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La siguiente parada en la búsqueda de los mil bitcoins es el helado Neptuno.
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¿Hay un nuevo competidor?
“¡Felicidades! La tercera palabra es Silla. Qué bueno que has mirado más allá de lo que ves (Inserte voz de Rafiki aquí. Jaja me encantan las referencias viejas). La próxima será una referencia literaria en cadena, si sabes lo que quiero decir. Para que no digas que no doy ventaja por las pequeñas victorias”.
Itomi se guardó la nota en el bolsillo y vio como desde la caja fuerte tras el cuadro se lanzaba un láser azul hacia arriba, atravesando el techo metálico subterráneo. Sin embargo, no se apresuró a salir corriendo de allí: para poder acceder a aquel sótano en esas instalaciones, Hughes había dejado un juego muy entretenido y una salida fácil a su izquierda para quien lograra entrar primero. En otras circunstancias, no estaría tan segura de que el túnel no fuera a llevarla a un punto ciego, pero ya había escaneado el terreno con sus herramientas y, en efecto, llevaba hacia algún sitio de la ciudad.
Se encaminó hacia allí trotando, de todas formas. No sería muy conveniente que su ausencia se notara demasiado entre los cazadores rojos. Porque, por supuesto, esa tercera palabra era sólo suya, y no se la dejaría arrebatar tan fácilmente como el estúpido del recolector.
Caja, bicicleta, silla. Tres piezas de un rompecabezas millonario. Aún quedaba mucho camino por delante, pero, de momento, ella llevaba la delantera. Sonrió orgullosa, pasando a buena velocidad entre el camino terroso: “qué bueno que has mirado más allá de lo que ves”. Ciertamente.
Aunque encontrar esas instalaciones había sido la parte fácil, la verdad. Todo el mundo, al parecer, había estado muy ocupado averiguando sobre la mansión viscosa en sí y sobre las otras propiedades de Hughes en Júpiter, pero nadie se había molestado en buscar la historia de ese terreno en particular.
Ella la había escuchado por parte de una anciana que se lamentaba con su nieto en el parque trasero de la mansión, durante una de sus incursiones disfrazada de turista, el segundo día tras la llegada a Júpiter.
— Es una pena, Gary. Talaron todo el bosque hace cincuenta años para construir más casas, pero aún sigue siendo una pena. Este parque fue todo lo que quedó.
La palabra “bosque” plantó la inquietud en su mente, así que se dirigió a una de las guías turísticas para preguntarle casualmente si por allí cerca hubo un bosque alguna vez.
— Oh, sí. Cinco hectáreas de bosque ocupaban los terrenos de atrás de la mansión hace medio siglo, pero la Gobernación acordó talar la mayor parte para aprovechar el espacio. Los vecinos solían decir que era un bosque embrujado —la mujer sonrió simpática—. Ahora muchos viven en las casas que se construyeron allí.
— ¿Sobrevivieron fotos de la época?
— Sí —ella lució pensativa unos segundos—. Creo que están en nuestra página oficial. En la sección de Historia.
En efecto, allí estaban, desde varios ángulos. Las miró todas, sin saber muy bien qué buscaba, en realidad. Hughes mencionó el “cuadro de un bosque inquietante”, pero la mansión viscosa no tenía ningún cuadro en lo absoluto. Así que tal vez no se trataba de un cuadro literal; más aún porque se contradecía con el primer mensaje, donde indicaba que las palabras siempre estarían tras el cuadro de una dama aterradora.
Una vista del bosque al atardecer desde la azotea de la propiedad llamó su atención, así que decidió seguir su corazonada y subir hacia allá. Los pocos turistas a su alrededor miraban hacia los altos edificios que rasgaban el cielo denso brillante de relámpagos, pero ella optó por mirar hacia donde cientos de pinos se habían alzado alguna vez.
Ahora esas hectáreas estaban ocupadas por un vecindario de casas de uno o dos pisos que no podían llamar la atención de nadie. Bajó la vista y pulsó algunas teclas en su brazalete electrónico hasta localizar la fotografía del antiguo bosque. Realmente parecía un cuadro, visto desde esa altura. No obstante, hacía falta algo más.
Buscó más información sobre el vecindario y las propiedades que lo conformaban. Ninguna pertenecía a Hughes, pero pronto descubrió unas antiguas instalaciones de investigación geológica en la esquina más apartada. Databan de los primeros años de la colonización en Júpiter, hacía siglos, y se habían mantenido más bien como una reliquia de viejos tiempos, muy poco utilizada, desde mucho antes de que Hughes pusiera un pie en ese planeta. Sin duda, habían estado ahí cuando él había construido la mansión viscosa a unos cuantos kilómetros y cuando el bosque aún existía, rodeándolas.
