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Dos competidores en la búsqueda de los mil bitcoins han desaparecido
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Sólo quedan tres palabras para abrir la cartera
Los ojos verdes que ahora la congelaban habían sido de los más amables que había conocido. Cuando mirabas en ellos, una extraña sensación de tranquilidad te invadía. Ahora no quedaba rastro de ella. Sólo eran un par de relámpagos gélidos de ira.
Bajó la vista hasta el suelo. Pero tenía que decirlo.
— El Enjambre considera que tres días han sido más que suficiente retraso. Quieren al personal original en Plutón cuanto antes. Se quedará un equipo de cinco para la búsqueda, pero… —sus manos, inquietas, se apretaron una a la otra—. No dan muchas esperanzas. Sobrevivir a una caída en las cuevas heladas y encontrar la salida después es muy poco probable, peor aún con los días transcurridos. El Enjambre no pondrá muchos recursos en buscar un cadáver.
— Un solo cadáver. El de Soras Rosu.
Ella no tuvo más remedio que asentir ante la voz ahora tan desconocida como sus ojos. Le extrañó que su propia voz no hubiera cambiado también. Soras había desaparecido. Soras ya no estaba y ya quizás nunca podría preguntarle si quería venir con ella a Blue Daemon. Si es que le quedaba alguna expectativa de alcanzar esa meta, que cada vez se desvanecía con más tenacidad en la distancia…
— Maldigo el momento en que te cruzaste en nuestro camino.
No pudo evitar mirar atónita los dos cuchillos gélidos que la observaban.
— Si no nos hubieras convencido de continuar, Ritchie y yo habríamos regresado a casa.
No supo qué contestar. Era cierto, después de todo. De no ser por su intervención, Hargan y Richard habrían vuelto a la Tierra; ya fuera porque les hacía falta la siguiente pista o porque no querían involucrarse más con esa búsqueda que se estaba cobrando varias vidas.
Antes de que se le ocurriera qué decir o siquiera qué hacer, el anciano soltó una risa amarga.
— No. No es sólo tu culpa. Esto es más mi culpa que tuya. Jamás debí dejar que Ritchie me convenciera de venir. Era mi trabajo poner algo de sentido común en su cabeza, y no lo hice.
Hargan se puso en pie y, sin otra palabra, comenzó a trastear por todo el cuarto, tomando de esta mochila y de aquella algunos objetos para enfundárselos entre el cinto de cuero y en un bolso más pequeño.
—… ¿Qué haces? —se atrevió apenas a preguntar.
— Ir a buscar a mi hijo. Deberías volver con los cazadores, señorita Saikara. Te esperan para ir a Plutón.
La frase y el tono fueron tan terminantes que ella no pudo más que tener la absoluta certeza de que volvía a quedarse sola en la búsqueda de los mil bitcoins, si es que quería continuarla. En completo silencio, el hombre pasó a su lado con pasos más enérgicos de los que un anciano cualquiera debería tener y azotó la puerta tras él al salir.
Parecía que, de repente, todos desaparecían a su alrededor. Sonrió ácida. En serio debía estarse volviendo tóxica.
Un pequeño zumbido desde su brazalete interrumpió su momento de autocompasión. Ojeó el mensaje apenas: “Vamos de salida, Itomi. Vuelve al hotel”. Abandonó la pequeña posada en modo automático y recorrió con unos deslizadores magnéticos las largas calles que la separaban del único hotel cinco estrellas de Remgreen, sintiendo el aire frío golpearle el rostro.
Hundida en sus pensamientos deprimentes, no se dio cuenta hasta que ya fue demasiado tarde. Cinco de los cazadores más corpulentos rodeaban a Yong Fay en el lobby, por lo demás desierto. Dos de ellos se pusieron delante de la puerta y, de repente, no había escapatoria.
El niño Galum salió desde atrás de una de las columnas, sonriéndole con malicia.
— ¿Qué ocurre? —preguntó con frialdad, a pesar de que ya lo sabía.
— Tú y Soras llegaron al Enjambre hace quince años. Agentes de nivel cinco, muy buenos agentes. Es una desgracia para la organización tener que prescindir de ambos al mismo tiempo —se lamentó Fay, mirándola directo a los ojos.
Intentó hacer tiempo mientras trazaba un apresurado plan de escape dentro de su cerebro.
— Soras aún puede estar vivo. Es fuerte. Y no veo porqué tendrían que prescindir de mí —las escaleras, hacia arriba, hacia la azotea.
