Hechos clave:
-
La identidad de Satoshi Nakamoto continúa en el misterio...
-
¿Alguien con suficiente fuerza de voluntad puede descubrirla?
Capítulo anterior: El rostro de Satoshi – Parte I
Hay cosas que deberían permanecer en secreto. Aun así, allí estaba él, solo en el taller otra tarde, dibujando en yeso el rostro de Satoshi Nakamoto. Sin máscara. Justo como su hija había querido.
¿Por qué le obsesionaba tanto y tanto averiguarlo? Nunca se lo preguntó. Quizás era porque Satoshi parecía una especie de mesías, un alien, un genio inusual, inalcanzable. Descubrir quién o quiénes se escondían tras el apelativo sería ver las maravillas al final de arcoíris, revelar al mundo una fuente de prodigios, un libro prohibido de magia para abrir portales hacia el futuro.
A Lara, tal vez a nadie, se le ocurrió que solo hallaría humanos corrientes tras la inefable puerta. Tampoco se le ocurrió que los humanos corrientes eran lo más extraordinario y terrible que se podía encontrar tras cualquier umbral.
**
De: Noah
Asunto: La visita
No puede ser verdad.
—
De: Xiao
Asunto: La visita
Sus placas parecían bastante reales, en mi opinión.
—
De: Larisa
Asunto: La visita
Tan reales como el suelo que piso, lo mismo da. No interesan sus placas. Sus palabras es lo que interesa. He intentado pensar… ¿por qué inventarían algo tan rocambolesco? Hay mejores maneras de asustarnos. Más verosímiles, además.
—
De: Noah
Asunto: La visita
Totalmente de acuerdo. Pero entonces significa… ¿que no lo inventaron?
—
De: Xiao
Asunto: La visita
Tal vez no. Tal vez cambiaron el desenlace a su favor. ¿No es eso lo que hacen?
—
De: Noah
Asunto: La visita
“A favor de la humanidad”, fue lo que dijeron.
—
De: Xiao
Asunto: La visita
A favor de sus traseros. No puedes creerles. No podemos. Bitcoin… Bitcoin continuará.
—
De: Larisa
Asunto: La visita
Incluso si lo queremos o no. ¿Qué es lo que pretenden? Bitcoin está fuera de nuestras manos ahora.
—
De: Noah
Asunto: La visita
Dejaron muy en claro lo que pretenden, Larisa. Quieren las llaves, “por si acaso”.
—
De: Xiao
Asunto: La visita
Que vayan y se las pidan a Henry y Daniel, ¿no?
—
De: Noah
Asunto: La visita
Sabes que no lo harán. Quieren solo las nuestras.
—
De: Larisa
Asunto: La visita
No las tendrán. Quemémoslas.
—
De: Xiao
Asunto: La visita
Por mucho que me duela… concuerdo. Pero, ¿no será manipulación? Tal vez eso es justo lo que pretenden que hagamos.
—
De: Noah
Asunto: La visita
No lo sé. Aún me estremezco solo de pensar… en fin. Ninguno de nosotros hubiera pensado en un efecto dominó de tal magnitud.
—
De: Xiao
Asunto: La visita
¿No era eso lo que queríamos, después de todo? ¿Cambiar el mundo? Alegrémonos. Lo logramos… lo lograremos.
—
De: Larisa
Asunto: La visita
A Daniel y Henry les hubiera encantado oírlo, pese a todo. Ya no sé tampoco si debamos quemar nuestra última brizna de control…
**
Encontró el rostro perfecto a casi tres meses de iniciar su búsqueda. Lo moldeó en yeso con el máximo de los cuidados, con la máxima de las precisiones, y se sentó frente a él durante dos horas, sólo observándolo; con las manos aún manchadas de blanco.
En algún momento de esas dos horas, comenzó a llorar al silencio vacío, en medio de su polvo de estrellas. No importaba, Lara, nunca importó. Bitcoin era lo que era, y ya está. Los hombres o mujeres tras su creación eran un detalle. Duendecillos sobre hombros de gigantes. La humanidad había parido a Bitcoin como otro producto más de su evolución. No era mágico, ni mesiánico. Sólo era otro paso. Satoshi Nakamoto lo sabía, mejor que nadie.
Compró un bloque de mármol de un metro y medio de altura y cambió la herramienta entre sus dedos por una más adecuada. Ahora que tenía el modelo blando, era tiempo de inmortalizarlo en piedra.
**
De: Xiao
Asunto: —
Dios ha muerto.
—
De: Larisa
Asunto: —
Dios ha muerto.
—
De: Noah
Asunto: —
… Dios ha muerto.
**
En lugar de piedra, parecía piel y carne nívea, inmaculada. La mano masculina, extendida hacia abajo, estaba grabada de ceros y unos en multitud, forjando una espiral que subía hasta el corazón. La mano femenina, la izquierda, se alzaba con delicadeza hacia el cielo, sosteniendo una moneda decorada con una B característica.
La figura estaba cubierta por lo que parecía ser un velo finísimo transformado en piedra en pleno movimiento, aunque se podía distinguir en su pecho que era mitad femenina y mitad masculina. Pero su rostro era lo que más llamaba la atención.
O, se debería decir, sus múltiples rostros. Seis rostros componían su cráneo irregular. A simple vista, de frente, de distinguían dos ojos distintos mirando hacia arriba. Uno era más fino que el otro. Entonces te fijabas que la mitad de la boca también era más fina. Saltabas a los pómulos, a la nariz, al pelo, y todo lucía cortado a la mitad. Eran dos rostros, fusionados en uno.
Girando a su alrededor, podías ver el resto de las caras. La mujer estaba a la izquierda, había un joven a la derecha y una sonrisa malévola justo detrás, mirando con ojos sombríos.
Aquella era la escultura más extraña y más hermosa de todo el cementerio. Lionel bajó la vista de su obra, grabada al pie como “El rostro de Satoshi”; y posó sus ojos en la lápida que adornaba.
“Lara Smith.
Querida hija y hermana.
Encontró su rostro.
1985 – 2022”
Mike, su único otro hijo, posó un ramo de flores blancas sobre la tumba y regresó para apretar su hombro.
Ninguno sabía cómo había muerto Lara. Solo que había desaparecido un día y sólo la volvieron a ver cuándo un par de policías fueron a buscarlos para identificar el cuerpo. Lo habían hallado en la costa. Sin señal de violencia o envenenamiento. Se ahogó, fue la explicación oficial.
No oficialmente, entre otras cosas, Lara dejó un disco duro encriptado en casa. Solo contenía trozos de chats muy viejos entre dos, luego seis, luego cinco y luego tres personas. Lara se había llevado el rostro de Satoshi y mucho más a la oscuridad. Él no podía ni atreverse a pensar en qué. Solo sabía que eso se la había arrebatado.
— Dios ha muerto —musitó.
Imagen destacada por andrys lukowski / Stock.adobe.com
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.