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Kiara busca su realizar su primera inversión
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GlobeCoin no es lo que parece...
Kiara se había graduado hacía un mes de la secundaria. Antes de que su familia se hiciera rica, hacía aproximadamente unos cuatro años, pensó que su destino tras ese hecho sería ir a la universidad a estudiar alguna carrera útil, como economía, quizás, lo que le permitiría “convertirse en alguien”. Sin embargo, ahora que eran fabulosamente ricos, después de que la idea de su padre sobre crear una red de vendedores de bienes raíces en línea diera sus frutos, él le había regalado 10.000 dólares y le había dicho: “puedes ir a la universidad, comprarte un auto, irte de fiesta, o invertir”.
Dado que su padre había invertido la herencia que le había dejado su abuelo en su ahora exitoso negocio, Kiara había optado por seguir la última vía. Sin embargo, a un mes de su graduación, aún no se decidía en qué invertir exactamente. Había averiguado algunas cosas sobre la famosa bolsa de valores, pero sentía que entraría a un mundo más bien oscuro y descarnado, donde la inexperiencia podría costarle todo lo invertido. Diez mil dólares, por otro lado, también era muy poco para invertir en cosas como bienes raíces. Quizás podría empezar algún pequeño —muy pequeño— negocio de algo, como un restaurante, o intentar desarrollar algún producto totalmente novedoso… aunque no sabía cuál.
Y así permaneció, indecisa, hasta que su amigo Beto le dio la idea.
— ¡GlobeCoin! —le decía emocionado un día que se estaban tomando un café—. Inviértelos todos en GlobeCoin, Kiara.
— ¿Qué rayos es GlobeCoin…?
— Una oportunidad única de inversión —recitó Alberto con el índice alzado, seriamente, para luego reírse—. Bueno, es lo que dicen los promotores todo el tiempo. Ya sabes, un poco de publicidad no hace daño. Pero, en serio, a mí me ha resultado muy bien. Tanto que… —se inclinó de forma confidencial hacia ella— ¿recuerdas ese auto que quería? Pues ya casi lo compro.
— No juegues —se asombró ella, mirándolo incrédula— ¿Y por qué no me habías dicho nada?
— Bueno… la verdad es que quería sorprenderte con el auto —se encogió él de hombros—. Pero como veo que no sabes qué hacer con el regalo de tu papá…
— ¿Y de qué va esa cosa?
— Es una criptomoneda. ¿Has escuchado de bitcoin, no?
Kiara frunció el ceño.
—… ¿Estás seguro de que es legal?
Alberto chasqueó la lengua.
— Sí, mujer. O sea, bitcoin es sospechoso y lo usan los hackers porque es anónimo, pero GlobeCoin es otra cosa. Utiliza la misma tecnología nueva de bitcoin, pero la controlan unos administradores calificados, como en un banco. Tienen un centro de atención y están aprobados por la Agencia de Asuntos Financieros. Incluso les dieron un premio en Rusia y están acordando una alianza con Microsoft.
— Wow…
— Ajá —asintió entusiasmado Alberto.
— ¿Y qué es lo que hay que hacer? O sea, ¿cómo ganas? ¿Compras sus acciones, como en la Bolsa?
— Nop. En realidad, es muy fácil: tras la inversión inicial, buscas más gente que se una. Mientras más gente que tú hayas buscado invierta, más ganas tú.
Kiara se rió.
— ¡No juegues, Beto! ¡Eso suena a Plantflife!
— Hey. Es sólo una de las formas de ir ganando mientras lanzan la moneda. Porque lo que haces con la inversión inicial es comprar tu derecho a las clases de inversión y a cierta cantidad de monedas, que van aumentando de valor con el paso del tiempo y de inversionistas. Yo ya tengo 2000 tokens, por ejemplo, que compré cada uno muy, muy barato. Pero cuando sea el lanzamiento, el precio se va a disparar. Se calcula que cada token valdrá por lo menos unos 60 dólares. O sea que ganaré unas 4 o hasta 6 veces lo que invertí. Y eso sólo para empezar.
La muchacha le observó con escepticismo.
