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La segunda parada en la búsqueda de los mil bitcoins es Marte
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¿Quién conseguirá primero la segunda palabra?
— ¡Bienvenido a Marte, señor Soras! Yo soy Mortimer Galum. Seré el guía interplanetario de su búsqueda de los mil BTC —el chiquillo hizo una pequeña y graciosa reverencia con los brazos extendidos—. A su servicio.
Soras lo observó con ojo crítico. Con su ojo artificial, de hecho, el cual le informó en seguida que Galum pertenecía a la división marciana de los cazadores apenas desde hacía un año. ¿Y cómo no? 15 años era todo lo que tenía. Huérfano. Carterista viajero. Daba un aire engañoso de inocencia con su cabello castaño, sus grandes ojos azules, las pecas en sus mejillas y la sonrisa alegre en su cara.
No se molestó en abrir el perfil completo. Si sus hombres habían escogido al chiquillo, sin duda era por algo. Sabían muy bien que las consecuencias negativas, de haberlas, recaerían sobre ellos.
— Llévanos a la mansión, Galum —ordenó, comenzando a caminar delante de él. El chiquillo se apresuró a seguirlo junto al resto del equipo.
— Puede llamarme Mortimer o Mo, señor —indicó alegremente.
El puerto espacial clandestino hervía de actividad. Cientos de naves de distinto tipo aterrizaban en las pistas y a su alrededor se extendía una larga línea de tiendas de tela con mercaderes que vendían desde comestibles hasta armas. La División Contra el Contrabando del planeta había intentado eliminar el gran mercado clandestino Red Silk Road durante siglos, pero, a la fecha, sus esfuerzos no habían dado demasiados frutos. Todos allí sabían muy bien cómo esconderse… cómo esconder todo el mercado, de hecho, en cuestión de segundos.
Apostaba a que Mojave y Daxos habían aterrizado allí también. Si bien, los recolectores no eran del todo ilegales, sí se involucraban en todo tipo de actividades a raíz de su particular profesión. Ser registrados (con expedientes incluidos) a la entrada de cualquier planeta era algo que preferían evitar.
Se preguntaba qué preferían evitar más esos dos. Un registro oficial, o a ellos.
Durante todo el camino fuera de allí, ignorando las persistentes ofertas de los vendedores, estuvo analizando cada pulgada del entorno. Por supuesto, había demasiada gente y mucho ruido, pero su ojo ayudaba a filtrar todo eso en busca de dos rostros en específico.
Llegaron al borde del mercado, donde se alzaba una casa abandonada hacía mucho. Los administradores la habían escogido como ubicación-bandera de ese año. Seguramente, solo porque la propiedad estaba alejada de la ciudad y era más o menos distintiva, con las paredes frontales pintadas de un gris metálico y las frontales de un amarillo dorado. Les encantaban las cosas raras.
Unos ojos totalmente negros, esclerótica incluida, le devolvieron la mirada de forma inquietante cuando se asomó apenas por la ventana lateral. Le pertenecían a una mujer sombría de sonrisa misteriosa y alma de óleo, enmarcada sobre la pared de la sala. Estaba amoblada la casucha, entonces. Los administradores la estaban usando como base para el domo de camuflaje, suponía.
Esa teoría fue confirmada cuando un hombre salió de allí, solicitándoles sus tarjetas de membresía para abrirles un camino entre el domo. Lamentó no haber visto a sus presas entre el mercado, pero se apresuró a asesinar la esperanza de que no hubieran llegado todavía. No era estúpido.
**
La Mansión Hugues era de una magnífica arquitectura gótica. Tenía solo dos pisos, pero las ventanas hacia las habitaciones parecían infinitas. Era prácticamente una réplica marciana de la antigua Mansión Nádasdy de Hungría, en la tierra. Solo que esta estaba construida con acero y oro, las paredes estaban pintadas de negro y los techos de torres puntiagudas eran de color vino. También era famosa por tener una gran colección de óleos aterradores repartidos por cada pulgada disponible de pared dentro de ella.
Detrás de uno de esos cuadros, el de una «dama aterradora», reposaba la llave a una inmensa fortuna. Según su consultor de tecnología, el BTC había sido lo más valioso de su época porque fue casi imposible de falsificar. Portable, divisible, seguro. Era una moneda práctica y su plataforma tenía muchos más usos ligados a ella… claro que nadie ahora querría algo que no tenía infraestructura para trabajar.
