La relación entre criptousuarios, operadores de bolsa de valores y reguladores es extraña. Sobre todo, si pienso en cómo las decisiones de un grupo de personas, en principio ajenas al desarrollo y uso de criptomonedas, puede afectar el ánimo y las expectativas de quienes a diario participamos en el ecosistema.
No estoy en contra de que los distintos mercados se integren o coexistan para proporcionar a inversionistas la posibilidad de jugar al crecimiento de su economía personal, pero me causa mucho ruido ver cómo el criptomercado se deja arrastrar por el anuncio de la conformación de una plataforma centralizada como Bakkt, del Intercontinental Exchange (ICE). Los inversionistas de Wall Street y los bitcoiners tienen objetivos distintos, de esto no cabe duda.
¿Por qué es importante que las compañías de Wall Street establezcan plataformas para negociar ETF de Bitcoin, futuros, o para fungir como casas de cambio, si eso no afecta el desarrollo tecnológico de las principales criptomonedas?
En principio, podría decirse que la principal expectativa respecto a los mercados tradicionales, representados por compañías como ICE, Cboe o Goldman Sachs, por nombrar a algunas, se sostiene en la posibilidad de que una enorme cantidad de personas y empresas que están a las puertas del mercado de criptomonedas decida participar. Muchos inversionistas de Wall Street ven en las criptomonedas una posibilidad de diversificar su portafolio de negocios.
Esto quiere decir que la conformación de instrumentos financieros, como los ETF de Bitcoin o los futuros liquidados en bitcoin, sería la entrada de un flujo de dinero que hipotéticamente haría crecer el criptomercado, por el advenimiento de una demanda importante que parece haber estado esperando la posibilidad de negociar criptomonedas bajo normativas conocidas. Aunque las mismas decisiones de los reguladores también influyan en la psicología de mercado de los criptousuarios.
Pero esta intención de constituir una plataforma de criptomonedas para Wall Street, a partir de una campaña de desprestigio dirigida contra Bitcoin, no es más que un intento por inclinar las balanzas del mercado hacia los intereses de un conjunto de compañías como Starbucks o Microsoft, como si fuese un error el hecho de que el criptomercado no obedezca la moral de Wall Street, en el sentido de determinar cómo, dónde y entre quiénes se intercambia valor.
El objetivo de Bakkt es claro: proporcionar un sistema de custodia de criptomonedas, a través del almacenamiento de las claves privadas, y una cámara de compensación para que sus clientes cedan el control de sus fondos a cambio de las garantías que tradicionalmente ofrecen este tipo de compañías.
En el fondo, o en la superficie, Bakkt intentaría ser el canal de entrada de toda esa gente que no ha comenzado a negociar con bitcoins por la impredecible capacidad para proteger los fondos de los usuarios que ofrecen las casas de cambio. Pero también buscarían desplazar las funciones de esas casas de cambio de criptomonedas, con el pretexto de que van a tener firmado en unas semanas todo el papeleo de la Comisión de Valores y Bolsa (SEC) y la Comisión de Comercio en Futuros sobre Mercancías (CFTC).
Para muchos inversionistas, esto es casi una garantía de que el precio se incrementará, porque no creo que sea inexacto pensar que hay millones y millones de dólares a las puertas de estos mercados, solo esperando que un ente centralizado ofrezca las garantías autorealizadas que imponen las leyes que ellos han negociado por cincuenta años.
Pero no es necesario seguir el juego a Wall Street cada vez que aparece una diatriba que este sector de las finanzas esgrime contra los bitcoiners, que precisamente comparten la idea de que es necesario prescindir de las instituciones que durante años han sido ambiguas y poco transparentes respecto a su conducta y el modo en que influyen en la economía, la conformación de grandes empresas o la distribución del poder y del dinero.
Aunque pareciera que las instituciones financieras tradicionales han contribuido al desarrollo de los servicios, al impulsar algunos proyectos de compañías de telecomunicaciones o de informática como Google o Apple, por nombrar solo algunos, no parece necesario confiar toda la responsabilidad sobre cómo se distribuye el valor monetario a las regulaciones y los intereses de solo un sector que abiertamente declara que el ecosistema de las criptomonedas no ofrece soluciones para resolver los problemas.
No debería ser difícil separar las expectativas sobre el desarrollo de una economía distribuida, donde los usuarios tienen derecho a auditar y donde el sistema está imposibilitado para censurar las transacciones de los participantes, de las expectativas de un mercado especulativo, que describe aspiraciones legítimas de bienestar económico, pero que es egoísta y a veces cruel.
En todo caso, la esperanza opaca de que más dinero y más circulación de criptoactivos en las bolsas de valores del mundo va a enriquecer el criptomercado, no es una idea tan genial. Al contrario, me parece predecible que tanto el mercado bursátil como el criptomercado se dirigirán hacia horizontes distintos, aunque aunque se rocen o tengan influencia mutua.
La expectativa de que los bitcoiners van a usar plataformas como Bakkt para guardar sus claves privadas o para poder realizar operaciones más rápidas no parece probable. Lo que sí va a ocurrir es que las soluciones de segunda capa que se están diseñado para Bitcoin tendrán cada día más protagonismo, tanto que, del mismo modo que Bakkt parece estar copiando la idea del principio básico de Lightning Network, otras compañías privadas copiarán más y más ideas. Pero si sus intenciones siguen siendo poco claras, están destinadas a fracasar.
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