Las criptomonedas y blockchain son, por esencia, tecnologías distribuidas y descentralizadas. Sí, bancos y empresas de todo el mundo se han empeñado en desarrollar sus propias blockchains centralizadas para alimentar el falso binomio centralización-seguridad. Pero lo cierto es que la revolución que supone blockchain no se reduce a una base de datos distribuida; es una tecnología descentralizada, cualquier tipo de centralización la desvirtúa o limita sus posibilidades.
Los límites de la centralización se observan también con claridad en el ámbito normativo. Bienintencionados o por avaricia tributaria, justificándose en protección al consumidor y reducción de la criminalidad, cada vez son más los países que imponen regulaciones para el comercio de criptomonedas. Y al desconocer a profundidad este naciente ecosistema, muchas veces han impuesto controles torpes e inadecuados a la tecnología, tan solo por la premura de hacer pasar a los negocios de criptomonedas por el tamiz centralizador de las regulaciones.
Al igual que un árbol puede devenir bosque si se siembra en un terreno libre y amplio, al florecimiento de negocios de criptomonedas, como casas de cambio, las ha ayudado a crecer la anomia o laxitud normativa de distintos países. Donde no han intentado controlarlas y centralizarlas, han nacido mercados fértiles. Por el contrario, las regulaciones excesivas e injustas han producido éxodos de empresas, dejando tras de sí mercados aparentemente marchitos, pero que en realidad han derivado en el florecimiento de mercados subterráneos, ocultos al ojo regulador, intocables para la mano centralizadora.
Ya la breve historia de las criptomonedas nos confirma esto. Fue el caso de la BitLicense neoyorquina; de las fieras prohibiciones en China; de múltiples ICO que dejaron de aceptar inversionistas estadounidenses por las resoluciones de la SEC; y, últimamente, es el caso de Japón y Corea del Sur. Todos estos mercados crecieron con rapidez cuando la libertad lo permitía, y decayeron o frenaron su avance dependiendo de la estrechez de la regulación que les fue impuesta.
A la larga, esto poco afecta a los negocios de criptomonedas, como perjudica a los países que dictan estas regulaciones. Debido a la naturaleza digital de este tipo de negocios, con migrar a países no regulados o con regulaciones más favorables –Suiza y Malta han devenido en paraísos criptográficos–, lo más probable es que mantengan la salud de sus proyectos. Por su lado, como ya se comentó, los países demasiado estrictos quedan rezagados en la carrera tecnológica, desaprovechando sus beneficios.
Con todo, es ingenuo pensar que la anomia vinculada a las criptomonedas perdurará por mucho tiempo. La realidad de nuestra época es la de los Estados-nación, donde el Imperio de la Ley se impone siempre en mayor o menor medida, a menos de que el Imperio que se imponga sea el de la tiranía. Independientemente de adónde emigren, a todas las casas de cambio les llegará la hora de ser reguladas. Pero esta es precisamente la realidad que ponen en entredicho Internet y blockchain.
Ya hemos visto cómo los ciudadanos chinos siguen comerciando con criptomonedas, de forma subterránea, utilizando palabras claves para eludir la prohibición. También en Rusia, en septiembre de 2016, se llegó a censurar el comercio en LocalBitcoins. No obstante, para la semana del 28 de abril de 2018, casi 3 millardos de rublos fueron comerciados en esta plataforma, máximo histórico en el volumen de transacciones del país. Y es que plataformas como LocalBitcoins ponen de relieve la impotencia de la centralización frente a la descentralización.
Muchas casas de cambio en la actualidad, a pesar de operar con criptomonedas, mantienen la tara de la centralización. El servicio que proveen es el de intermediarios –precisamente el elemento de la ecuación que blockchain está llamado a eliminar. Claro, es más sencillo mantener un modelo de negocio que ha demostrado funcionar en el pasado, que esforzarse en crear uno nuevo.
El problema con esta pereza creativa es que es caduca, se encamina a la extinción. Cada día nuevos negocios, más fieles a los principios fundamentales de esta tecnología, se esfuerzan en desarrollar plataformas de intercambio entre pares, donde la intermediación es debidamente eliminada o reducida al mínimo. Así, han proliferado los mercados de intercambios descentralizados como LocalBitcoins, LocalEthereum, LocalMonero, que solo ofrecen el espacio para que los comerciantes negocien en sus propias condiciones, protegiendo sus fondos en un sistema de garantía bloqueada o escrow. Sin embargo, en estas plataformas aún persiste un grado de intermediación, pues mantienen los fondos de sus usuarios mientras comercian en la plataforma, haciéndolos potenciales presas de hackeos y robos.