Sin embargo, Hugues no solo era un loco millonario. Había sido un loco millonario cypherpunk, lo que implicaba que tenía su propia copia de la tecnología. Su propia infraestructura, independiente de cualquier entidad pública o privada. Hugues no solo había dejado atrás las monedas: aunque no lo había mencionado de forma explícita, también tuvo que haber dejado atrás la clave para hacerlas funcionar.
¿Cuánto costaría una tecnología perdida en Red Silk Road?
Claro que el muy bastardo se encargó de esconderlo todo muy bien. Llevaban ya cinco días peinando toda la casa, disfrazados de turistas durante el día y violando la seguridad por la noche, y se habían topado con payasos de dientes afilados, almas en pena, cadáveres vivientes, plantas carnívoras, paisajes inquietantes e inclusive niños y hombres grotescos, pero ni una sola “dama aterradora”.
Utilizaron incluso rayos X para buscar habitaciones ocultas y ciertamente encontraron unas cuantas, pero ninguna con el fulano cuadro. Y lo que más le inquietaba es que no había tenido ninguna noticia del recolector y el tendero.
Estrelló ambos puños sobre la mesa de la habitación en la base de los cazadores.
— ¡Descubran el maldito truco, ese es SU trabajo, Wayne! —le gritó al criptógrafo del grupo, quien había viajado desde Júpiter para estar allí y, con la vista baja, se encogió ante el reproche— ¡Tal vez “cuadro de la dama aterradora” significa otra cosa, yo que sé! Si no descubrimos la siguiente pista para el final de la semana el dinero comenzará a evaporarse —siseó.
— Lo estamos intentando, señor —arguyó el hombre—. Hemos buscado por cada rincón de la casa algún código, pero no hemos encontrado ninguno. Incluso hemos removido cada cuadro y lo hemos analizado individualmente en busca de… cualquier cosa. No hay nada más de lo que se ve en ellos. Tampoco en las paredes que están detrás.
— ¡Busquen nuevas habitaciones, busquen túneles, busquen entre las paredes, en los objetos, en el estúpido cobertizo! —bramó— ¡No te quiero ver hasta que no tengas la moneda y la pista, Wayne!
El otro se limitó a asentir y dar media vuelta para abandonar la estancia. Él resopló y por el umbral se asomó el rostro risueño de Itomi.
— ¿Puedo pasar o me escupirás veneno?
Cabeceó y se sentó al otro lado de la mesa, atisbando el largo cabello largo y negro de la mujer.
— ¿Los encontraste? —preguntó en lugar de responder.
Itomi terminó de entrar y se sentó frente a él, observándolo entretenida con sus ojos rasgados.
— Entraron por el mercado, según mi contacto —se encogió de hombros—. Poco antes que nosotros.
— Y aun así no han aparecido en la mansión… —murmuró reflexivo y ella cabeceó titubeante.
— Pueden disfrazarse tanto como nosotros, Soras. En la noche pueden usar camuflaje.
— No —chascó la lengua—. Los hubiéramos notado, al menos una vez. Hay algo raro. Están esperando algo…
— ¿A que el dinero comience a desintegrarse? —enarcó ella las cejas.
— O a que aparezca el cuadro de la dama —frunció el ceño—. ¿Es posible?
Itomi lo pensó unos momentos.
— Hay formas, sin duda.
— Ve y díselo al inútil de Wayne. Y tráeme a esos dos. Saben algo que nosotros no, y eso no me gusta en lo absoluto.
Ella asintió y se retiró. Él se quedó a solas, pensando. Un cuadro que aparecía y desaparecía… ¿tal vez tinta sensible a la luna llena o algo por el estilo? Maldito Hughes. La única mansión de acero y oro en Marte, detrás del cuadro de una dama aterradora…
Un flash de hacía días encandiló su memoria unos instantes. Parpadeó. No podía ser… ¿o sí? No tenía mucho que ver. Aun así, era una inquietante coincidencia, y él no creía en las coincidencias. Así que se levantó y salió casi trotando de allí, directo hacia el mercado.
Llegó a la casa del domo de camuflaje, enseñó su tarjeta y una brecha se abrió para él. Ignoró al muchacho que lo había recibido y se fue hacia el interior de la casa.
