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La crisis económica del Covid-19 ha encendido las impresoras de dinero de Bancos Centrales.
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El suministro de Bitcoin permanece inmutable y escaso, reduciendo cada vez más su emisión.
En el futuro, después de esta tormenta –y no me refiero solo a la sanitaria, sino sobre todo a la económica– algunos recordaremos estos días como la mayor incontinencia de impresión de dinero fíat de la historia. Yo ya perdí la cuenta de la sobredosis de “liquidez” que se ha inyectado en las venas de la economía global en los últimos días (la última vez que conté, se superaba de largo el billón de dólares nada más en Estados Unidos), sin que esto detenga la hemorragia en los mercados tradicionales. La terapia de shock ha tenido pobres efectos inmediatos; los efectos futuros parecen mucho más desalentadores. Mientras tanto, la política monetaria de Bitcoin permanece intacta. Más bien, está a semanas de reducir su emisión.
La declaración de pandemia global del Covid-19 ha conllevado a ventas de pánico en casi todos los mercados. Bitcoin no ha sido la excepción. Cayó a su precio más bajo en los últimos doce meses en cuestión de horas. Pero a diferencia de índices como el Dow Jones o el S&P 500, bitcoin ha registrado, si bien aún tímida, una leve recuperación y soporte en torno a los 6.000 USD.
Suele olvidarse, cuando los detractores de Bitcoin son invadidos por esa incontenible necesidad fisiológica de añadir nuevas fechas para la ya numerosa lista de obituarios de la primera criptomoneda, que en climas de incertidumbre, el efectivo es rey. Las compras nerviosas desatadas a nivel mundial –coincidentes en una violenta demanda de papel higiénico–, han puesto de relieve no solo que la irracionalidad humana desconoce fronteras y que no hay primeros, segundos o terceros mundos cuando se cae presa del pánico, sino también que las personas liquidarán todas sus inversiones para poder tener acceso a bienes y servicios si así lo necesitan, más aún si se trata de inversiones de riesgo.
Las personas necesitan dinero a la mano para resolver cualquier problema que les surja. No se puede comprar comida o medicinas con acciones, bonos o valores. Por eso las ventas masivas detonaron los circuitos de apagado preventivo de la Bolsa de Nueva York, deteniendo varias veces el comercio en este mercado. Pero a Bitcoin nadie puede apagarlo: los bloques se siguen minando en su tiempo promedio y los inversionistas pueden tener acceso a su dinero cuando tengan a bien hacerlo. Se dice que la libertad no es segura, y probablemente las pérdidas para quienes tengan que cambiar de bitcoin a fíat en este momento sean bastante dolorosas, pero lo que se demostró con esta caída es que, para bien o para mal, Bitcoin es una de las inversiones más eficientes a la hora de liquidar.
Esta propiedad no parece un consuelo para aquellas personas que se vean en la necesidad de vender a tan bajo precio. ¿No se trataba Bitcoin de una savings technology, no solo en el sentido de ahorro por su calidad de reserva de valor, sino como salvavidas ante los naufragios del dinero fíat? Sí, y lo sigue siendo. Solo que este más reciente naufragio apenas está comenzando.
Política monetaria fíat vs. Política monetaria de Bitcoin
Desde la caída del Patrón Oro, es decir, cuando un billete representaba una versión más portable y ligera pero equivalente al metal precioso, la emisión de dinero inorgánico por parte de bancos y gobiernos se ha hecho de manera masiva cada vez que las circunstancias han demandado liquidez ahí donde no existe, para rescatar bancos y empresas al borde de la quiebra. Bajo la excusa de estimulación de la demanda y la producción, muchas economías del mundo han mantenido políticas expansivas sustentadas únicamente en la emisión de deuda con bajísimas tasas de interés.
Sin caer en debates morales respecto a si estos rescates son o no necesarios, lo cierto es que inyectar desde la nada –o, más bien, desde el bolsillo de quienes pagan impuestos– billones de dólares en la economía de un país, eliminar la necesidad de mantener reservas para los bancos, cortar a cero la tasa de interés a corto plazo y a 0,25% la tasa de descuento de préstamos a bancos (lo cual puede decantar en un ciclo infinito de préstamos), así como comprar 700.000 millones de dólares en bonos del Tesoro y valores hipotecarios, como hizo la semana pasada la Reserva Federal de los Estados Unidos, sin duda tendrá consecuencias inflacionarias para quienes refugian su capital en dólares. Y esto, aunado a la paralización de la producción debido a las cuarentenas, no augura un futuro prometedor para la economía mundial, diciendo lo mínimo.
En este punto, resulta de utilidad recordar el llamado efecto Cantillon. Richard Cantillon, economista del siglo XVIII, hizo notar que en la medida que nuevo dinero es ingresado a una economía, los primeros en tener acceso a un dinero recién creado –los bancos, generalmente– aprovecharán más su poder de compra pues aún no habrá tenido efectos inflacionarios en el valor de los productos; por el contrario, para quienes más demoren en tener acceso a ello, solo reducirá la efectividad de compra de todo su dinero. Esto es probablemente lo que suceda, pero multiplicado por billones de dólares.