— Eso suena demasiado bueno para ser cierto, ¿no?
— Puede ser. Pero así pasó con bitcoin, ¿sabes? Muchos se hicieron ricos sólo porque compraron cuando valía muy poco. Y si eso pasó con una moneda que no está respaldada por ninguna ley o empresa… ahora imagina una que sí lo esté.
Ella se quedó silenciosa, mirando los últimos restos de espuma en su taza.
— Bueno, no es obligado. Puedes pensarlo y luego ves. Te voy a pasar la página y el tutorial.
Asintió.
*
Al final, acabó invirtiendo un poco y asistiendo a las reuniones. GlobeCoin probó atender muy bien a sus inversionistas, y cada quince días organizaba una nueva reunión, tanto de aprendizaje para los nuevos como de conocimiento más avanzado sobre las criptomonedas para los más experimentados.
Kiara mentiría si dijera que no se estaba emocionando. Ya había aprendido que la mayoría de las criptomonedas eran “descentralizadas” y anónimas, lo que las hacía susceptibles de ser usadas por criminales. GlobeCoin, en cambio, estaba respaldada por un equipo conocido de profesionales que estaban haciendo todo lo posible por cumplir con las leyes.
— Nuestro equipo no es anónimo ni se hace llamar “FluffyPony”, por ejemplo… —explicó una vez una de las moderadoras, causando las risas de la clase.
Y su inversión serviría para desarrollar la plataforma necesaria, con tecnología de punta, en la que se emitirían los tokens que ya le pertenecían.
GlobeCoin no sólo estaba pactando una alianza con Microsoft, también con cientos de comercios alrededor del mundo que la aceptarían como método de pago. Eso también aumentaría su valor…
Pero había algo que la estaba molestando. Últimamente, un muchacho, que venía siempre acompañado por un señor muy silencioso de mediana edad (su padre, tal vez), no dejaba de interrumpir las clases con muchas preguntas.
— ¿GlobeCoin se basará en la blockchain de Ethereum o tendrá su propia blockchain?
Ya les habían explicado que una “blockchain” o cadena de bloques era la plataforma que emitía la moneda. Por lo que sabía, Ethereum era una de esas blockchain no reguladas, así que, ¿por qué preguntaba aquello?
— Tendrá su propia blockchain, por supuesto —respondió la moderadora.
— Ajá, pero entonces GlobeCoin no es como una ICO ni siquiera, ¿no? Los tokens no existen en ninguna parte. No tienen contrato inteligente para existir después, tampoco.
Fue la primera vez que escuchó los términos ICO y contrato inteligente. Frunció el ceño, mirando a la moderadora, que parecía estar un poco confundida.
—… No, GlobeCoin no es una ICO. Pero los tokens sí existen, en estos momentos son respaldados por la empresa mientras se lanza la cadena de bloques…
— ¿Pero cómo es posible que existan sin la cadena de bloques?
— Bueno, eso es porque estos tokens no son como Ethereum o Bitcoin.
— Claro, no existen…
— Sí existen —ella sonrió—. Sólo que la empresa los mantiene en una plataforma privada antes de migrarlos a la blockchain nueva.
— Ah… —él no parecía muy convencido, sino todo lo contrario— ¿Y en la blockchain nueva todos podremos ver las transacciones, no?
La moderadora negó.
— Será una blockchain privada. Queremos proteger la privacidad de nuestros inversionistas.
— ¿O sea que será una blockchain totalmente controlada por ustedes?
— Así es. De esa forma será realmente legal y segura, a diferencia de las demás.
— Entiendo —el muchacho se sentó.
Pero las preguntas no se detuvieron en las siguientes reuniones. Desde qué establecimientos exactos estaban dispuestos a aceptar GlobeCoin hasta el… ¿algoritmo? con el que funcionaría la blockchain. ¿Para qué rayos alguien querría saber eso? Era cosa de los informáticos, ¿no? No de los inversionistas.
Al término de una de las clases en las que no le acompañó Beto, decidió acercársele para averiguar por qué era tan insistente con las preguntas. Él hablaba con el señor silencioso en susurros… o más bien parecía que estaban discutiendo.
