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La expansión de la deuda y la alta inflación han erosionado la confianza en el dinero tradicional.
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Bitcoin es la mejor alternativa para devolver la soberanía financiera a las personas.
Para muchos —especialmente aquellos que se están iniciando en temas de economía— puede resultar difícil de creer, pero lo cierto es que, durante siglos, los sistemas monetarios siempre contaron con respaldo. La economía estuvo basada durante mucho tiempo en el patrón oro, lo que otorgaba a las monedas una muy relevante capa de seguridad. Carl Menger explica que el dinero es una creación entre privados, no algo impuesto por políticos o estados, pero esto contrasta con los principios de nuestro sistema financiero actual. Hoy en día, el dinero no solo carece de respaldo, sino que su emisión puede ser prácticamente ilimitada, dependiendo de las necesidades del político de turno.
El oro, como bien físico escaso, sirvió durante siglos como respaldo del valor de la moneda —y no nos olvidemos de la plata, que también fue altamente cotizada para realizar transacciones—. La gente confiaba en que, aunque no siempre pudiera poseer directamente el metal, el valor de su dinero estaba respaldado por una reserva del mismo. El último clavo en el ataúd de este sistema lo puso el presidente de EE. UU., Richard Nixon, en 1971.
A partir de entonces, la política se consolidó aún más como el negocio lucrativo e inmoral por excelencia, con burócratas que, desde sus cómodas poltronas, considerándose a sí mismos ciudadanos de primera, aseguraron el monopolio de la provisión del dinero y comenzaron a valerse, ya de forma pornográfica, del tan dañino impuesto inflacionario —el peor de todos—. El objetivo era claro: perjudicar a los verdaderos productores de riqueza, que tristemente pasaron a ser ciudadanos de segunda.
Lo más triste del caso es que, incluso hoy en día, aún se puede conversar con cientos de personas que creen en la existencia de una cantidad óptima de dinero. El simple aumento de la cantidad de papel moneda no se traduce en un mayor bienestar para las personas, y eso es algo que Diego Giacomini, reconocido economista, explica de manera magistral en su libro «La Revolución de la Libertad».
Supongamos que la cantidad de dinero se duplica de un día para otro por parte de magia… La gente está feliz, y muchos salen a gastarse el nuevo dinero. Pero la realidad es que nada de lo importante ha cambiado. Ni la sociedad ni la economía estarán mejor, ya que los recursos reales, la mano de obra, el capital, los bienes intermedios, los bienes de consumo, los recursos naturales y la productividad siguen siendo los mismos del día anterior. Sin embargo, a medida que la gente va gastando el dinero excedente en bienes y servicios, las curvas de demanda se desplazan hacia arriba y los precios suben… Finalmente, el nivel general de precios se terminará duplicando cuando todo el proceso de ajuste haya terminado.
Diego Giacomini, economista.
Tras el abandono del patrón oro, el dinero comenzó a depender cada vez más de las promesas de los políticos; es decir, pasó a ser algo que existía solo porque los gobiernos afirmaban que valía. Las monedas y billetes ya no estaban respaldados por un recurso físico, sino por la «confianza» en que el gobierno o el banco central garantizaría su valor. El resultado es evidente: una expansión descontrolada de la masa monetaria que ha provocado una notable pérdida del poder adquisitivo debido al impuesto inflacionario, afectando negativamente los niveles de ahorro e inversión.
Según datos proporcionados por el banco mundial, la inflación acumulada global desde 1981 hasta 2023 es aproximadamente 517.7%. Esto significa que los precios mundiales, en promedio, se multiplicaron por más de 6 veces (o aumentaron un 517.7%) en dicho período.
Milton Friedman entra en escena
En este punto es pertinente mencionar a Milton Friedman, el reconocido economista estadounidense y defensor del libre mercado. Friedman sostenía que la oferta de dinero debía expandirse a una tasa fija y predecible cada año, en línea con el crecimiento real de la economía. Por ejemplo, si el PIB real de un país aumenta en promedio un 3% anual, la cantidad de dinero en circulación también debería incrementarse en un 3% para garantizar la estabilidad de precios y prevenir tanto la inflación como la deflación.
Friedman criticaba la emisión excesiva de dinero como herramienta para estimular la economía a corto plazo, advirtiendo que esto solo generaba inflación sin beneficios sostenibles. Su célebre frase, «La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario», se convirtió en un mantra repetido incansablemente por Javier Milei durante su campaña presidencial en Argentina, por más que en el camino dejara de lado algunos de los preceptos más emblemáticos del liberalismo —ya sea por conveniencia o necesidad, pero esa es otra historia—.
