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Los candidatos lo ven como un "activo a sincerar" o una "válvula de escape" para la crisis.
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Para los ciudadanos, es dinero real para el día a día y una salida de emergencia del sistema.
Mientras Bolivia se prepara para una reñida segunda vuelta presidencial el 19 de octubre de 2025, con el centrista Rodrigo Paz Pereira enfrentándose al conservador Jorge «Tuto» Quiroga, las comunidades de bicoin (BTC) del país avanzan con un ritmo propio, ajenas a la incertidumbre electoral.
En medio de una crisis económica marcada por una inflación que supera el 20% y una escasez de dólares, con colas interminables por combustible y bienes básicos, muchos la califican como la peor crisis de los últimos 20 años. Sin embargo, los entusiastas de la moneda digital pionera demuestran que la adopción del dinero que usan no depende de la voluntad de un gobierno ni de las promesas de campaña.
En ciudades como Cochabamba, pequeños negocios, desde restaurantes hasta salones de belleza, ya aceptan pagos en bitcoin y están proliferando, ofreciendo una alternativa frente a la devaluación del boliviano.
Esta dinámica, impulsada por una comunidad de emprendedores y ciudadanos comunes, evidencia que bitcoin está consolidando su presencia en Bolivia, no por decreto estatal, como en El Salvador, sino por la iniciativa de quienes ven en bitcoin una vía para proteger su poder adquisitivo y reclamar soberanía financiera en tiempos de incertidumbre política.
El próximo presidente de Bolivia heredará un país con una escasez crítica de dólares, una inflación galopante y una desconfianza generalizada en el sistema. Sin embargo, también heredará un ecosistema bitcoin cuya adopción ha crecido 630% en el último año, según datos del propio Banco Central. Este no es un fenómeno que se detenga por unas elecciones. Al contrario, demuestra que mientras la política debate el futuro, las comunidades de base ya lo están viviendo.
Quiere decir que los ciudadanos no esperan a que los políticos les ofrezcan una solución; la están construyendo ellos mismos, transacción a transacción.
La acción comunitaria frente al ruido electoral
La contienda electoral, incluso, ha obligado a que los candidatos miren de reojo, y a veces de frente, hacia el ecosistema de bitcoin. Forzados por una realidad que no pueden ignorar, han comenzado a incluir términos como «blockchain» y «criptoactivos» en sus discursos y planes de gobierno. Pero su enfoque revela una brecha fundamental con el movimiento que crece desde abajo.
Rodrigo Paz Pereira, por ejemplo, propone un enfoque tecnocrático y estatal en su plan de gobierno «Agenda 50/50». Su visión es utilizar redes de contabilidad distribuida «para modernizar la contratación pública y combatir la corrupción mediante contratos inteligentes».
Su propuesta también sugiere un reconocimiento de los activos digitales como parte del patrimonio que puede ser formalizado en un programa de sinceramiento para estabilizar la economía, aunque no se proporcionan detalles técnicos exhaustivos sobre su implementación.
Por otro lado, el equipo económico del candidato Jorge Quiroga considera a las criptomonedas, especialmente las stablecoins como USDT, como una «válvula de escape» inevitable ante la crisis.
Ramiro Cavero, jefe económico de Quiroga, admite que la apertura del gobierno actual «ha ayudado a aliviar la presión sobre el tipo de cambio». Su plan es «integrarlas completamente, con todas las leyes necesarias» para que funcionen bien, según declaraciones reportadas por CriptoNoticias.
Bitcoin en Bolivia: ¿control estatal o libertad ciudadana?
Las propuestas de los candidatos, aunque diferentes, comparten un denominador común: ven a bitcoin y a las criptomonedas como un fenómeno que deben gestionar, regular e integrar en el sistema existente. Lo ven como un recurso para solucionar los problemas del Estado, no como una solución para que los ciudadanos escapen de los problemas creados por el Estado.
Mientras tanto, en las calles, la narrativa es completamente diferente. Las comunidades bitcoiner no están esperando una ley, un decreto o un plan de gobierno. Impulsadas por la escasez de dólares y la devaluación de su moneda, están educando a comerciantes, organizando encuentros y creando pequeñas economías circulares y ciudadelas. Para ellos, BTC no es un «activo a sincerar», sino dinero real. No es una «válvula de escape» temporal, sino la salida de emergencia de un sistema financiero que consideran obsoleto y confiscatorio.
En definitiva, el verdadero poder de bitcoin en Bolivia no reside en su mención en un plan de gobierno, sino en cada comerciante que lo acepta para protegerse de la inflación, en cada familia que recibe remesas sin intermediarios, y en cada joven que ahorra en una moneda que no puede ser devaluada por un político de turno.
Bitcoin ya marcó la agenda del próximo gobierno
Gane quien gane las elecciones, se encontrará con la realidad de que la población ya ha elegido su propia política monetaria. El próximo presidente no decidirá si bitcoin se adopta en Bolivia; sino que más bien decidirá cómo su gobierno reacciona a una adopción que ya está en marcha, impulsada por la fuerza más poderosa de todas: la supervivencia económica.
Por lo tanto, la verdadera elección en Bolivia no se libra solo entre dos candidatos. Se libra entre un sistema centralizado que se desmorona y una red descentralizada que ofrece una alternativa. Y en esa contienda, mientras los políticos cuentan votos, los bolivianos ya están contando satoshis (la unidad de cuenta más pequeña de bitcoin).
Todo esto es evidencia de que el poder político es temporal y se disputa en las urnas, pero el poder económico que están construyendo los ciudadanos con bitcoin es resistente y soberano.
Esta dinámica, donde la comunidad avanza más rápido que el Estado, no es exclusiva de Bolivia. De hecho, el caso más emblemático del mundo ofrece un espejo de lo que podría ser el futuro boliviano: El Salvador. Allí, el experimento estatal con bitcoin no prosperó como se esperaba; sin embargo, la verdadera adopción florece en comunidades, impulsada por su gente.
El caso de El Salvador demuestra que la verdadera adopción no surge de los despachos gubernamentales. Un ejemplo es Bitcoin Berlín, en Usulután, una economía circular vibrante donde la red Lightning es la norma. Este ecosistema no depende de fondos estatales, sino de la pasión de sus habitantes y donantes anónimos. Es la Bitcoin City que sí existe, forjada desde abajo.
Bitcoin Berlín no está solo. Bitcoin Beach, en El Zonte, precedió la ley de Bukele, y focos emergentes como Isla La Pirraya y Santa Ana están creando sus propios ecosistemas, esos que el mundo creyó que llegarían con un Nayib Bukele de ojos láser y una Ley Bitcoin que transformaría instantáneamente la economía salvadoreña.
El Salvador sigue siendo un referente, no tanto por la Ley Bitcoin firmada por Bukele, sino por la labor de sus comunidades. Ellas son la prueba de que la adopción de bitcoin no se impone; se cultiva. Y esa es la misma lección que, desde la base, se está escribiendo hoy en las calles de Bolivia.