De hecho, una de las razones para talar el bosque completo fueron esas instalaciones. Se habían realizado experimentos químicos que habían provocado mutaciones en la flora circundante y los estudios al respecto no eran muy conclusivos. Así que, antes de arriesgarse a alguna clase de plaga o espora venenosa, habían preferido cortar el problema de raíz.
Si algo tenía tres (o más) sótanos cerca de la mansión viscosa, tenía que ser eso.
En la actualidad, las instalaciones eran controladas por el gobierno y las visitas no se permitían. Después de todo, siempre habían sido un laboratorio privado, no una atracción turística. Eso, claro está, no la detuvo; como quizás tampoco había detenido a Hughes. El tipo había estado lo suficientemente loco como para esconder objetos allí de forma clandestina.
Esa misma noche se las arregló para colarse en el lugar. Por fortuna, no estaba muy vigilado: tampoco es que fuera una nueva Área 51, precisamente. Hackeó el servidor principal y obtuvo un mapa bastante exacto, mediante el cual logró saber que, de hecho, existían cinco sótanos.
El tercero era de fácil acceso y, por ahora, sólo se guardaban cajas de materiales que lucían demasiado nuevas como para tener que ver algo con Hughes y sus trucos. Usó entonces el brazalete para analizar el lugar con Rayos X y varios tipos de espectros lumínicos: no descubrió nada tras las paredes, pero los mensajes no tardaron en aparecer sobre ellas.
“¡Hagamos un poco de minería vintage!” rezaba en el muro izquierdo, hacia el centro. Enarcó ambas cejas y desvió la luz para examinar el resto, revelando así varias líneas de datos, en ocasiones interrumpidas por las cajas y estantes. Tuvo que darse a la tarea de quitar los objetos que estorbaban para ver por entero los caracteres.
No era una criptógrafa experta, pero no se le hicieron tan extraños como podrían serlo para el promedio. Dos eran hashes de 64 caracteres. Había una fecha, otro número más corto, la palabra “Objetivo” seguida de un número bastante largo que empezaba con varios ceros y el término “Nonce” seguido de un signo de interrogación.
No había que ser un genio para darse cuenta de que debía resolver ese acertijo antes de poder hacerse con la palabra. Tenía la inquietante sensación de que esto tenía mucho que ver con el funcionamiento del mentado bitcoin o, al menos, con su plataforma, pero eso nadie podía asegurarlo ahora. Le preocupó que Hughes creyera que tenían acceso a ese conocimiento y no hubiera forma de recuperar la pieza sin él.
Pese a todo, tomó las fotografías necesarias, acomodó en su sitio los objetos que quitó y se marchó esa noche. No tenía caso quedarse a averiguar allí la respuesta y arriesgarse a ser atrapada.
Dado que consultar con el criptógrafo de los cazadores (o con cualquier otro, en realidad) no era una opción, recurrió al sistema de su brazalete. Algo tenía que arrojarle a la orden de “encuentra el Nonce en este acertijo”, ¿no?
Tras dos días, el problema resultó en que le había arrojado demasiadas cosas. Las posibles respuestas eran muy numerosas y ella, frustrada, no estaba segura de cuál elegir. Ponerse a ¿recitarlas? todas en el sótano tampoco le parecía una buena idea. Tenía que estar segura, al menos en un mayor porcentaje que en ese momento, donde se sentía dando golpes de ciego.
No fue hasta que atraparon al recolector y escucharon sus confesiones que tuvo una buena idea sobre cómo avanzar. Añadió a la orden en su computador que se utilizara el algoritmo SHA-256 para resolver el acertijo y aguardó.
Aunque lo revisaba cada cinco minutos, el sistema se tardó otros dos días en dar como resultado sólo dos números más. Uno de ellos era un hash, pero ambos eran bastante largos. Se conformó con eso: ya no había tiempo. Esa misma noche volvió al sótano 3 y, dudosa, recitó carácter a carácter el hash frente a la pared donde se mencionaba la minería.
Funcionó. La pared, como una puerta deslizante, les dio paso a unas escaleras. Apenas cruzó el umbral, el muro volvió a su sitio y ella tuvo que alumbrarse con el brazalete. Abajo se topó con una claustrofóbica habitación forrada en metal, con un cuadro en la pared como único mobiliario.
Era una dama medieval en vestido rasgado, observando con ojos putrefactos, sin mandíbula y con algunos huesos saltando a la vista entre piel muerta. Una dama zombie. Dado que quitar o abrir el cuadro de forma manual no funcionó, la única alternativa que vino a su mente fue recitarle el número sobrante. Hubo suerte de nuevo, se hizo con la palabra y, justo a su lado, se abrió un túnel de escape.
¡Viva la estupidez de ese recolector! Sonrió para sí misma mientras llegaba al fin a unas escaleras de metal que llevaban hacia lo que parecía ser una antigua tapa de alcantarilla. Salió de allí en medio de la oscuridad, en un callejón, y nadie pudo verla.
