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Hay dos cajeros de bitcoin en el aeropuerto.
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Puedes pagar el impuesto de ingreso al país con bitcoin.
Desde antes de despegar, en las salas de espera de nuestros respectivos aeropuertos, percibimos cómo los planes de Nayib Bukele de utilizar Bitcoin para atraer extranjeros estaban dando frutos. Al menos unas 15 personas de las aproximadamente 140 que compartían vuelo conmigo, viajaban a El Salvador atraídos por Bitcoin y por el ciclo de eventos de esta semana.
Con Luis, que cubrirá las conferencias conmigo, voló el desarrollador Giacomo Zucco, desde Panamá. En mi vuelo (el segundo, tras doce horas desde España y una escala en México de otras trece horas), una sudadera con el logo del monedero de privacidad, Wasabi, revelaba la identidad del enmascarado Adam Ficsor. También, miembros del equipo del exchange Mexo, compartieron la hora de retraso que tuvo el vuelo, debido a una maleta aparentemente desaparecida. Otras personas, que lucían ropa y bolsos con logos de Bitcoin, asumo que viajaban con el mismo pretexto que nosotros.
Al aterrizar, lo primero que ví al ingresar al aeropuerto fue un menudo cajero Chivo de color azul entre dos cajeros tradicionales. Arriba y detrás, pegado en la pared, un poster explica a los viajeros curiosos qué pueden hacer con un cajero Chivo, afirmando que “usar bitcoin es fácil y es opcional”.
Algunos pasos más adelante, ya a punto de bajar a inmigración, había un segundo cajero Chivo solitario, recostado de una columna. Probé hacer una transacción, pero requería confirmar identidad con un número de teléfono del que, al estar apenas aterrizando, no disponía. No avancé más allá de las primeras instrucciones.
En todo el aeropuerto, Papa John’s era el único comercio que pude ver que exhibía su letrero de “aceptamos bitcoin”, quizás bajo la misma lógica gubernamental de atraer extranjeros. Con todo, la chica que atendía en el mostrador confesó amablemente que la estrategia no se había traducido en demasiados clientes.
Los papeles y la migración
En migración tuve que hacer tres filas. La primera, para pagar un impuesto de entrada de doce dólares, también permitía pagar con bitcoin. Mismo caso que en Papa John’s: pocas personas lo hacían. A mí, conectado al potencialmente vulnerable WiFi público del aeropuerto, no se me antojó demasiado exponer PIN alguno para entrar en mi monedero.
Aunque se pueda caer en la ingenuidad de creer que después de cobrado el impuesto tendrás libre entrada en el país, lo cierto es que la segunda es la verdadera fila de migración. La funcionaria revisó, con minuciosidad y aparente suspicacia, mi pasaporte venezolano y mi identificación de España. Registró los datos en la computadora; les tomó fotografías y las compartió en un grupo de WhatsApp que, espero, fuera oficial; llamó a alguien por teléfono. Salió de su cabina con mis papeles y fue a enseñarlos a otras dos funcionarios, como si fueran algún objeto extraño jamás antevisto.
Tras pasearse por quién sabe cuáles potenciales escenarios en que dejarme pasar representaría un riesgo para el país, selló mi pasaporte y me dio la bienvenida. Más tarde me enteraría que, en comparación con amigos que demoraron hasta seis horas para lograr entrar al país, mi proceso fue bastante fluido.
La última fila fue para corroborar el sello en el pasaporte y verificar mi equipaje en aduanas. En la salida, un cuadro de Nayib Bukele y su primera dama dan una bienvenida que sentí como un eco personalista del país del que migré.
En los días siguientes, seguiremos relatando nuestra experiencia en el primer país del mundo con bitcoin como moneda de curso legal.
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