Hechos clave:
-
Las personas pueden llegar a conocer las criptomonedas por muy distintos medios
-
Maya y Renard son un ejemplo de dos usuarios muy distintos
Maya leyó un día sobre una pizza que costó millones de dólares y se preguntó si estaba hecha de oro comestible o algo por el estilo. Para su sorpresa, era una pizza de lo más corriente. Papa John’s, con cebollas y pimientos. La compró un programador en 2010, utilizando una especie de moneda virtual.
El caso fue que la pizza no tenía nada de especial —comparándose con otras pizzas del mundo—, sino que esa moneda virtual fue la que resultó en sorpresa. Cuando Laszlo Hanyecz, el comprador de la famosa pizza, decidió gastar sus monedas digitales, le dio el equivalente a 30 dólares a Jeremy Sturdivant, un compañero de foro. Para entonces, ese equivalente eran 10.000 bitcoins. Siete años después, tras mucho sube y baja, la criptomoneda llegaría a valer 20.000 dólares la unidad. Se podría decir que Laszlo cambió unos potenciales 200 millones de dólares por una pizza de Papa John’s. Con cebollas y pimientos.
La historia le daba risa, pero también le permitió conocer a Bitcoin. Después de leer aquello en algún top de curiosidades, Maya decidió investigar más sobre esa casi milagrosa moneda. Descubrió que, en realidad, de no ser por esa compra casi insignificante, Bitcoin quizás no hubiera empezado a adquirir valor. Descubrió que se podía abrir una cartera en cualquier momento, en cualquier lugar, por cualquier persona; sin necesidad de documento alguno. Sólo Internet y algún equipo. Si no había equipo disponible, una cuenta en una casa de cambio también podía servir para hacer transacciones, aunque fuera con una computadora o teléfono inteligente prestado.
Eso fue lo que atrapó a Maya. Bitcoin incluía a todos. Y su trabajo era incluir a todos.
*
Renard simplemente la necesitaba, pero sabía, o al menos su cerebro sabía, que no podía utilizar ninguna de sus cuentas bancarias para comprarla. PayPal también estaba fuera de consideración por el mismo motivo: otro movimiento sospechoso más y se acabó. Sin embargo, la necesitaba. Su respiración era irregular. Estaba sudando balas y sus manos temblaban. Algo como unos dedos viscosos se apretaba alrededor de su cuello. La necesitaba, la necesitaba ahora mismo.
Su proveedor usual estaba fuera de la ciudad y comenzaba a desesperarse. Sabía bien en qué lugares y a qué hora podría conseguir más, pero, a la vez, era demasiado cobarde para enfrentarse a ese peligro. Por eso estaba allí, frente a su computador en medio de la penumbra, siguiendo trémulo las instrucciones de un amigo para entrar en la Darknet.
En Silk Road se podía pagar con una moneda digital o algo así. En el banco no le dirían nada por comprar algún puñado de dinero para videojuegos, suponía. Fue menos complicado de lo que esperaba: descargar una aplicación, abrir una cuenta en una página, pedir una orden. Bitcoins frescos para gastar en lo que necesitaba.
Bitcoin, “moneda de bits”. Que original. Su pie inquieto no descansó hasta que pinchó en una segunda orden de compra, esta vez utilizando pedacitos de bits como pago. No es que tuviera mucha cabeza para leer en esos momentos, pero por ahí había cruzado la idea de que Bitcoin era anónimo. Eso le bastaría por ahora.
*
Con el tiempo, Maya descubrió que había más criptomonedas además de Bitcoin. Estas ofrecían diferentes funcionalidades, desde contratos inteligentes hasta cosas que, en definitiva, no era capaz de comprender muy bien. Por eso optó por quedarse con BTC, de momento.
Había comprado un poco por pura curiosidad en principio, mas los años la habían ido recompensando por ese lado y decepcionando por el de burocracia infinita de las entidades bancarias o centralizadas. Bitcoin era sencillo de usar, podía enviarse a cualquier parte del mundo en sólo minutos y nadie podía entorpecer su camino con papeleo innecesario.
Por eso había decidido aceptarlo como método de pago para las donaciones de Hope Light, su fundación de ayuda a poblaciones vulnerables. Esa tarde vería a Javier y su familia con buenas noticias gracias a una donación especialmente generosa de 1 BTC completo: podrían comprar la silla de ruedas y las muletas.