Notó en el cielo la última pista de Hughes y tomó una foto. Llevaba la delantera, pero no se descuidaría. Regresó con los cazadores, excusándose con su búsqueda del anciano tendero que se les había escapado, para descubrir que el recolector acababa de fugarse también. Genial. Más competidores. Ahora con desventaja patente, pero compitiendo, al fin y al cabo…
**
Neptuno era uno de los planetas más helados del sistema solar y sólo la terraformación lo había hecho habitable para los humanos en ese aspecto. Sin embargo, su temperatura continuaba siendo bastante fría, peor aún en esa época. Apenas llevaban veinte años terrestres de invierno, es decir, sólo la mitad de la estación allí.
Era el lugar ideal para construir una monstruosidad puntiaguda en hielo, por supuesto. Eso es lo que era la Mansión Hughes Azul en Dendriff, la capital del Norte. Esta vez, ni siquiera habían tenido que peinar la gigantesca casa en busca del cuadro que se mencionaba. Dicho cuadro era, de hecho, una de las atracciones principales del lugar.
Sobre la chimenea, exquisitamente labrada y jamás encendida del salón adyacente al inmenso vestíbulo, reposaba un lienzo enmarcado de tres por dos metros que retrataba a una hermosa mujer pálida, de largos cabellos níveos, ojos azules y esponjoso traje de piel tan blanca como la del lobo gigantesco cuya piel acariciaba con una mano fina. Parecía perdida en una tormenta de nieve.
¿Era esa la dama aterradora que buscaban? Un tanto discutible. Sin duda, emanaba una sensación inquietante con su mirada fija y gélida, mientras el lobo enseñaba los dientes, amenazante. Sin embargo, era demasiado fácil, demasiado obvio. La casa llevaba ya unos siglos a cargo del Estado y cientos de visitantes observaban ese cuadro todos los días. Si hubiera algo que descubrir, probablemente ya lo habrían hecho.
Esta vez fue necesario sobornar a unos cuantos peces gordos para que fingieran que se llevarían a cabo unas reparaciones en esa sala y así poder tener un acceso completo para analizar cada detalle. Quizás ese no era el cuadro correcto, pero era la única pista que tenían.
Ella no tardó en recordar las palabras de Hughes que sólo ella sabía: “La próxima será una referencia literaria en cadena”. Aún no tenía idea lo que eso podría significar, así que optó por ponerse a leer esos días sobre cualquier obra literaria que incluyera hielo, o lobos, o alguna mujer blanca con un lobo. Hughes la había llamado “La Reina de las Nieves”, pero no encontró mucho al respecto.
Volvía a preocuparle que fuera una referencia que existiera en la época de Hughes, pero ya hubiera desaparecido. Durante la Guerra Roja se habían perdido demasiados conocimientos.
Después de tres días, no habían hallado nada útil en lo absoluto. No códigos ocultos, no habitaciones secretas, no pistas y no datos en otras propiedades del millonario. Habían quitado incluso el cuadro y no había nada ni detrás ni escondido entre la pintura.
Ella optó por cambiar de estrategia. Dado que tenía buena intuición, decidió aplicarla en esa sala y pasearse por allí, tratando de encontrar algo, lo que fuera. La gran chimenea estaba rodeada de algunos muebles antiguos, varias esculturas, una mesa de pie y, justo enfrentándola, del otro lado, un espejo que cubría toda la pared.
Eso, por supuesto, les había llamado la atención a todos desde el principio, en especial porque el espejo distorsionaba los objetos que se reflejaban sobre él. Aunque tampoco habían encontrado nada a su alrededor. Era sólo uno de los “espejos divertidos” presentes en la mansión, por los que Hughes había tenido bastante gusto. Al menos, eso habían dicho los guías.
Ese día, ella observó cómo el cuadro de la Reina de las Nieves se distorsionaba sobre la superficie mercúrica. Torció una mueca. Sintió más que supo que había algo allí, algo que se les escapaba.
A pesar de que continuó leyendo, tan sólo al cuarto día, para inmensa frustración del grupo, una luz azul salió disparada como si tal desde el espejo hacia el firmamento. No había nadie en la sala más que ellos y no habían vuelto a tener señal alguna del recolector y el tendero.
Todos salieron para ver pintado en el cielo de un inquietante azul gélido y dos lunas, perplejos, cómo alguien no identificado acababa de llevarse lo que ellos estaban buscando.
“¡Cuarta palabra recuperada! ¡Quedan ocho! El temporizador se reinicia. Siguiente parada: mi ático en las nubes de Venus. Otro nombre para Venus es Afrodita. ¿Les gustan los besos?”
Con un infierno.
Capítulo Anterior – Parte III
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Imagen destacada por Ellasommer / Pixabay
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