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El fanatismo no le hace bien a la comunidad bitcoiner, porque nos vuelve ciegos e irreflexivos.
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Bitcoin plantea una transformación social que nos reta a dejar de ser complacientes.
«Te convertiste en aquello que juraste destruir», es una famosa frase de Star Wars con la que todos alguna vez nos hemos sentido (o sentiremos) identificados a lo largo de nuestras vidas. Para mí, este diálogo que se da entre Obi Wan y Anakin es una potente manera de ejemplificar cómo el fanatismo puede llegar a enceguecernos, hasta el punto en que cometemos errores que alguna vez condenamos como «deshonestos», «imperdonables» o, incluso, «insensatos».
Y como nadie está exento de ser medido en esta vara, hoy en día creo que algunos bitcoiners (y usuarios de criptomonedas, en general) pueden llegar a verse reflejados en el espejo de Anakin. Esto lo digo con toda la responsabilidad de sentirme parte del ecosistema, como usuaria y creadora de contenido. Los más de cuatro años que llevo trabajando en este nicho me han llevado a reconocer que se trata de una comunidad muy pasional, para bien y para mal.
Por ejemplo, muchos usuarios son contribuyentes activos en Internet y difunden sobre los beneficios que pueden generar estos activos. Sin lugar a dudas, hay un preciado sentido de tribu, en donde nos seguimos entre todos y colaboramos para hacer la comunidad más fuerte.
No obstante, también estas muestras de entusiasmo pueden llegar a tonarse toxicas. Ocurrió con J.K. Rowling hace unos años atrás y otros tantos famosos. Cuando alguien critica o pregunta sobre la criptomoneda, una legión de apasionados usuarios empiezan a responder de forma frenética sobre «lo milagroso que puede ser Bitcoin en tu vida».
Lo último lo digo de forma sarcástica, porque el tono que usan algunos es definitivamente similar al de un sermón religioso. Aunque no tengo derecho a decirle a nadie sobre cómo vivir su experiencia como entusiasta de las criptomonedas, sin lugar a dudas este comportamiento me ha llamado la atención como bitcoiner y escritora.
Por si fuera poco, al trabajar en un medio que se dedica exclusivamente a reportar noticias sobre este ecosistema, no es la primera vez que una opinión propia o de algún compañero ha sido «satanizada» por no considerarse favorable para la narrativa de Bitcoin.
Las opiniones, opiniones son. Sin embargo, cuando se trata de informar, uno no busca convencer a nadie o promover algo. El trabajo periodístico es muy distinto al publicitario y, a veces, algunos miembros de la comunidad de criptomonedas parecen olvidarlo. Como medios de comunicación de este ecosistema, se nos pide que informemos la verdad, pero algunos leen «la verdad» únicamente bajo los parámetros de qué noticia conviene al precio de bitcoin y cuál no.
Cuando hablamos «bien» de la criptomoneda, ya sea informando una subida de precio, su adopción en algún negocio o una inversión millonaria, entonces estamos difundiendo de manera «correcta la palabra de Satoshi». Pero si, por el contrario, informamos que el mercado está en tendencia bajista, que alguien ha perdido dinero por hacer una mala inversión o se señala un comportamiento reprochable dentro de la industria, inmediatamente nos convertimos en los enemigos de Bitcoin. No hay medias tintas, así como tampoco parecen entender el verdadero trabajo de un periodista.
Los medios de comunicación no están para complacer a una empresa, un individuo o una organización. Al menos, teóricamente no debería ser así. Sabemos que a la hora de la práctica, no son pocos los periódicos y canales informativos que utilizan sus plataformas para promover sus propias narrativas. Hace unos años atrás, la mayoría de la prensa tradicional desacreditaba a Bitcoin sin bases y argumentos consistentes. ¿Por qué lo hacía? Por falta de conocimiento y poca conveniencia. No obstante, también muchas veces se publicaban preocupaciones razonables sobre la volatilidad del mercado, el preocupante crecimiento de estafas y la problemática indefensión de los usuarios ante la falta de regulaciones.
Hoy en día la balanza esta más equilibrada. Bitcoin no es «una cosa rara», sino un activo ampliamente conocido. Y aunque aún existen detractores con intereses muy claros, no son pocos los que se dedican a informar certeramente sobre el ecosistema. Cuando digo «certeramente», me refiero a publicar tanto lo bueno como lo malo. El objetivo no debería ser promocionar a Bitcoin, sino educar a la gente sobre su funcionamiento y mantener al tanto a los usuarios sobre todas las noticias relacionadas al ecosistema. He allí la diferencia que algunos no quieren entender.
Bitcoin no necesita promotores, necesita personas capaces de reflexionar
Mas allá del ejercicio periodístico, que desde mi perspectiva está bastante relacionado a la palabra incomodar—porque no siempre la verdad es agradable —, considero que todo aquel que se llame «bitcoiner» debe evitar las posturas que rayan en el fanatismo y la complacencia. Esto lo digo por una cuestión ideológica, puesto que creo que ser bitcoiner es una postura política.
Si estamos de acuerdo con el protocolo de bitcoin y los principios que dieron vida a esta tecnología, entonces nos oponemos al status quo impuesto por los gobiernos y los poderosos. ¿Cuál es ese? El de estar complacido con una sola narrativa, aplaudiendo todo aquello que nos favorece y contrariando todo aquello que es distinto a nosotros.
Yo me niego a ser un seguidor más, ya sea de un político, una organización o la narrativa de toda una comunidad. Al introducirme en el mundo de Bitcoin, aprendí a «no confiar, siempre verificar». Eso me ha servido un montón en mi labor periodística, porque me permite reconocer que incluso aquel que tiene una postura similar a la mía puede estar mintiendo, o puede estar equivocado, y sólo lo sabré si investigo por mi cuenta.
Asimismo, todo lo que es Bitcoin me enseñó a incomodar, a no tener miedo de llevar la contraria. Porque si creo que esta nueva forma de dinero puede cambiar la sociedad, contraponiéndose a todo lo que nosotros dábamos por «hecho» y luchando obstinadamente contra las desigualdades, entonces yo también quiero aportar mi granito de arena para hacer la diferencia.
Pero, para hacer la diferencia, no basta simplemente con repetir como un mantra todas las cosas buenas que tiene Bitcoin y tratar de convencer a todo el mundo que es la última maravilla del siglo. Yo puedo creer eso, es mi postura, pero no es mi responsabilidad ni derecho tener que evangelizar a todos aquellos que no piensan lo mismo. Si aprecio a Bitcoin por sus principios de libertad financiera y de información, entonces yo no puedo convertirme en el tirano de la verdad. Eso es no tener concordancia con lo que pienso y hago.
Más bien, mientras pasa el tiempo y conozco más sobre este ecosistema, me parece sumamente importante que cada uno de sus miembros mantenga su capacidad de reflexión abierta. Poder disentir es muy poderoso, tanto como el reconocimiento.
Al reconocer nuestros errores y aceptar que no todo siempre es hermoso en ese mundillo, tenemos mayor margen para mejorar. Si damos por sentado que Bitcoin y todo lo que nace de él es «perfecto» desde que se concibe, entonces no estamos dando espacio para el futuro. Nos volveremos rígidos, fanáticos e insoportables.
Yo no quiero ser esa clase de bitcoiner. ¿Y tú?
Descargo de responsabilidad: Los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias. La opinión del autor es a título informativo y en ninguna circunstancia constituye una recomendación de inversión ni asesoría financiera.