Activaría los deslizadores o la cuerda magnética y entonces…
— Porque nos has traicionado —aturdida, volteó hacia la voz casi infantil de Galum—. Conseguí un dron sigiloso para seguir tus pasos, por órdenes del capitán. Él lo sospechaba. Lo has burlado bien, pero no hoy. Hoy vienes de reunirte con Hargan Daxos.
Algo muy pesado se hundió en su estómago. “Por órdenes del capitán”. Soras. Dios, Hargan. Ahora ellos también sabían dónde estaba Hargan. Quizás incluso ya lo habían atrapado, tal vez lo estaban esperando en la puerta o lo habían seguido con la intención de saber el paradero de Richard. Después de todo, ellos no podían estar seguros de que también estaba desaparecido. Su posible enfrentamiento contra Soras en las cuevas era sólo una teoría, tanto como la que ella y Hargan habían desarrollado al respecto.
— ¿En serio? —enarcó ambas cejas, con expresión por demás hierática—. Pruébalo, niño.
Todos los ojos en la sala se fueron hacia Galum y el control negro entre sus dedos, cosa que no desaprovechó. Activó los deslizadores de una vez y se dirigió hacia las escaleras, atropellando a un par de cazadores en el camino.
Alcanzó a subir un par de pisos, armando un escándalo descomunal, antes de que una red paralizante le cayera encima con todo el peso de sus voltios.
Manchas negras comenzaron a invadir su visión mientras sus músculos se entumecían casi por completo. No sin esfuerzo, logró ver la mueca inconforme de Fay mientras otros la recogían del suelo.
— Realmente una pena, Itomi. Pero, lo creas o no, seguirás siéndonos útil.
**
Era la quinta cueva secundaria del día cuando ignoró de nuevo el insistente sonido en su brazalete. Tenía tonos específicos para todos sus contactos, lo que constituía un mensaje por sí mismo. Este era la melodía en piano de Mademoiselle Noir. Itomi.
No quería hablarle, ni verla. Estaba enojado con ella por seguirlos arrastrando en esa búsqueda peligrosa e inútil; estaba furioso consigo mismo por dejar que todo se le fuera de entre las manos. Ahí estaba a su edad, el gran Dhax, metido entre un laberinto helado, buscando con un nudo en la garganta lo único que tenía.
No saldría de allí hasta que encontrara a Ritchie. Tenía que seguir con vida. Sólo ese pensamiento lo movía, pero el sonido se hacía cada vez más molesto. Podía silenciarlo, pero no quería arriesgarse a recibir un mensaje de Ritchie que no escucharía. Sabía a la perfección que, mientras más profundo se perdiera dentro de las cuevas, la señal más bajo caería hasta desvanecerse del todo, y que, con toda probabilidad, esa era la única razón por la que el pelirrojo no se había comunicado con él aún. Sin embargo, tal vez pudiera atrapar señal en algún punto. No se arriesgaría a perdérselo.
Sólo por eso, irritado, optó por atender el mensaje de Itomi. Era un vídeo y lo abrió con presteza, pensando sólo en deshacerse de ella rápidamente.
“Hola, Dhax. ¿Aún perdido en las cuevas? Déjame ahorrártelo: ya encontramos los cadáveres. El de nuestro pobre Soras y el de tu joven aprendiz. Suponemos que Soras lo estaba persiguiendo. Un derrumbe. Quedaron atrapados bajo toneladas de nieve y roca, nos costó lo nuestro sacarlos de ahí. La naturaleza puede ser implacable, ¿verdad?”
El alma y el color huyeron de él. Quien le hablaba a través de la pantalla no era Itomi, sino alguien a quien no veía desde hace demasiados años. Yong Fay, uno de los líderes del Enjambre Rojo.
“Ah, y como habrás podido notar, también encontramos otra cosa. No estoy muy seguro de cuánto te importe, pero aquí está, con nosotros” le sonrió casi con amabilidad mientras se hacía a un lado para descubrir a una Itomi inconsciente y, pese a ello, atada a una silla.
“Te preguntarás porqué me comunico contigo, después de todo este tiempo. Debo confesar que es la primera vez que logro hacerlo, te has escondido muy bien”.
Una nueva sonrisa.
