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K. es un multimillonario que afirma ser el creador de Bitcoin.
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Solo los desarrolladores Gabin y Jhon respaldan su historia.
“K., sin duda estás muy loco, ya que no mides el peligro que todo esto implica. Sin embargo, una parte de mí confía en que debo seguirte.” –David.
¿Recuerdas cuando esas palabras se materializaron en tu pantalla, provenientes de un correo electrónico? En aquel entonces tantas cosas que tenías en mente hacían que palabras como esas no fueran más que una simple hojarasca en la ventisca que anunciaba una gran tormenta. Qué tarde te diste cuenta de que se inundaría tu vida y empaparía a todos tus seres cercanos. El secreto no se mantendría por mucho tiempo.
David debió de sentirse muy solo en aquella casa que guardó sus últimos suspiros. ¿Tan trabajoso era ir a verlo tan solo un día? Sí, definitivamente no soportarías ver la cara de alguien con quien construiste algo enorme, consumida por la miseria. Tanto dinero que había hecho para ti. Sí, para ti, porque fuiste tú quien se quedó con las llaves de sus bitcoins luego de su muerte. Una muerte deplorable, muestra de que hasta un veterano de guerra puede ahogarse entre sus propios desperdicios. Sin embargo, estás completamente seguro de que no podía atentar contra su propia vida como dijeron los medios. David, el más grande de los hombres, sería capaz de muchas cosas, menos de esa.
Bueno, no el más grande de los hombres. El más grande de los hombres eres tú. Tú eres el responsable de la revolución financiera, el creador de un sistema de pago entre pares que ha permeado a todos los lugares del mundo y que en el 2017 fue el término más buscado en Google. Sería una lástima que cuando decidieras salir a la luz, mostrarle a todos tu verdadera identidad, nadie te creyera. ¿Cuántos años has pasado intentándolo, K? Aquella vez en que la policía se afanó en tu casa y tuviste que huir como un delincuente con tu laptop en brazos, ¿recuerdas todo el miedo que se escuchaba en la voz de Ro? Por suerte en aquel momento pudiste escabullirte, pero todos los mineros quedaron en casa, como una prueba irrefutable de que estabas involucrado con Bitcoin.
¿Y si lo hubieras dejado hasta allí? ¿Qué hubiera pasado si un año después no hubieras aparecido diciendo que eras el verdadero Satoshi Nakamoto, y mostrando pruebas de que fuiste tú quien realizó la primera transacción con bitcoin a Hal Finney en el bloque número 9? Ese fue el comienzo de una carrera como el estafador más grande de todos, ya que muchas personas no creen en tus palabras y afirman que eres un fraude ¿Creerá Ro en que realmente estás detrás de esa identidad? ¿Quién en el mundo va a creerte si ni ella lo hace?
Por las noches, entre pesadillas, recuerdas aquel día en que expusiste las razones de tu salida a la luz como el verdadero Satoshi Nakamoto. ¿Qué te impulsó luego a enviar un correo diciendo “K. no es Satoshi Nakamoto. Todos somos Satoshi Nakamoto”? Si ya todos estaban casi convencidos, ¿por qué mandar una vida de fama y fortuna al caño? ¿pensaste en que sería mucho más divertido si todo permanecía ambiguo? No tienes remedio, K. Para ti la vida es un constante arrastrar los pasos por una cornisa mojada. Una cornisa que no hubiera existido si tú mismo no la hubieras mandado a construir.
Si tan solo pudieras conformarte con poco. Eres adicto a los trajes de corte italiano y a los habanos. Pero también eres adicto a los títulos. Como señal de hidalguía, tienes maestría en derecho, estadísticas y ciencias de la computación. Sobre la chimenea también reposa un papel que te acredita como experto en teología. En tu interior sabes que eso no es más que otra prueba que necesitabas para demostrarte a ti mismo que el único Dios verdadero eres tú, en tanto tengas la posibilidad de manejar el mundo a tu antojo. Y como creador de una moneda que haría tambalear la economía mundial, todas las herramientas estarían a tu disposición. Todos los cargos ejecutivos que ostentas solo se verían completados con un ingreso a una agencia ciberespacial y llevar la responsabilidad de la seguridad informática de toda una nación. Por suerte, recientemente lo has conseguido. ¿Ya estás satisfecho contigo, K.? ¿o todavía estas dispuesto a seguir gritando por todos lados que estás detrás de aquel pseudónimo?
Si tan solo ese no se hubiera vuelto tu Dorado, como la leyenda que contaron los indígenas para confundir a los conquistadores. Si alguien más se apropia de tu identidad y consigue las llaves, miles de millones de dólares en bitcoin estarían en riesgo. No, debes proteger a como dé lugar toda esa información. Patentar, sí, debes por fin patentar Bitcoin. Ya no basta con ser el responsable de una de sus múltiples bifurcaciones. Debes controlar algo que en principio pensaste para que fuera descentralizado. Si tan solo alguien importante, más allá de Gabin y Jhon (a quienes brindaste una cuantiosa suma de dinero) pudieran respaldar tu historia. Si tan solo alguien además de ellos creyera en tu palabra.
K. miraba en el espejo un rostro casi borrado por tantas veces que había sido fotografiado y reproducido en la Internet. Pronunciaba esas palabras de reproche en medio del rasurado matutino. A veces se sentía asqueado de la vida que le tocó llevar.
Rosa abrió la puerta del baño en un lujoso pent house de la calle X de Londres. Usualmente, su esposo no tardaba tanto tiempo allí: odiaba la pérdida de tiempo. De hecho, sus hobbies siempre tenían que ver con realizar un poco más de trabajo extra. Aunque ella nunca estuvo de acuerdo con todo el asunto de Satoshi Nakamoto, en algún punto comprendió que de esa manera podrían hacer más dinero para mantener la vida a la que estaban acostumbrados, por lo que se resignó a ayudar en lo que pudiera, tal como había hecho con todos los otros negocios.
– ¿Sucede algo, querido? Preguntó ella con legítima preocupación.
– Nada, es solo que recordé a David esta mañana, e imaginé lo terrible que fueron sus últimas horas de vida, atado a esa silla de ruedas y a una vida de inválido que ni todos los códigos del mundo podían cambiar.
– ¿David? ¿Una vez más estás pensando en Satoshi Nakamoto? …No te imaginas lo difícil que es a veces estar casada con dos personas distintas. Sé que al principio era algo excitante, pero a veces… a veces…
La voz de la mujer se quebró en un reproche que llevaba años cocinándose y que de tanto ser tragado no pudo terminar de decirse.
– Tranquila, Ro. Yo siempre tengo presente lo que debo y no debo hacer. Mi compromiso es contigo, con nadie más. Pero ya ves, una mentira que todos consideran cierta se convierte finalmente en una verdad establecida, ¿no?
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Imagen destacada por Marina P. / stock.adobe.com
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