Le dio algo de vergüenza interrumpir, pero la curiosidad le ganó.
— Disculpa…
Ellos se callaron de inmediato y voltearon a verla.
— Hola. Eres Iván, ¿verdad?
— Sí. ¿Y tú eres…?
— Soy Kiara —le tendió la mano y él se la estrechó brevemente—. Si no te importa… es que quería preguntarte algo.
El muchacho intercambió una mirada significativa con el señor.
— Te espero en el auto —esa fue la primera vez que lo escuchó hablar.
Cuando se alejó, le sonrió a Iván para tratar de romper el hielo.
— ¿Es tu papá?
— ¿Qué? No —soltó un resoplido de risa—. Es… un amigo. Bueno, ¿qué querías preguntarme?
— Es que siempre tienes algo que objetar sobre esto y… me preguntaba por qué. Es como si nada te convenciera, así que… ¿por qué sigues aquí?
Él alzó una ceja.
— No tienes que contestar si no quieres —se apresuró a agregar—. Sólo es curiosidad.
Él la miró reflexivo unos segundos antes de cabecear.
— Ya que eres la única que me lo ha preguntado… ¿tienes tiempo para un café?
*
Esa noche llegó a casa sintiéndose terriblemente decepcionada. Sus padres habían salido, así que tuvo espacio para subir a su habitación en silencio sin que nadie le preguntase por su mala cara.
“Hay un 95% de probabilidad de que GlobeCoin sea una estafa” le había dicho Iván en la tarde.
Por supuesto, su primera reacción había sido no creerle. Pero con todo lo que le había contado y todos los artículos no sólo de la Wikipedia, sino de páginas oficiales del gobierno, que le había enseñado, casi no tenía más remedio que confiar en su palabra.
Como Beto le había dicho hacía tiempo, muchos se hicieron millonarios con Bitcoin en su momento. Pero Bitcoin era algo nuevo. Si bien mezclaba tecnologías ya existentes, a nadie se le había ocurrido antes crear una moneda digital descentralizada, que no dependiera de los gobiernos. Y, sobre todo, nadie había esperado mucho de Bitcoin. Nadie había hecho promesas ni pedido inversiones iniciales para desarrollar nada: su éxito había sido una sorpresa.
Además, sus características no la hacían ilegal, ni tampoco anónima, por cierto. Cualquiera podía ver en tiempo real cada transacción de bitcoins hecha en toda la historia, con fechas y montos. Y aunque no cualquiera, sí era posible rastrear el origen y la identidad de alguien tras una transacción. En caso de movimientos sospechosos, las autoridades podrían llegar a hacerlo ayudándose incluso con la blockchain, que registraba cada movimiento.
De forma casi inadvertida, sin publicidad alguna, Bitcoin fue ganando más y más popularidad, siendo adoptado por comercios de todo el mundo. Algunas autoridades ya habían decidido regular su uso en ciertos países, poniendo impuestos o no, pero era más bien raro que lo prohibieran. Bitcoin era considerado un “producto”, mayormente, aunque se utilizaba como medio de pago.
El resto de las criptomonedas habían llegado después. Y la mayoría perseguían el ideal de la descentralización porque eso permitiría a los usuarios tener más control de sus propias finanzas, sin depender de bancos, gobiernos… o empresas.
Resopló con burla, tendida sobre su cama. En una criptomoneda descentralizada los administradores no podrían “hacer trampa”, no podrían ocultar las transacciones y, sobre todo, no solían pedir una inversión inicial, a menos que se tratara de una Oferta Inicial de Moneda, la famosa ICO. No. En realidad, quienes sabían utilizarlas, las usaban sin promesas de retornos exuberantes. Sabían que podían perder todo lo invertido, además, porque las criptomonedas eran muy volátiles, y los productos ofrecidos por las ICO no siempre llegaban a buen término… de hecho, en su mayoría, fracasaban.
