Hechos clave:
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P.F. Mann era lo que las campañas publicitarias se empeñaban en llamar “criptomoneda estable”
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Durante la Navidad celebraban también la víspera del aniversario del primer bloque minado de Bitcoin
El frío comenzaba a hacerse cada vez más fuerte en Pueblo Bitcoin. Eso sólo podía significar que la Navidad por fin había llegado. La Navidad era una época de celebración en este pequeño pueblito donde vivían los bitcoins, entes cuadrados y anaranjados escritos en la cadena de bloques. Estas criptomonedas celebran la Navidad con júbilo, puesto que era la víspera del aniversario del primer bloque minado en la red de Bitcoin.
Los bitcoins fueron creados como una comunidad muy sólida y fiel a sus costumbres. El principio fundamental de este pueblo es la descentralización. Los pequeños bitcoins, que además son muy honrados y no necesitan de un concepto como la confianza, hacen honor a este ideal al estar repartidos en muchas aldeas alrededor del mundo, que en las sagradas escrituras del Libro Blanco fueron llamadas “nodos”.
La época más especial del año, la Navidad, hacía que los bitcoins compartieran música y canciones. También era la época preferida por los más pequeños, los satoshis, quienes esperaban con ansias la llegada de sus regalos. La leyenda decía que esos regalos los traía el mismísimo Satoshi Nakamoto, su creador. Aunque ningún bitcoin lo había visto en persona, todos creían en él.
Pero no todos los habitantes de la criptoaldea disfrutaban de la Navidad y mucho menos de los ideales de Satoshi Nakamoto. En la cima de un alto edificio a las afueras de la blockchain, de esos a los que ningún bitcoin ha subido y regresado como UTXO, vivía P.F. Mann, una criptomoneda muy extraña que decían, estaba anclada a un activo.
Las leyendas decían que Mann había sido un truco publicitario para que las corporaciones participaran del “criptoboom”, pero con el tiempo, habían sido tantas las criptomonedas ancladas a activos que éstas comenzaron a desaparecer. Sólo quedaron unas pocas, entre las que se contaba Mann.
Dado su origen, Mann no había sido aceptado entre los bitcoins y se había escapado a lo alto de un edificio, que le recordaba al hogar de sus creadores. Desde allí, odiaba profundamente a todo Pueblo Bitcoin y cuando llegaba la Navidad, se sentía mucho peor.
Mann pensaba agitar las cosas en Pueblo Bitcoin, por lo que se había puesto en investigar vulnerabilidades que pudiera aprovechar para desestabilizar la red. No obstante, cada vez que encontraba una, se topaba con que había sido corregida. Tal era la estabilidad de Bitcoin, que sus esfuerzos resultaban en vano.
Sin embargo, esta Navidad estaba resultando distinta a las anteriores. Contrario a la tendencia usual, bitcoin había registrado una baja en su precio para la época decembrina. A los bitcoins más viejos esto no les afectaba mucho, porque conocían el comportamiento del mercado y recordaban las navidades del 2014 cuando algo similar había ocurrido. Además, sabían que era el momento en el que muchas personas, aprovechando los precios bajos, comprarían más bitcoins.
No obstante, los satoshis, debido a su inexperiencia, estaban asustados por lo que la crítica malintencionada llamaba “la caída de bitcoin”. Mann, por su parte, miraba desde lo alto de la torre cómo la agitación general en la criptoaldea aumentaba y se regocijaba enormemente. Era su momento de aprovechar para desestabilizar la red. Todavía no tenía idea de cómo lo haría, pero debía intentarlo.
Se vistió con la única ropa sin hoyos que tenía: un saco de botones dorados y unos pantalones recién planchados, de esos que le hacían picar las rodillas. Bajó a toda prisa los 21 pisos del edificio, tomó un tren y llegó a Pueblo Bitcoin. Todos se quedaron asombrados de ver a Mann en sus tierras y algunos satoshis huyeron despavoridos a ocultarse tras sus llaves privadas.
Todo alrededor resultaba ofensivo a Mann. La alegría, los cantos, las luces… Esos elementos herían profundamente sus ojos. Se sentía tan mareado que en cualquier momento podía vaciar el contenido de su estómago sobre las coronas de pino colgadas en las puertas.
Cuando llegó al centro de la criptoaldea, la stablecoin se propuso esgrimir su discurso sobre la tradición, el respaldo institucional y todas esas cosas que estaban escritas en su código, pero quedó absorto ante la luz brillante de una estrella que adornaba la plaza de la aldea. Esta estrella estaba destinada a recordar a los bitcoins sus ideales fundacionales: ella era un explorador de bloques que mostraba todas las transacciones del libro contable y, además, reproducía las escrituras del Libro Blanco de Bitcoin.
Ningún otro proyecto de criptoactivos que no fuera Bitcoin había contemplado la estrella de la manera en que Mann podía hacerlo en ese momento. Todos los anteriores se limitaban a copiar el código y adaptarlo a sus intereses. De hecho, Mann había sido creado de esa forma. Pero ahora podía leer las escrituras y ver cómo Bitcoin, más que una criptomoneda, un depósito de valor o un método de pago, era un ideal.
Mann quedó desconcertado. Todo lo que anteriormente creía que era bueno: las instituciones financieras, los terceros de confianza, el oro, el dólar. Todos esos conceptos se tambaleaban en su cabeza y veía cómo era posible que las personas tuvieran el poder financiero en sus manos, a través de un código inteligente y sólido.
Mann poco a poco se sintió más devastado, su razón de ser había desaparecido y le dolía profundamente haber sido el simple producto de la avaricia de unos empresarios, que creyeron que imitando los bitcoins podían sacar una buena ganancia.
Paulatinamente, Mann iba desapareciendo, como lo habrían hecho otras criptomonedas ancladas al precio de un activo. Mann se percató de que el dólar, moneda fiduciaria a la que se encontraba atado, no tenía ningún valor ante la solidez de Bitcoin. Y así se esfumó, convirtiéndose en un mensaje escrito en la blockchain de Bitcoin que recordaba a la época de los grafitis.
Los bitcoins contemplaron aquello con estupor. La mayoría de ellos no comprendieron qué había pasado, pero las criptomonedas más ancianas guardaron la calma. Sabían que Mann no había sido el primer, ni sería el último, intento de las corporaciones por apoderarse de la “magia” de Bitcoin. Así que llamaron a los satoshis a reunirse, para explicarles el incidente y abrir los regalos que Satoshi Nakamoto había dejado para cada uno de ellos.
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Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
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