La propuesta del legendario economista luce muy bien escrita en papel, pero en la práctica es difícil garantizar su cumplimiento a largo plazo, pues choca directamente con las necesidades de la política, ya que limita la capacidad de los gobiernos y bancos centrales para intervenir en la economía. Los políticos suelen optar por herramientas más flexibles que les permitan expandir la oferta monetaria, para así alimentar el clientelismo y financiar déficits fiscales. Aquí es donde entra en juego la «maquinita» de imprimir billetes, cuyo exceso dispara la inflación y rápidamente se traduce en una crisis visible en las calles.
Bitcoin emerge como la mejor alternativa
El colapso del patrón oro y la proliferación de políticas inflacionarias por parte de los gobiernos dejaron a la gente sin una alternativa real para resguardar su poder adquisitivo. Fue en este contexto que, en 2009, nació bitcoin: un activo escaso, descentralizado e inmune a la manipulación estatal. Con un suministro máximo de 21 millones de unidades, la creación de Satoshi Nakamoto es la antítesis del dinero fíat, cuya expansión puede ser ilimitada según las necesidades del gobierno de turno. Su naturaleza deflacionaria y su resistencia a la censura lo han convertido en un atractivo refugio frente a monedas que pierden valor con el paso del tiempo. No es casualidad que, en países con altas tasas de inflación, BTC haya sido adoptado como un refugio financiero por millones de personas que buscan proteger sus ahorros del saqueo monetario estatal.
De hecho, bitcoin también surgió como una respuesta directa a la crisis de 2008, la cual dejó en evidencia la falta de preparación y de previsión por parte de los líderes mundiales. A inicios de los 2000, el precio de las viviendas en EE.UU. y otros países se disparó debido a las bajas tasas de interés y la creencia de que seguirían subiendo. En este contexto, los bancos otorgaron préstamos de alto riesgo («subprime») con condiciones laxas, pero a tasas elevadas. El problema estalló cuando los precios de las viviendas comenzaron a caer y las tasas de interés subieron, por lo que muchos prestatarios, a quienes se les concedieron hipotecas incluso sin historial crediticio sólido, no pudieron afrontar los pagos. Esto llevó a una ola de incumplimientos y, en última instancia, al colapso.
Bitcoin, conforme fue tomando relevancia, empezó a ganarse la oposición de las élites gobernantes y de diversos organismos multilaterales. El resultado es que, al final, no hubo forma de seguir nadando a contracorriente. A pesar de los esfuerzos de banqueros, políticos y empresarios para desacreditarlo, sus intentos, como me gusta decir, han sido tan efectivos como tratar de detener la lluvia con las manos. En economía, aunque es posible intentar frenar las preferencias del mercado por un tiempo, lo que no hay manera de lograr es evitar que el mercado reordene las cosas. Eventualmente, es el mercado quien valida las decisiones de la gente, dando forma a los cambios de tendencia. Así, ya sea por convicción o conveniencia, aquellos que antes criticaban terminan sumándose al movimiento.
De esta forma, la criptomoneda más relevante no solo sobrevivió a las críticas y los intentos de supresión, sino que continuó creciendo hasta alcanzar una aceptación significativa en diversos rincones del mundo. Un hito clave fue su adopción como moneda de curso legal en El Salvador en 2021, bajo el liderazgo de Nayib Bukele —sí, dos o tres veces por generación, la política hace una buena—, quien vio en el criptoactivo una herramienta para democratizar el acceso financiero y reducir la dependencia de sistemas bancarios tradicionales. El impulso luego creció con el lanzamiento de los ETF de bitcoin, los cuales abrieron las puertas para que más inversores institucionales accedieran al mercado de forma más sencilla y regulada.
El clímax de este ascenso llegó con la decisión del presidente Donald Trump de establecer una reserva estratégica de bitcoin en EE. UU., un movimiento que bien podría redefinir el panorama monetario global y validar la visión de quienes, desde sus inicios, apostaron por BTC como la única herramienta realmente capaz de devolver la soberanía financiera a los individuos.
El futuro del dinero y la medida de su valor deben girar en torno a un estándar que sea resistente a la manipulación y que preserve su poder adquisitivo a lo largo del tiempo. En este contexto, bitcoin se erige como la única moneda verdaderamente libre de la influencia de gobiernos y bancos centrales, cuyo valor no depende de promesas o decisiones políticas. Mientras el dólar y el euro se tambalean bajo el peso de la deuda y la impresión descontrolada, BTC ofrece una métrica objetiva y descentralizada. Medir todas las monedas contra la creación de Satoshi tiene que convertirse en una necesidad para quienes buscan entender el valor real en un sistema monetario donde la intervención de los estados sea mínima y el mercado imponga su veredicto.
Descargo de responsabilidad: Los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias. La opinión del autor es a título informativo y en ninguna circunstancia constituye una recomendación de inversión ni asesoría financiera.