Entre todas esas criptomonedas se habían ido colando, a través del tiempo, las que Iván había llamado “scamcoins”. Eran como criptomonedas falsas, donde solía pedirse una inversión inicial con la promesa de conseguir los tokens después, y entretanto solían dar recompensas por conseguir más inversionistas, construyendo una especie de esquema piramidal donde los nuevos acababan pagando los intereses de los más viejos.
En este tipo de scamcoins, que también solían ofrecer ICO, los administradores describían alianzas que nunca se habían realizado, documentos legales que no poseían y prometían la luna mientras “desarrollaban su plataforma”, cuando lo cierto era que estaban estafando a todos los incautos que caían en la labia.
GlobeCoin era, probablemente, la más famosa de las scamcoins, según decían los bitcoiners. Tenía tantas operaciones por el globo como advertencias de distintas autoridades a cuestas, pero, por alguna razón, siempre había incautos que seguían allí, dispuestos a comprar un token imaginario que no tenía valor alguno ni llegaría a tenerlo nunca. Sólo porque la oferta era demasiado tentadora, “una oportunidad única de inversión…” ¡Ja!
Era una suerte que no hubiera tirado en eso todo su dinero… frunció el ceño. Ahora que lo pensaba… si Iván estaba tan seguro de que era una scamcoin, ¿por qué rayos seguía yendo a las reuniones? ¿Sería blogger o algo así? Había olvidado por completo preguntarle tras la decepción…
Resopló de nuevo y decidió levantarse para buscar el sweater que le había tejido su madre, porque empezaba a hacer frío. Cuando no lo encontró en el armario, recordó que se lo había dejado en el estudio de su padre.
Llegó hasta allí, encendió la luz y, de hecho, lo vio en el sofá. Aunque de regreso miró de reojo, sobre el escritorio, algo que llamó su atención. Algo muy familiar.
Se acercó y notó con sorpresa que de una de las carpetas sobresalía una hoja con el logo de GlobeCoin. Palideció. Su padre no estaría pensando en invertir el patrimonio familiar en aquello, ¿verdad…?
Alargó la mano para tomar la hoja y ver de qué se trataba, pero justo en ese momento una voz la detuvo.
— ¡Kiarita!
Alzó la vista hacia la puerta, por donde su padre iba entrando. Pronto recibió el abrazo de saludo; envuelta en esa camisa verde que siempre le había parecido horrible pero que era la favorita de su padre.
— ¿Qué haces por aquí, hija? —se extrañó su padre—. Creí que mi humilde estudio era demasiado frío y aburrido para ti.
Sonrió.
— Me dejé el sweater —movió una manga.
— Oh…
— Papá, eso… —miró hacia el escritorio y luego hacia él— ¿Qué planeas con GlobeCoin?
Él la miró con sorpresa.
— ¿Conoces GlobeCoin, Kiara?
Ella hizo un mohín, indecisa. Había planeado hablarle al respecto una vez que hubiera resultado un éxito total, pero… eso no sería posible. Ahora, le daba vergüenza confesarle que había caído como un cordero. Aunque, si él también iba a caer, tenía que advertírselo.
— Pues… es una especie de criptomoneda, ¿no? Beto está invirtiendo y me lo comentó —decidió explicar—. Pero he oído que es una estafa. Así que ni pienses en invertir, ¿eh? —sonrió.
Su padre sonrió de vuelta.
— Bravo, esa es mi mujer de negocios, ¿hm? Y nada, es un folleto que me pasó un amigo. Tampoco me generaba confianza, pero parece que se está haciendo muy popular.
— Sí… muy popular…
— ¿Y tú? ¿Ya decidiste en qué vas a invertir? —la tomó de los hombros y comenzó a guiarla a la puerta— Mamá y yo trajimos pizza. Puedes contarnos durante la cena.
— Eh, aún no me decido…
— Pero alguna opción tendrás, ¿no?
— Tal vez alguna…
*
Por supuesto, le había advertido a Beto sobre lo que Iván le había dicho. Y le había pasado todos los links necesarios, decepcionándolo también. Decidió no ir más a las reuniones, a pesar de que tenía acceso con lo que ya había pagado. Eso de tratar de desenmascararlos se lo dejaba a Iván… porque seguramente era por eso que seguía asistiendo, ¿no?
