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Es un error equiparar la lucha individual por la privacidad con la del Estado por la seguridad.
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Lo que importa de las tecnologías no es su finalidad, sino el alcance de su aplicabilidad justa.
El Internet del futuro podría estar regulado por una base de datos global que asocie la identidad del mundo real de las personas con su identidad virtual en la red. Un proponente de una regulación de este estilo como Bill Gates aduce, aunque no sin reservas, que la libertad de expresión no es un principio incuestionable. Que no es un axioma.
Para el empresario y tecnólogo de Microsoft, los límites entre la libertad de expresión y la desinformación son difusos. Especialmente en los Estados Unidos, donde tienen muy internalizada la noción de la primera enmienda y parece no haber excepciones en su aplicación.
Gates dice, con razón, que la libertad de expresión combinada con el anonimato que brinda internet es un factor de riesgo, y una fuente renovable de engaños y desinformación. Parafraseándolo, la libertad de expresión y el anonimato en Internet dan “licencia para mentir” y para decir cualquier cosa.
Bajo este prisma, ¿deberían existir excepciones a la defensa incondicional de la libertad de expresión? Bill Gates ve un futuro donde sí. Donde las tecnologías de identificación digital actuarán como una capa del Internet capaz de regular y filtrar el comportamiento de los individuos:
«La mayor parte del tiempo que estés en línea, querrás estar en un entorno en el que las personas estén verdaderamente identificadas. Es decir, que estén conectadas con una identidad del mundo real en la que confíes, en lugar de que simplemente la gente diga lo que quiera».
Bill Gates, co-fundador de Microsoft.
Más allá de si un individuo tiene derecho a mentir o no, se presupone que estas tecnologías de identificación modificarán la relación de las personas con la mentira. Dicho de otra manera, ayudarán a revocar la “licencia para mentir” que supuestamente es inherente al anonimato, aunque esta licencia sea curiosamente sobreutilizada por minorías y por grupos de poder preocupados por la propaganda.
¿Cómo ayudarán estas tecnologías a construir la sociedad de la comunicación regulada de internet? Es simple: si mi identidad real, estrechamente ligada a mi fisionomía, y mis datos personales preceden mis comunicaciones por internet, soy objetivamente responsable (frente a los demás) de lo que digo.
Responsable de la verdad, la mentira y del peso del efecto que mi expresión tenga en los demás. También responsable de la malinterpretación que otros tengan de mis enunciados.
¿Cómo sería un Internet del futuro con identificación obligatoria?
Mi hipótesis es que, así como las tecnologías de identificación revocarían la “licencia para mentir”, también revocarán el permiso para decir la verdad, lo que solo es posible sin martirio a través del anonimato. El internet regulado del futuro autorizaría, más bien, a mantenerse callado y abusar de la omisión en el discurso, acciones que no son mentiras en sí mismas, pero que ayudan a preservarlas.
Internet funcionaría como una fiesta de sociedad donde todos muestran sus caras y donde, temiendo represalias reales, cada quien teme encender la combustión de la furia ajena. Funcionaría menos como las mascaradas, que excepcionalmente permitía a esa misma sociedad, pero de noche, dar rienda suelta a otras tendencias no menos reales, necesarias e irreprimibles por estar más ocultas a la luz del día.
Las tecnologías de identificación combatirán la “mentira” surgida de la libertad y seguridad que aporta el anonimato; lo mismo que hoy el derecho a la privacidad, que su garante principal es la intimidad, combate por liberar a la “verdad” de su temor natural a las represalias.
Parece, pues, que el anonimato es una fuerza neutra que muta a conveniencia: se convierte en positiva y toma el nombre de derecho a la intimidad si preserva al inocente de represalias, y en negativa si distancia al delincuente de la justicia.
Los opuestos se tocan bajo tierra, y ambas luchas son susceptibles de degenerar en abusos y posiciones extremas. Sería un error de mi parte, sin embargo, equiparar ambas luchas otorgándoles el mismo nivel de legitimidad, como podrá entenderse en lo sucesivo.
Lo que importa de las tecnologías es el alcance de su aplicabilidad justa
Una encarnación del abuso a lo primero, el derecho a la intimidad, es la tecnología de identificación llamada ChatControl, que propone el monitoreo y desciframiento de las comunicaciones en servicios de mensajería de alto riesgo, como WhatsApp o Telegram. El uso del software espía Pegasus por varios gobiernos pertenece a la misma categoría.
Un uso más legítimo de las tecnologías de identificación se da con los sistemas algorítmicos de policía predictiva cuando se usan para predecir ofensivas de criminales y homicidas con historiales conocidos, todo antes de que ocurran.
Algunas tecnologías de privacidad por el contrario tienen aplicaciones útiles y fundamentales, como las redes privadas virtuales (VPN), que garantizan el derecho a la intimidad navegando por Internet.
Bajo el pretexto más que razonable de preservar el anonimato de la comunidad, tecnologías de pagos anónimos como Monero pueden ser usadas por individuos para ocultar transacciones que blanquean o mueven dinero “ilícito”.
Excepto por unas pocas tecnologías creadas y diseñadas deliberadamente para matar o hacer daño, como las armas químicas y biológicas cuyo efecto es irreversible, o las antiguas y espectaculares como el cadalso, la mayoría de ellas entran en terreno relativo.
Independientemente de su finalidad o hasta de la ideología que animó su diseño, lo esencial de una tecnología es el alcance de su practicabilidad justa para la mayoría de los casos. En este sentido, no deberían los proponentes de las tecnologías de identificación para desanonimizar el internet creer que están nada más que arreglando problemas sin antes preguntarse por el alcance de aplicabilidad de sus soluciones
Es más realista creer que están creando problemas nuevos, invirtiendo temporalmente los pesos sobre la balanza de los valores. Problemas nuevos y legítimos, por cierto, porque no considero que eternizar algún valor sea la respuesta.
Un redil de 10.000 ovejas para atrapar 6 lobos
Ahora, si me atengo a estadísticas globales, alguna indica que, en promedio, hasta 2020, había 6 homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes en el mundo. Los países peores parados por la medición son Sudáfrica, Myanmar, Jamaica, Honduras y Colombia. con 42, 28, 52, 38 y 27 por la misma cantidad de habitantes, respectivamente.
Incluso cuando en esos países los asesinatos son altos, el número sigue constituyendo una flagrante minoría de actos y de criminales respecto a 100.000 habitantes. Seguro que hay muchos más criminales comunes que homicidas, pero no sería descabellado generalizar esos datos para concluir algo evidente y ya sabido por todos: los criminales francos (o la criminalidad franca, mejor dicho) son minoría. De allí que equiparar la lucha por la privacidad del individuo con la lucha por la seguridad del estado nacional constituya un error de equivalencias grave que quita más libertad del individuo, que no es libre, y da más poder al estado, que ya es poderoso.
Si la relación entre los datos y las tecnologías de identificación no son lo suficientemente claras, me retiro con dos preguntas que habrán de despejar cualquier duda: estando tan poco generalizado el delito, ¿se justifica la magnitud y la extensión de aplicación de las tecnologías de identificación, como el ChatControl? ¿Se hace “justicia” cuando, para atrapar a seis lobos disfrazados, se aíslan a diez mil ovejas en un redil?
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