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En los inicios de crypto, se llamaba al espacio “salvaje oeste” por su falta de regulación.
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No esperábamos que el “salvaje oeste” crypto se propagara en el mundo regulado.
Lo que llamamos “crypto” hoy en día, empezó a tomar forma al lanzarse Ethereum en 2015. Si bien había otras criptomonedas dando vueltas desde antes: Litecoin, Dogecoin, Monero, etc.; Ethereum proporcionó una infraestructura para que se pudieran lanzar contratos inteligentes y criptomonedas sin tener que desplegar una red nueva, lo cual bajó la vara considerablemente para nuevos proyectos crypto.
Dos años más tarde vivíamos el boom de las ICO. La propuesta innovadora de las ICO (oferta inicial de moneda), cuyo nombre deriva de IPO (oferta pública inicial) era que permitían a nuevas empresas captar financiamiento y luego “salir a bolsa” en los exchange crypto, con muchas menos regulaciones que el mercado bursátil tradicional. El público también tenía una barrera de acceso mucho más ligera que en las finanzas tradicionales, por lo que una gran cantidad de inversores minoristas y amateurs prefirieron entrar en este tipo de mercados. Así se formó un mercado bursátil con menos regulaciones, que operaba 24/7, y que ofrecía enormes retornos con un alto riesgo.
Si bien muchos proyectos bien intencionados se formaron y financiaron con este mecanismo de ICO, una gran mayoría eran estafas o proyectos que no prosperaron. Esto generó debates tanto en el ámbito regulado como en el salvaje oeste de crypto. ¿Era la desregulación de crypto un problema o un objetivo? ¿Había que regular el espacio crypto? ¿Las estafas eran un daño colateral menor frente a la libertad que proporcionaba el mundo crypto? ¿Es responsabilidad de cada uno no caer en estafas o debe el estado cuidar a los inversores? ¿Es paternalista cuidar a los inversores y sancionar estafas? ¿Regular el mundo crypto atraerá a grandes capitales, haciendo ganar millones a los pequeños inversores que llegaron primero? ¿Era la regulación un daño colateral menor frente a las posibles ganancias?
Todos estos debates y posturas respecto a estas y otras preguntas similares continuaron durante los siguientes años, y siguen hasta el día de hoy. Sin embargo, el mundo regulado avanzó bastante por sobre el mundo crypto: los exchanges comenzaron a aplicar KYC y AML, los distintos países y jurisdicciones crearon legislación y regulaciones para los criptoactivos, empresas cotizadas en bolsa comenzaron a aceptar y almacenar criptomonedas y finalmente, como paso crucial en el cambio de narrativa, se aprobaron los ETF de Bitcoin en 2024, seguidos por fondos similares con otras criptomonedas.
El salvaje oeste impregna a los mercados bursátiles
La noción mayoritaria hoy en día es que la regulación está ahí, nos guste o no. Si bien algunos grupos cypherpunks más radicales pretenden recrear todo el aparato financiero de forma aislada y competir contra el mundo fiat, la mayoría de los proyectos de Bitcoin y de las crypto más populares saben que deben lidiar con el aspecto legal de un modo u otro.
Lo que no se esperaba tanto es que parte de ese espíritu de salvaje oeste típico del mundo crypto llegara a contagiarse en el mundo de las finanzas reguladas. Voy a apoyarme en tres ejemplos para ilustrar lo que quiero decir. El primero: FTX. El exchange de cryptos se fundó en 2019, operó por un par de años con un perfil bajo y hacia 2021 se convirtió en la estrella del sector, para ser desenmascarado como un fraude en 2022. Esto podría haber pasado como una estafa más entre tantas del sector, pero lo relevante del caso son las estrechas conexiones que tenía este exchange con funcionarios del gobierno estadounidense.
Los otros dos casos son menos graves, pero también paradigmáticos. La moneda $TRUMP lanzada por el homónimo presidente de EE. UU. a través de dos empresas suyas. Si bien no ofrecía ningún retorno y fue anunciada solamente como una “celebración”, la dinámica del precio mostró un patrón clásico de pump y dump.
El último de los casos es un poco más reciente que el anterior: el fiasco del presidente argentino Javier Milei promocionando una evidente estafa en sus redes sociales. Este último es quizás el más cómico: la promoción aparenta ser una de pura ingenuidad del presidente, y que él no obtuvo ningún beneficio personal ni estaba involucrado en el proyecto que promovió, sino que simplemente “se lo creyó” igual que cualquier otro inversor aficionado. Otras fuentes indican una previa relación y posible cooperación entre la empresa que lanzó el proyecto y el presidente argentino. Si este fuese el caso, también es ridículo que el presidente pensara que podía salirse con la suya con una estafa tan obvia y descarada.
Estos tres casos nos muestran una dinámica no prevista de cómo crypto ataca al status quo. Lo que esperábamos la mayoría era que Bitcoin y su tecnología de blockchain entre en competencia con el sistema tradicional y lo supere, ofreciendo mejores prestaciones y mayor transparencia y eficiencia. Si bien esto ocurre, no previmos que el mundo crypto también podía atacar al sistema a través de reproducir en él las peores prácticas de la desregulación.
La facilidad de crear fichas que en segundos son comerciadas por todo el mundo, sin pasar por procesos de validación; la falta de rendición de cuentas por parte de sus emisores; y la ingenuidad o malicia de líderes carismáticos del mundo político se conjugan para dejar expuesto a un sistema que dice estar para proteger al público, pero imita las prácticas que dice combatir, con el agravante de hacerlo desde una postura de autoridad y legitimidad.
Por el momento habrá que trabajar con los reguladores, pero no podemos fiarnos de ellos. Poco a poco debemos construir una autoregulación superadora, en la que ningún actor privilegiado deba hacer cumplir las normas y se permita salteárselas él. Ese fue y sigue siendo el espíritu de Bitcoin y su cadena de bloques.
Descargo de responsabilidad: Los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias. La opinión del autor es a título informativo y en ninguna circunstancia constituye una recomendación de inversión ni asesoría financiera.