Hechos clave:
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Bitcoin ha roto paradigmas a cambio de nuevas formas de comprender la economía.
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El pensamiento científico demuestra que nuestra comprensión del mundo debe ser cambiante.
Sabemos con Schopenhauer que nuestro mundo es «representación» (Vorstellung); que incluso las ciencias teóricas y aplicadas (aunque estas en menor grado) son modelos basados en el tejido particular y en la neurofisiología del córtex humano antes que en una verdad garantizada, inmutable e independiente que esté «ahí afuera».
George Steiner, Gramáticas de la creación.
Casi todos los periodos de crisis han propiciado una revisión sobre la forma en que comprendemos el mundo en que vivimos. En distintas épocas encontramos algunas respuestas que nos permitieron con más o menos acierto enfrentar la incertidumbre.
Esta no es la excepción: la ciencia nos han permitido ver más lejos y más profundo. Se han roto paradigmas a cambio de miradas nuevas. Bitcoin es un ejemplo de esto en el ámbito económico, político y filosófico. Sin embargo, como resultado de nuestras búsquedas, los problemas se han multiplicado. Algunos hallazgos científicos se estancan o deben luchar contra una opinión pública dominada por un clima de desinformación creciente.
¿Cómo es posible esto? ¿Por qué la ciencia, uno de los esfuerzos más exitosos y nobles de la humanidad, enfrenta tantos fracasos? En ocasiones, la ciencia entra en conflicto con las creencias religiosas, sobre todo en aquellos casos donde los postulados evolucionistas contradicen las lecturas literales de las narrativas mitológicas. Quienes niegan el cambio climático o la eficacia de las vacunas, suelen ser analfabetas científicos. Incluso, fundan sus argumentos en estudios desacreditados que solo tienen valor para aquellos que están predispuestos a negar el conocimiento establecido. Pero estas no son las únicas razones.
En algunos casos, los hallazgos científicos van en contra del sentido común. De hecho, cuestionan nuestros presupuestos más profundos sobre la realidad. Por ejemplo, resulta abrumadora la idea de que incluso la materia más sólida que conocemos está compuesta, a nivel subatómico, de espacio vacío: de hecho, un 99,99%. Las escalas de tiempo, temperatura, velocidad y distancia que encontramos entre las estrellas sugieren una idea desoladora que no es fácil de aceptar: lo insignificante que es nuestra especie en la trama del universo.
Todo esto supone un conflicto. La crisis de legitimidad de la ciencia y la desconfianza del público ante los nuevos hallazgos, signos de estos tiempos, contrastan con el verdadero poder científico: la capacidad de autocorregirse. El conocimiento científico cambia constantemente y con una frecuencia que suele resultar desconcertante para el público: la sabiduría científica no es inmutable, pero la opinión pública tiende a botar el ancla una vez establecida. Y se niega a ser modificada por la marea constante de los cambios en el conocimiento científico.
Bitcoin frente a la preservación de la sabiduría científica
Toda teoría es siempre provisional. Bitcoin representa un cambio de paradigma, pero no una verdad inmutable. En la actualidad, ciertos modelos económicos establecidos han sido vistos como verdades absolutas. Y esa es precisamente una de las barreras que hay que romper: los desarrollos científicos han hecho creer a las personas que una vez hecho el hallazgo ya no hay más que agregar.
A mediados del siglo pasado, la teoría de juegos propuso que el interés individual, el egoísmo y la racionalidad, a la hora de tomar decisiones, conducen a los seres humanos a situaciones que no son óptimas. Los trabajos de John von Neumann, Oskar Morgenstern y John Forbes Nash constituyeron una revolución en la manera de interpretar la economía y la forma en que los humanos toman decisiones. Esta teoría sugiere que la expectativa sobre una elección particular depende de las otras expectativas. De modo que ninguno, en el juego, quiere cambiar su conducta -o su elección- si redunda en un bien común.
Esta perspectiva dejó atrás la concepción clásica sobre las causas y la riqueza de las naciones, postulada por Adam Smith. Según Smith «el interés individual conduce a los seres humanos, como si fueran guiados por una mano invisible, hacia la consecución del bien común». Bitcoin hereda estas premisas sobre cómo los modelos que distribuyen las recompensas pueden estimular un tipo de conducta cooperativa.
En su libro La estructura de las revoluciones científicas, el físico y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn argumentó que la «ciencia normal» persigue ciertos paradigmas dominantes: se trata de teorías y supuestos metafísicos aceptados en cada campo de conocimiento. Periódicamente, la solución rutinaria de enigmas produce resultados inconsistentes con la perspectiva dominante. Entonces sobreviene un periodo disruptivo de «revolución científica». Se establece un nuevo paradigma y la ciencia normal vuelve a operar.
Es aquí donde Bitcoin irrumpe. Del mismo modo que la teoría de juegos dejó atrás el modelo clásico de Smith, la idea de un dinero digital que no es controlado por los bancos o los gobiernos, replantea lo que creíamos saber sobre la riqueza. Esta novedad conceptual tiene numerosas implicaciones. Por ejemplo, nos acerca a la cuestión fundamental de cómo se crea valor en el mundo actual.
Pero también permite que sea visible la idea de que un nuevo paradigma no surge de la nada. El conocimiento es un proceso acumulativo. Y aunque en ocasiones determinada teoría científica sugiere una imagen menos precisa del mundo, con frecuencia revela un mundo nuevo. Por ejemplo, la perspectiva heliocéntrica del sistema solar supera la imagen copernicana geocéntrica. Pero esta mirada parte de una idea anterior de que unos cuerpos estelares giran alrededor de otros.
Paradigmas perdidos
En Bitcoin ese proceso acumulativo describe un esfuerzo de cooperación inusual. Bitcoin lleva en su fundamento la teoría de juegos y la idea de que Internet es un medio para preservar las libertades individuales. Bitcoin es, quizá, un camino para pensar nuevas ideologías con la misma atención que requieren hallazgos científicos del campo de las ciencias aplicadas.
Si es posible constituir un paradigma a partir de los logros anteriores, no debería ser imposible cambiar las ideologías que sustentamos con la sabiduría aceptada. La ideología científica que propone Bitcoin en el campo de la política o la economía puede llegar a ser desconcertante al comienzo. Ejemplifica la necesidad de cambiar de opinión en la medida que adquirimos nuevos conocimientos sobre el mundo.
Y no sorprende. Computadoras alrededor del mundo resuelven cada segundo operaciones matemáticas establecidas para hacer segura una red de intercambio de valor. Es lógico que quienes detentan el poder de los gobiernos y de las economías sientan amenazados su estatus. Es ciertamente un poder muy grande, que podría redistribuirse. Y sin duda no es fácil dejar ir un buen paradigma.
Un día Bitcoin será un paradigma perdido. Algo más novedoso y eficiente lo sustituirá (posiblemente en mucho tiempo). Esta es probablemente una de las pocas certezas que propone la ciencia. La estabilidad de los paradigmas es como las olas del mar: vienen y van. Pero como escribió David P. Barash «cada paradigma perdido se compensa con la sabiduría encontrada».
Descargo de responsabilidad: los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias.
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