No sabía —no podía saber— quién había enviado esa cantidad, pues a la fecha había recibido apenas algo por esa vía. No era muy conocida aún, la verdad. Pero sería muy bien empleada la donación, sin lugar a dudas. Sonrió, pensando en la cara que pondría Javier. Tal vez podría convencerlo al fin de abrirse una cuenta en alguna casa de cambio, ya que no tenía la constancia necesaria para abrirse una regular en un banco…
Bancarizar a los desbancarizados con Bitcoin, sí. La idea le gustaba. Bien, tal vez no sólo con bitcoin. ¿Quizás alguna otra criptomoneda podría serle útil también?
*
Otras criptomonedas también eran útiles. Eso fue lo que descubrió tras el cierre de Silk Road, cuando se mudó a AlphaBay. Monero era lo más para el anonimato, al parecer, porque en realidad Bitcoin no era demasiado anónimo. Nadie “normal” podía saber quién estaba al otro lado de direcciones al azar, pero si relacionaban tu dirección contigo podían ver todas tus transacciones al derecho y al revés, con fechas, bloques y otras menudencias. No muy conveniente.
Monero era ligeramente más engorrosa de usar que Bitcoin, pero no importaba. La privacidad valía la pena, en especial cuando estás haciendo compras en la Darknet. Así que conservó algunos BTC, pero la mayoría de sus pagos comenzó a hacerlos en XMR.
Se preguntaba cuánto tiempo tardarían los polis en atrapar a los de AlphaBay y, más aún, cuánto tardarían en prohibir el uso de Monero o algo así. Temía que ese momento llegara. Todos los mercados ilegales estaban condenados a llegar a un solo fin, pero con Monero aún guardaba esperanzas. Las criptomonedas eran descentralizadas, es decir, nadie las controlaba, y, por tanto, a nadie se le podían pedir cuentas. No eran empresas que pudieran cerrarse, sin más.
Presentía que aún tenía muchos años para hacer un excelente uso de las ventajas que ofrecía Monero.
*
Monero parecía sospechosa a simple vista, pero en realidad tenía sus ventajas sobre otras criptomonedas, Bitcoin incluido. Quizás la mayor de ellas, además de la privacidad, era la minería: mientras que para poder minar (crear o emitir) nuevos bitcoins ya era necesario poseer equipo especializado —y costoso—; para minar Monero apenas se requería de CPU. Es decir, se podía producir dinero tan sólo dejando encendido un CPU. Y esto es algo que supo aprovechar muy bien el servicio llamado Coinhive.
Cuando leyó al respecto por primera vez, Maya creyó que era una especie de virus. Los administradores de páginas de dudosa reputación introducían una pequeña línea de código en sus sitios web para poder utilizar el poder del CPU de sus visitantes con el fin de minar Monero y así hacer un extra en ganancias.
Pronto descubrió que los mineros web, como Coinhive, en realidad no eran virus. Podían configurarse para ocupar muy poco poder de procesamiento por parte de los visitantes, al punto en que ellos ni siquiera notarían que estaban ayudando a crear nuevas criptomonedas. Y, sobre todo, tenía que conseguirse la autorización de dichos visitantes: bastaría un anuncio de consentimiento, como el que casi todas las páginas tenían para advertir que usaban cookies. De esa forma, los mineros web planeaban usarse como una alternativa a la publicidad para generar ganancias del contenido.
Claro que ella encontró allí otra posibilidad igual de interesante. Una que, hasta los momentos, Bitcoin no le había permitido llevar a cabo gracias a los costes operativos. Desde hace años le rondaba por la cabeza aquel episodio en que su hermano tuvo que pasar unos días en prisión tras ser atrapado en una redada en un bar, debido a que en casa no tenían cómo pagar la fianza. Luis había tenido que aguantar mal la travesura.
Por otro lado, sabía que, en comparación, otros la habían tenido peor. Personas inocentes acababan en la cárcel todo el tiempo, esperando por juicio, sin poder salir hasta no pagar esa fianza que no tenían como cubrir.
Quizás Monero podría ayudar con eso ahora.
Vaya a la segunda parte: Una herramienta digital – Parte II
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.