“Supongo que no querrás volver a colaborar con nosotros. Pero esta vez tengo un gesto de buena voluntad para ti: te entregaremos el cuerpo de Mojave. Supongo que no querrás que lo lancemos en cualquier fosa común. A cambio, te pediré que nos traigas el disco y la moneda. Las necesitamos, Harry… o Hargan. Dios, ese cambio de nombre no te sienta bien. Debiste conservar al menos el de pila. Pero, ¿qué me dices? Creo que esta búsqueda ya te quitó lo suficiente. Te dejaremos ir tras un poco de Obliver. Hasta seremos generosos y podríamos dejarte modificar a tu gusto los motivos para la prematura muerte de tu aprendiz. Estaremos en el hotel Ethery, en Moros de Nix. No te recomiendo que faltes”.
Fay abandonó la pantalla, pero no sin hacer una seña a alguien tras ella. El vídeo concluyó con un vistazo a un cuerpo tendido en el suelo de esa habitación gris. Un cuerpo de larga gabardina marrón, botas pesadas y largos cabellos rojos.
Una de sus manos fue a posarse sobre el hielo para sostenerlo mientras la otra se iba a cubrir su boca, y sus ojos se cerraban con doloroso espanto. Estaba de espaldas, no veía su rostro. Podía no ser él… podía sí ser él. No. Era probable que no lo fuera. De serlo, le habrían enseñado su cara directamente. ¿Por qué no lo harían si en verdad lo tuvieran?
Mas sí tenían a Itomi. Ella, que sólo había anhelado la libertad, seguía con vida. Él la había despedido de su lado y ahora estaba atrapada. Dios, no, no era su problema. Ella había escogido traicionarlos, aun sabiendo los riesgos. Él tenía que quedarse allí a buscar a Ritchie, el de verdad, el que seguía con vida; atorado en algún rincón de esas cuevas.
A pesar de todo, sólo recorrió un par de cuevas más antes de darle la espalda al Monte Céfiro; un nuevo dolor a cada paso. Buscaba a ciegas. Jamás lo encontraría él solo, si es que seguía allí. Reunió a todos sus contactos en ese planeta y les encargó peinar cada rincón del laberinto helado.
No volvió a la misma posada. Y sólo en la nave de camino a Nix, una de las lunas de Plutón, se permitió observar la última pista que había escupido algún lugar de esa maldita montaña.
“zi, eátucqñax c 134340. jun eifc daovzt nda nhcttri. qt añ fsagjui”.
Lo reconoció casi al instante. Cifrado alfabético, exceptuando números. Plutón era 134340. Tras un par de búsquedas por voz, descifró todo el mensaje. Era Vigenère con clave “Bitcoin”. No muy difícil de adivinar: “Ya, lárguense a 134340. Una dama oscura los aguarda. Es su destino”.
Destino era mitológicamente Moros, uno de los hijos de Nix, la diosa de la noche y la oscuridad. Una dama oscura. Moros también era, desde hacía unos siglos, la única provincia en la pequeña luna Nix de Plutón. Ahí estaba la décima palabra para abrir la cartera, entonces. Aunque era él quien tenía aún esa cartera.
Y debía jugar muy bien sus cartas si quería salir victorioso del próximo enfrentamiento…
**
Los dos se midieron a sólo unos cuantos metros de distancia, atrapados a solas en la enorme sala vacía. Cada uno a un lado de las ornadas escaleras en el centro que daban a una especie de altar en la cima, rematado por un cuadro de la que parecía ser Nix con las manos extendidas hacia un molde circular, grabado sobre el mismo lienzo.
Por eso lo habían llamado. Por eso necesitaban la moneda. Hughes exigía para su última prueba, escondida en algún lugar subterráneo de Nix, que hicieran su propia “bifurcación oscura” de Bitcoin. Luego de creado el que llamó “bloque génesis”, se podrían intercambiar 25 de esas nuevas monedas por la décima palabra.
La única vía para bifurcar un software perdido parecía estar en su bolsillo. La última cartera. Frente a él, mirándole calculador, Fay lo sabía perfectamente. Le sonrió frío.
— Vamos, Harry. Sabes que no podrás salir de aquí después. Así que sólo dame la moneda.
Entornó los ojos y apenas dirigió un vistazo hacia atrás, hacia la puerta metálica por la que él se había colado veloz, pero no lo suficiente para cortarle el paso a Fay, quien ya había previsto sus movimientos. Del otro lado, no obstante, debía estar aguardando ya una buena partida de cazadores rojos.
— ¿Ese era el trato? ¿Dónde está Itomi? —retrucó, pese a ya tener un plan en marcha al respecto.
Fay no tenía por qué saberlo.