Los escenarios se parecen mucho a los de la crisis financiera del 2008, momento en que fue gestado Bitcoin –cabe recordar el histórico mensaje indexado al bloque génesis: “El Times 03/Ene/2009 Canciller a punto de segundo rescate para los bancos”. La historia se repite y aquí comienza la verdadera prueba para Bitcoin.
A diferencia de Estados Unidos, donde la Reserva Federal puede permitir a los bancos prestarse dinero infinito entre ellos a ningún costo y sin necesidad de saldar deudas en los próximos meses (como en efecto está sucediendo), y aumentar la cantidad de circulante de manera desmedida, lo que inevitablemente golpeará el poder adquisitivo de sus ciudadanos y devaluará la riqueza de sus ahorros; el suministro de bitcoin permanece intacto: por código, solo habrá menos 21 millones de BTC en existencia y su emisión sigue realizándose a un ritmo decreciente. Precisamente, estamos a menos de dos meses para el halving, momento en que la emisión de bitcoin se reduce, nuevamente, a la mitad.
No solo se trata de que ante un dólar devaluado, la unidad de Bitcoin tendrá mayor precio en relación con él. Lo importante es que estas medidas de shock por parte de los Bancos Centrales solo demuestran el poder que puede tener un funcionario sobre la riqueza de sus habitantes. Tal como sucede con el oro, reserva histórica de valor, cuyo suministro, si bien desconocido, es difícil de aumentar por más trabajo que se le aplique a su extracción, con Bitcoin este suministro permanece inamovible. Y mientras aumenta su demanda, con una oferta cada vez más limitada, inevitablemente su precio de mercado tenderá a crecer.
Se puede argumentar en contra que el comportamiento del mercado de Bitcoin hasta ahora ha demostrado ser profundamente irracional y que su precio aún está lejos de estabilizarse. Con todo, si se repara en los mínimos anuales del precio de Bitcoin, puede notarse que se ha mantenido en franco crecimiento a lo largo de su historia. Y si aún se duda de su capacidad como reserva de valor, sus propiedades de inconfiscabilidad, resistencia a la censura y globalidad siguen demostrando su utilidad en momentos como este, cuando los bancos ponen límite a los retiros de efectivo, es decir, gobiernan sobre tu dinero.
Del dinero puede decirse, de manera amplia, que es una narrativa, una idea objetivada que se acepta de manera intersubjetiva para facilitar el intercambio y preservar valor (también intersubjetivo). Pero estas narrativas no se esparcen ni se legitiman de manera inocente; suelen ir siempre aparejadas de una pesada carga política e ideológica, aunque esto no se recuerde durante su uso cotidiano. Confiar en una divisa suele implicar que se confía en el Estado, gobierno, o al menos en la economía del país en que se emite, de donde proviene el nombre de fiduciario (fides: fé). Pero si se deja de confiar en las políticas económicas de un Estado, resulta de utilidad poder contar con una alternativa abierta y previsible.
Bitcoin es quizás la moneda más ideológica y fundada en narrativas que existe en la actualidad. Toda la mitología resultante del misterio de su creador sirve como fundamento para constituirse como una institución acéfala y sin necesidad de liderazgos personalistas, resistente a la arbitrariedad, opt-in y consensual. La inmutabilidad de su suministro se ha vuelto una de sus narrativas más profundamente enraizadas, siendo la escasez de emisión una de las banderas que con más orgullo ondean los bitcoiners. La fidelidad a este principio, así como percibir los estragos inflacionarios que puede causar tener un suministro variable y sometido a la arbitrariedad del gobernante de turno, da la confianza de que la política monetaria de Bitcoin permanecerá intacta pase lo que pase.
Para quien no se trata solo de una inversión riesgosa, usar Bitcoin es una forma de protesta radical ante el sistema financiero tradicional y sus políticas keynesianas. Una protesta, no como solicitando, por favor, una reforma; sino tomando la voluntad de cambio en mano propia por el hastío resultante de tanta pésima gestión.
La inmutabilidad de su suministro equivale a previsibilidad, aunque parezca paradójico cuando se contrasta con la volatilidad de su precio. Esto solo es así cuando se compara con otra divisa; en sí mismo, por su suministro inalterable, 1 BTC siempre es igual a 1 BTC. Podemos tener certeza de que la política monetaria de Bitcoin permanecerá intacta, que nadie podrá detener su comercio arbitrariamente por caídas, que ningún tercero podrá confiscarlo, limitar sus movimientos o utilizarlo para inversiones personales sin tener que dejar nada para reserva.
Bitcoin seguirá siendo libre y controlado solo por matemáticas.
Descargo de responsabilidad: los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias.
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