Sin embargo, le quedó rondando en la cabeza esa interrogante. O quizás serían las ganas de ayudarlo un poco. Después de todo, si los desenmascaraban, quizás recuperaría su dinero. Así que volvió a ir a las reuniones.
Para su extrañeza, en las primeras no se topó con Iván, aunque fue la encargada esta vez de hacer todas las preguntas que los de GlobeCoin no podrían contestar, plantando la semilla de la duda, desde adentro, en los demás inversionistas. Se preguntó si Iván se habría dado por vencido o ahora los atacaba en la distancia, escribiendo y publicando en Internet. Lamentó no haberle preguntado si era blogger, así podría leerlo y compartir.
A la tercera reunión que asistió tras su particular decepción se llevó la sorpresa de su vida cuando no sólo Iván sino tres policías irrumpieron en la clase, instando a que todo el mundo se quedara quieto. Iván llevaba el uniforme también. Y volteó a ver sus ojos desorbitados cuando notó que lo estaba mirando.
Le sonrió.
— Vaya, pero si es la pequeña Kiara. Creí que te había convencido.
— ¿¡Eres policía!? —soltó de sopetón.
— Eh, sí, algo así. Él también. Es mi compañero —señaló al “señor silencioso” de las pasadas reuniones, que apenas cabeceó en su dirección.
Luego procedieron a indicarles a los civiles que esperasen allí, mientras se llevaban a una aterrada moderadora fuera.
— ¿Qué está pasando? —preguntó asustada ella misma.
— Conseguimos una orden de arresto —explicó Iván.
Pero en seguida los llamaron y sólo uno se quedó vigilando al grupo de inversionistas. Mientras él estaba muy distraído contestando preguntas y tratando de tranquilizarlos, ella aprovechó para escabullirse fuera.
¡Iván era policía! ¡Iban a arrestar a alguien…! Ok, pero, ¿a quién? Según decían los moderadores, sí, la fundadora de GlobeCoin, Reina Iguarán, con no-sé-cuántos doctorados (¿de Oxford, en Inglaterra?), cargos importantes (¿en Alemania?) y multilingüe; era de ese país (aunque al parecer, por alguna razón, se había graduado en Inglaterra y luego había trabajado en Alemania). Pero ella nunca le había visto el pelo. Suponía que estaría en algún lugar del extranjero, escondiéndose, esparciendo “la palabra” o gastando su dinero en piñas coladas…
Estaba buscando a Iván para ver si podía averiguar todo el cuento, o al menos un poco más, cuando miró pasillo abajo, hacia afuera, y lo vio, detenido junto a su compañero en una columna. Mas eso no fue lo que la dejó congelada en el umbral.
A quien estaban sacando de uno de los ascensores, esposado y escoltado por dos policías, en dirección a las patrullas, no era una mujer. Era un hombre de mediana edad, castaño y rechoncho. Usando una horrible camisa verde.
— ¿Sorprendida, eh? —apenas pudo voltear a ver a Iván, que le sonreía, a su lado, mientras ella sentía que lo escuchaba a través de un túnel— Iguarán es un espantapájaros, Kiara. No es más que la cara y un currículo irreal para presentar GlobeCoin. El verdadero fundador es ese que ves ahí. Hemos estado reuniendo pruebas en su contra y, finalmente, después de un esfuerzo conjunto con polis de otros países, atrapamos al muy infeliz. Tomó cuatro años, pero lo logramos.
Suspiró, satisfecho, mirando como lo metían a la patrulla.
— Volviste a las reuniones para averiguar esto, ¿verdad…? —frunció el ceño al voltear del hombre hacia ella— Kiara, ¿estás bien? Estás pálida…
—… Lavaba el dinero con bienes raíces… —musitó.
— ¡Wow! ¿Cómo supiste eso?
Se llevó una mano trémula a la boca mientras sentía sus ojos derretirse y el mundo se le caía encima.
“Y nada, es un folleto que me pasó un amigo. Tampoco me generaba confianza, pero parece que se está haciendo muy popular”.
Sí… muy popular… todo se oscureció mientras se desmayaba.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
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