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Quien asuma el papado dentro de 20 años no podrá ignorar a Bitcoin.
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El próximo papa será alguien que haya visto el colapso de varias monedas nacionales,
El papa León XIV, antes conocido como Robert Prevost, acaba de comenzar su pontificado. Con 69 años al momento de su elección y teniendo en cuenta la esperanza de vida actual, es razonable suponer que podría conducir la Iglesia Católica durante alrededor de dos décadas, si la salud lo acompaña.
Eso nos lleva a imaginar un futuro no tan lejano, alrededor del año 2045, en el que un nuevo papa sea elegido. Y si el mundo sigue la dirección en la que avanza hoy, es inevitable plantearse algo que hoy quizás suena a herejía para algunos, pero a simple proyección para quienes seguimos de cerca las transformaciones económicas y tecnológicas: el próximo papa sabrá sobre Bitcoin.
León XIV no ha dicho una sola palabra sobre criptomonedas ni sobre bitcoin. Ni falta que hace: tiene otras prioridades como la inteligencia artificial, la ética digital, el trabajo y la evangelización en sociedades secularizadas que ya ha dejado claras en sus primeros discursos.
Esa omisión a bitcoin por parte del sumo pontífice es también una señal de época. Estamos en un momento histórico en el que todavía es posible, desde el liderazgo religioso más influyente del mundo, mirar hacia otro lado cuando se habla de dinero descentralizado, inflación estructural o colapso del sistema fíat.
Pero esa ventana se está cerrando. Quien asuma el papado dentro de aproximadamente 20 años no podrá ignorar el tema. Para entonces, bitcoin probablemente habrá dejado de ser una novedad o un instrumento especulativo, y se habrá consolidado como columna vertebral —o, al menos, una parte sumamente importante— de una nueva arquitectura financiera. Ya no se tratará de “hablar sobre bitcoin”, sino de comprender el mundo a través de bitcoin, con todas las consecuencias filosóficas, económicas, políticas y hasta religiosas que eso conlleva.
Desde CriptoNoticias venimos documentando día tras día cómo bitcoin va ganando terreno en la mente de individuos, comunidades, empresas, fondos de inversión, gobiernos y hasta naciones-estado.
Y bitcoin gana terreno no por moda ni por marketing, sino por necesidad. Porque el dinero tradicional está fallando, porque las monedas estatales de curso forzoso ya no cumplen sus funciones básicas (específicamente por no ser ya una buena unidad de cuenta estable en el tiempo, ni reserva de valor) y porque el ahorro, como acto civilizatorio, necesita un terreno más sólido que el capricho de un banco central o el delirio fiscal de un Estado en crisis.
El papa que venga después de León XIV será, posiblemente, un millennial (término que describe a alguien nacido entre 1981 y 1996, aproximadamente). Un hombre que creció ya no bajo la sombra de la Guerra Fría, como Francisco, ni en la inercia del mundo postindustrial, como León XIV, sino en un entorno digital, global e hiperconectado. Alguien que haya visto el colapso de varias monedas nacionales, que haya vivido la disrupción bancaria del dinero digital, y que quizás haya tenido acceso a una wallet de bitcoin.
Ese futuro pontífice no podrá responder con silencio. No podrá limitarse simplemente a repetir como un mantra bíblico que “el amor al dinero es la raíz de todos los males”, como si bitcoin fuera apenas otra forma de codicia.
Tendrá que entender, y explicar, que bitcoin no es dinero para amar, sino dinero para protegerse, para sobrevivir, para construir justicia donde antes solo había manipulación y dependencia.
Deberá entender que Bitcoin no es el enemigo de la esencia del Evangelio. Es, en muchos sentidos, una herramienta que puede fortalecer la dignidad humana, al ofrecer a cada persona el derecho a ahorrar, a intercambiar y a proteger el fruto de su trabajo. ¿Qué podría haber de contrario a la moral cristiana en eso?
¿Y si el próximo papa ya es bitcoiner?
¿Y si el próximo Papa no solo sabe de bitcoin, sino que lo valora? ¿Y si tiene una comprensión profunda del rol que cumple en el orden natural de la libertad y la responsabilidad personal? Nada de eso es descabellado.
Hoy muchos jóvenes sacerdotes católicos, pueden ya estar expuestos a esas ideas porque quieren entender el mundo al que están llamados a evangelizar. Y ese mundo, en pocas décadas, probablemente será un mundo bitcoinizado (en mayor o menor medida, pero no tengo dudas de que lo será).
El sucesor de León XIV será elegido por cardenales que habrán vivido una transición de modelos económicos. Quizás no todos estarán a favor de bitcoin, pero ninguno será indiferente.
Tal vez en ese momento, bitcoin ya no sea tema de polémica, sino de doctrina como parte del debate teológico sobre qué tipo de estructuras económicas sirven mejor al bien común.
Hoy la mayoría de los líderes religiosos —católicos y no católicos— siguen hablando del dinero como si nada hubiera cambiado desde Bretton Woods. Siguen pensando en términos de bancos centrales, tasas de interés y dinero fíat impreso por decreto. Pero eso no durará. Bitcoin está redibujando el mapa del poder económico. Y si la Iglesia Católica quiere seguir hablando al corazón del hombre contemporáneo, tendrá que hablar también sobre el dinero en sus formas actuales.
El papa León XIV ha opinado sobre inteligencia artificial y ética digital, pero la cuestión monetaria sigue pendiente. Quizás él mismo llegue a abordarla en los años por venir. Quizás no. Pero de algo podemos estar seguros: el próximo papa no podrá esquivarla. Porque bitcoin será, para entonces, tan parte del paisaje humano como lo es hoy internet. Y porque, como toda transformación profunda, exigirá una respuesta moral, espiritual y también institucional.
Es probable que el próximo papa no solo sepa sobre bitcoin. Es probable que entienda por qué existe.
Descargo de responsabilidad: Los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias. La opinión del autor es a título informativo y en ninguna circunstancia constituye una recomendación de inversión ni asesoría financiera.