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En Argentina, como en otras economías, son dos los principales beneficiarios de la inflación.
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Bitcoin es un refugio frente al cataclismo monetario.
Adam Dubove es columnista de CriptoNoticias, puedes ver todas sus publicaciones aquí.
6,0%; 6,6%; 7,7%; 8,4%. Hasta el momento esta secuencia termina con un 7,8%. Los números son acompañados por distintas escenas que a esta altura ya se han convertido en clásicos de los medios locales.
Un grupo de periodistas intentando adivinar cuanto cuesta un carro de supermercado con distintos productos; alguna declaración surreal de algún funcionario del gobierno; un reportero por las calles de Buenos Aires preguntando a los que caminan por ahí si llegan a fin de mes con su salario. La escena se repite todos los meses cuando se anuncia que la inflación en Argentina volvió a aumentar.
Pero la inflación en Argentina, no es ninguna una puesta en escena. Las penurias son tangibles, y la inflación es una dura realidad.
Con una tasa del 114% en el último año, la inflación en Argentina es el problema más grave que tiene la economía del país, entre los muchos problemas que tiene. Sus efectos lo notan desde la persona que recibe su salario y que cada vez puede comprar menos cosas, el comerciante que debe remarcar sus precios varias veces al mes, y hasta el emprendedor quiere hacer una proyección económica a un año.
Sin embargo, en este escenario en el cual a los perdedores ya los conocemos todos, los ganadores permanecen en la sombra.
A diferencia de lo que ocurre en una transacción voluntaria en el mercado, donde a priori ambas partes consideran que se beneficiarán de la transacción, y ambas ganan, en el caso de la inflación es distinto. Es un juego de suma cero, donde lo que ganan unos es lo que pierden los otros.
“La inflación siempre beneficia a algunos grupos de la población antes que a otros, y más que a otros grupos. Y en la mayoría de los casos, beneficia a estos primeros grupos a expensas directas de los otros grupos”, explicaba el educador Henry Hazlitt.
Esto se debe al llamado Efecto Cantillon, en alusión al economista fisiócrata Richard Cantillon, quien en el siglo 18 describió como la emisión monetaria no afectaba a todos por igual, sino que quienes reciben el “dinero fresco”, recién emitido, contaban con una ventaja frente al resto. El dinero tiene que entrar de alguna manera a la economía. No es distribuido desde un helicóptero, de forma equitativa. Por lo que quienes reciben el dinero primero pueden gastarlo antes de que el mercado note el incremento de la oferta monetaria y ajusten sus precios en consecuencia.
En otras palabras, cuánto más cerca se esté de las esferas del poder político, más factible es que se vea beneficiado por la inflación.
En Argentina, como en otras economías, los principales beneficiarios de la inflación son dos: el gobierno y los bancos. En el caso del primero, recibe financiamiento directo del banco central a través de la compra de deuda gubernamental con dinero recién sacado de la imprenta (o en un nuevo asiento contable), o través de los llamados adelantos transitorios: créditos que el banco central argentino le extiende al gobierno.
Los bancos, por otro lado, compran títulos de deuda emitidos por el banco central, en una operación que genera a la autoridad monetaria la obligación del pago de intereses mensuales, que provienen, como no podía ser de otra forma, de la emisión monetaria.
“Los precios suben por el ascensor, los salarios por las escaleras”
Una frase popular en Argentina, acuñada por el expresidente Juan Perón, responsables del desastre inflacionario argentino a mediados de la década de 40 y la primera mitad del 50, refleja con precisión los efectos no neutrales que tiene la emisión monetaria. Aunque la frase contiene un error, distingue a los salarios de los precios, pero los salarios también son precios. Más allá de este problema, la frase logra transmitir la idea del efecto desigual que tiene la inflación sobre la población.
Y claro, como buen político intervencionista, la frase de Perón se enfoca en los aumentos de precios, no en el origen de la inflación que es la emisión monetaria. Esta estrategia ha sido utilizada desde tiempos inmemoriales por quienes, sin defender la inflación, pretenden desviar la discusión desde los verdaderos responsables —es decir el gobierno y su banco central— hacia empresarios y comerciantes.
De hecho, cuando uno busca acerca de quiénes se benefician con la inflación en Argentina, la mayoría de los análisis se enfocan en los sectores que más ajustaron sus precios, y cómo los supuestos “formadores de precios” se enriquecen con la inflación.
Los niveles de inflación en Argentina han diluido la “ilusión monetaria” que genera este fenómeno monetario. El peso argentino hace tiempo perdió su función como unidad de cuenta. Los asalariados ya no creen estar mejor porque su nivel de ingresos aumenta nominalmente.
El impacto de la inflación de esta magnitud impacta en el bienestar y la calidad de vida de cada uno, que el número aumente ya no significa nada. Y sin embargo, hay un número significativo de periodistas y analistas desfilando por los medios que, aunque no lo aplican para analizar sus finanzas personales, se enfocan en aumentos nominales para acusar a las empresas de enriquecerse con la inflación. Hipocresía pura.
Bitcoin arregla esto
La altísima inflación en Argentina, un problema crónico para el país, ha llevado a los argentinos a refugiarse en el dólar. Pese a que la moneda estadounidense haya perdido el 98% desde la creación de la Reserva Federal, los argentinos ven en el dólar un refugio seguro, una moneda sólida.
Claro, frente al peso argentino, la gran mayoría de las monedas fiduciarias alrededor del mundo podría ser considerado dinero duro. Lamentablemente, el dólar es una trampa similar, pero que se ejecuta a menor velocidad y con menor impacto en la vida diaria.
“Debe confiarse que el Banco Central no degrade la moneda, pero la historia del dinero fíat está repleta de brechas de esa confianza”, escribió Satoshi unos meses después de poner en funcionamiento la red Bitcoin, un refugio, que estará allí, cuando la gente necesite un santuario frente a al cataclismo monetario.