Como esperaba, allí, encima del sofá que habían dispuesto, seguía el mismo cuadro de la mujer de mirada vacía.
— ¿De quién es esta casa, muchacho? —inquirió.
El jovencito parpadeó, confuso.
— Pues… de los jefes, señor. Ya sabe, los Ross. Aunque antes estaba abandonada aquí. No pudimos quitar ese cuadro cuando amoblamos, de hecho. Nadie quiere estar mucho tiempo en la sala, dicen que está embrujado —acabó murmurando.
Se volteó hacia él, sin expresión.
— ¿Se ha pasado por aquí un pelirrojo de cabello largo, con pinta de recolector?
— Hmm no, no que recuerde, aunque ya sabe, pasa mucha gente por aquí…
— Me refiero específicamente a dentro de esta casa —puntualizó.
El muchacho frunció el ceño.
— Nadie aparte de los que trabajamos aquí, señor. Usted es el primero. ¿Puedo preguntar por qué le interesa? ¿Cazador de fantasmas?
Tal vez sí se trataba de una coincidencia inquietante, o tal vez Mojave era demasiado listo como para mostrarse por allí libremente, sabiendo que ellos lo estaban buscando. En todo caso, no iba a irse sin averiguarlo.
Señaló con el pulgar hacia el cuadro.
— ¿Dices que no pudieron quitarlo? —preguntó en lugar de responder.
— No, y sí que lo intentamos. Lo peor es que por las noches se escucha una risa. Parece una broma del antiguo dueño, pero no estamos muy seguros porque no encontramos el mecanismo, así que ya ni lo tocamos…
— ¿No han averiguado qué hay detrás?
— Eh, la pared y el jardín del otro lado. Si se refiere a una habitación secreta, pues no, no hay nada así. Pasamos rayos X buscando el mecanismo de la risa.
Asintió, reflexivo. Sería mejor que trajese aquí al inútil de Wayne, a ver si servía para algo. Estaba casi seguro de que esa casa había pertenecido en algún momento al imbécil de Hughes, pero tenía que comprobarlo.
**
Resultó que la casa, de hecho, perteneció a Hugues hacía siglos, antes de ser abandonada y olvidada. Wayne descubrió un código binario sobre el umbral que, traducido a letras, decía “Mi mansión en Marte”. Aquella había sido la primera casa de Hughes, antes de que amasara su fortuna.
Esa información, por supuesto, no estaba precisamente disponible en la biblioteca. Tuvieron que rastrear el origen de la casa con un témpore ilegal que consiguió Galum. Era una especie de pequeña máquina del tiempo para ver la historia de un objeto. La manipulación temporal apenas estaba en sus primeros estadios, así que los gobiernos se reservaban la investigación y preferían evitar incidentes irreversibles… lo que no había evitado ya la aparición de algunos.
Volviendo a lo que verdaderamente importaba, ninguno de sus hombres esa noche estaba muy seguro de cómo habían sido congelados en medio de la habitación, flotando a ras del suelo sin poder moverse, mientras un pelirrojo de sonrisa triunfante lanzaba hacia arriba una moneda de oro muy particular, con una “B” grabada en cada uno de sus lados.
El cuadro de la dama se había abierto para darle paso. ¿Cómo había hecho eso cuando ninguno de sus investigadores pudo? Tampoco lo sabían.
— Bueno, señores, diría que fue un placer, pero no es cierto. Aunque sus caras siempre las recordaré. Adiosito —y, sin más, se largó caminando hacia la puerta, jugando con la moneda y sonriendo aún más cuando pasó justo al lado de su mirada asesina.
Apenas él desapareció, un haz de luz azul emergió hacia arriba desde la caja fuerte ya saqueada, atravesando el techo.
No fue sino un par de horas después, cuando al fin el efecto del rayo paralizador se esfumó, que pudo ver en el cielo lo que decía el último mensaje de Hugues.
“¡Segunda palabra recuperada! ¡Quedan diez! El temporizador se reinicia. Siguiente parada: mi mansión viscosa de Júpiter. Sótano 3. Cuadro del bosque inquietante. ¡Suerte a todos los competidores!”
No pudo evitar sonreír. Gracias a los dioses que Hughes era un hijo de perra. Al menos, esta vez le había servido.
Capítulo anterior – Parte I
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
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