— ¿Es eso lo que te preocupa? ¿También es tu aprendiz ahora? Y yo que creí que venías por Mojave.
¿Le preocupaba? Se preguntó él mismo. Apenas la conocía. Pero sí, debía admitir que sentía cierta debilidad por ella. Tal vez porque su edad era muy cercana a la de Ritchie. Tal vez porque le recordaba a sí mismo, en algún lugar remoto del pasado. Tal vez por eso mismo estaba allí. No del todo por ella, ni mucho menos por la esperanza dudosa de encontrar a Ritchie.
Estaba allí porque no podía soportar la idea de que el Enjambre triunfara. Era un pensamiento incluso vil bajo sus actuales condiciones, pero no podía evitarlo. Uno difícilmente se deshacía del pasado alguna vez.
— Richard no está aquí y ambos sabemos eso.
Fay volvió a sonreírle.
— ¿Estás seguro?
Algo saltó en su estómago. No. No lo estaba. Alzó la vista hacia el cuadro con el molde y aflojó los dedos de sus manos.
— Oh dios, Harry. No estamos en edad para esto, ninguno de los dos.
Pero sólo alcanzó a terminar la frase antes de que un puño de pronto cubierto en un guante de metal fuera directo hacia su rostro. Lo esquivó casi de milagro y devolvió el golpe justo al estómago, aunque ese también fue esquivado. Con el siguiente no hubo tanta suerte y su nariz sufrió las consecuencias.
Hargan logró evadir un rodillazo, pero el puño también metálico de Fay le partió la boca en seguida. Los dos se observaron, furiosos.
— ¡No eres el único con Aeternitas en sus venas, imbécil!
El líder cazador se le abalanzó de nuevo, pero él optó por correr hacia las escaleras, buscando con precipitación la moneda en su bolsillo. Por desgracia, ya a mitad de camino del cuadro, Fay logró atraparlo de una pierna, a lo que tropezó escalones abajo, arrastrándolos a ambos.
Estuvieron envueltos en lo que era, en toda regla, una vulgar pelea callejera hasta que a él se le ocurrió soltar el seguro de una de las bombas de gas en su cinturón. La sustancia escapó con un zumbido y llenó de negro toda la sala, quitándoles la visión y la respiración.
Contuvo el poco aliento que le quedaba y se arrastró hacia las escaleras, no sin antes lanzar una de sus bombas aturdidoras hacia donde oía toser a Fay. Llegó con mucha dificultad frente al cuadro, intentando en vano no toser él mismo, y allí puso la moneda.
Se le abrió una pantalla holográfica negra de código junto a un teclado físico, así que no le quedó más remedio que empezar a descifrar lo que veía para poder copiarlo. De eso se trataba una bifurcación: copiar y pegar código, con algunas modificaciones. Sólo esperaba que su bomba aturdidora hubiera funcionado.
Se tardó una hora hora con la ayuda de su brazalete, lo cual consideró un milagro exitoso, considerando que no conocía nada sobre ese software en particular y tenía a un enemigo semi-inconsciente justo detrás de él. Tomó las monedas y repitió, esta vez en virtual, el proceso que ya había hecho en la Torre Afrodita de Venus: enviar 25 de las nuevas monedas a la dirección proporcionada.
El cuadro de Nix se abrió y disparó un nuevo holograma.
“¡Excelente, misión cumplida! Ahora hay que salvar un par de cosas, espero que hayas venido en equipo. Ahí van la palabra y la moneda, directo hacia el espacio. ¡Corran!”
Sólo tuvo tiempo de abrir los ojos como un par de huevos fritos antes de que la moneda y lo que lucía como una pequeña memoria USB metálica salieran disparadas hacia dos túneles distintos que acababan de salir de la nada, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Una bifurcación, de hecho.
Tuvo que decidir en menos de dos segundos y escogió la moneda. Le pareció escuchar algunos pasos tras él, alejándose, así que pensó que Fay había despertado, después de todo.
Tras cruzar demasiadas esquinas como para recordarlas todas, al fin logró alcanzar de un salto la moneda flotante. Si no se equivocaba, había estado siendo atraída por alguna clase de súper imán. Se recostó jadeante contra la pared y se deslizó hasta el suelo, mirando hacia todas las paredes lisas, grises e iguales, perdido. Fay debía tener en su poder la décima palabra y él no tenía idea de cómo salir de allí, de dónde estaba Itomi o de si Richard seguía con vida.
¿Qué haría ahora?
Capítulo anterior – Parte IX
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
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