Otras plataformas se han servido de la misma blockchain para ir un paso más adelante en el camino que profundiza la descentralización. Tal es el caso de Hodl Hodl, casa de cambio descentralizada que se vale de contratos multifirma (P2SH) para sus operaciones. Así, los fondos intercambiados se mantienen en el escrow del contrato hasta que las partes consientan en liberarlos con sus correspondientes llaves, de manera que nunca son manipulados por la compañía.
Pero la propia tecnología tiene la potencialidad de descentralizar aún más la forma en que se intercambian criptomonedas. Mediante intercambios atómicos o cross-blockchain atomic swaps, se posibilita el intercambio de criptomonedas entre blockchains distintas, siempre y cuando trabajen con el mismo algoritmo hash. A través del uso de contratos de tiempo o hash time-locked contracts, los fondos que las partes decidieron comerciar permanecen bloqueados hasta que ambos reconozcan que han recibido su dinero, esto mediante el uso de llaves criptográficas. En caso de que solo una de las partes reconozca haber recibido el pago, pasado el tiempo estipulado, los fondos emitidos regresan a sus respectivos dueños, imposibilitando el robo de criptomonedas. En esto radica la atomicidad de la transacción: el intercambio se da en su totalidad, o no se da.
Los intercambios atómicos harían dispensables las casas de cambio de criptomonedas. Con todo, aún esta tecnología se encuentra en estado experimental, si bien ya se han realizado múltiples intercambios entre cadenas. Además, tiene la limitación de no poderse intercambiar con monedas fiat, por lo que tendría que utilizarse otro tipo de intercambio descentralizado, o esperar a que bancos o negocios habiliten las transacciones de dinero fiduciario sobre blockchains. Aun así, los intercambios atómicos no son la única herramienta que está siendo desarrollada para posibilitar la interoperabilidad entre blockchains, por lo que quizás otro método descentralizado le salga al paso a los intercambios atómicos.
Como puede verse, la descentralización es inminente. Las fronteras entre países cada día se hacen más porosas, las herramientas son cada vez más globales, y aplicar regulaciones centralizadoras en un ecosistema descentralizado resulta, por lo mínimo, complicado. Cada vez se hace más patente que aún con las regulaciones más agresivas, poco será el éxodo de casas de cambio pues estas serán dispensables. Quizás queden como recurso para quienes se mantengan en la ilusión del falso binomio centralización-seguridad.
Con regulaciones o sin regulaciones, de manera abierta o secreta, quienes quieran comerciar criptomonedas, comerciarán criptomonedas. Esta es la libertad que confiere la descentralización. Pueden cerrar casas de cambio físicas pero, ¿cómo hacer cumplir las regulaciones en el caso de las digitales? Más aún, ¿cómo regular mercados de intercambio entre pares? ¿Cualquiera que comercie en Localbitcoins tendrá que ser un inversionista certificado? ¿Excluirán de invertir, como en los mercados tradicionales, a aquellos que no sean suficientemente ricos y nos olvidaremos para siempre de democratizar las finanzas? E insistimos en esta pregunta, ¿cómo forzarán a encajar en regulaciones centralizadoras a tecnologías descentralizadas?
Con todo, la libertad necesita, para no ser viciosa, de responsabilidad. Y la verdadera responsabilidad, la entereza para responder por la propia palabra o acción, es algo que se forma con educación. Ahí es donde deben colocar sus esfuerzos los reguladores una vez acepten la impotencia de la centralización frente a la descentralización, una vez acepten que los comerciantes de criptomonedas seguirán negociando a pesar de los riesgos, y que, como adultos, deben hacerse responsables por sus pérdidas tanto como por sus ganancias.
Una vez concienticen que el perjuicio del extremo proteccionismo es crear una sociedad infante, ignorante e irresponsable, deberán enfocarse en profundizar la educación financiera. En vez de negarle al niño el fuego porque puede quemarse, la verdadera educación pasa por enseñarle cómo utilizar el fuego a su favor, cómo hacer civilización con el fuego.
Si bien será inevitable la regulación, y puede que en algunos casos llegue a ser favorable para allanar la tierra en que se sembrará la tecnología, puede que la misma naturaleza de blockchain termine haciendo caducos estos esfuerzos por pasar a las criptomonedas por el tamiz centralizador.
La naturaleza de las criptomonedas es distribuir y descentralizar. Si se intenta hacerlas crecer dentro de cajas, se obtendrán bonsais, o bien el abundante ramaje de esta tecnología terminará rompiendo sus paredes, como un árbol cuyas raíces penetran en las tuberías del edificio contiguo. Con el desarrollo de blockchain, con regulaciones o sin regulaciones, todo lo que pueda ser descentralizado, será descentralizado.
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