revolución.
Y la revolución bitcoiner no necesita universos virtuales, porque es una revolución que se vive en las calles del mundo real.
Esta revolución la protagonizan quienes protegen en bitcoin sus ahorros de la devaluación del dinero fíat; quienes lo utilizan para donar dinero a alguna causa y eludir así barreras internacionales; quienes le envían remesas a su familiar en otro país sin sufrir el robo que son las comisiones de las empresas centralizadas; y quienes emplean la moneda de Satoshi Nakamoto para transaccionar por fuera del ojo casi omnipresente del Estado.
Así son las revoluciones que me interesan, con beneficios reales para gente real. Sin necesidad de avatares, sin necesidad de universos virtuales, y sin que nos metan el verso.
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