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A espaldas del mundo, un día catastrófico se acerca...
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¿Qué puede tener que ver con Bitcoin?
Ella se había ido con aquel señoritingo occidental. Sus ojos azules le miraban con tristeza, tal vez con lástima, mientras sus labios delineaban su corazón con un cuchillo.
— Sasha… Sasha, lo siento. Lo siento tanto.
Las ruedas de su maleta se oyeron por todo el pasillo, incluso después del sonido de la puerta de entrada, que se cerró suavemente. Aleksandr, Sasha, las escuchó en su memoria incluso después de que el sonido estuviese demasiado lejos como para poder oírlo. Y después, mucho después, tomó de la mesa de pie el pequeño florero decorativo que ella había comprado y lo estrelló contra la pared, rompiéndolo en miles de pedazos.
Se levantó y comenzó a pasearse por la sala, desesperadamente, mesándose una y otra vez la desordenada melena rubia. Tres años. Tres años y para ella bastaba un «lo siento». Tres años y para ella no había bastado todo su amor, ni todas sus promesas. Ni él ni Rusia habían bastado, simplemente. Catherine estaba atada al otro lado del mundo, siempre lo había estado. Y él no había querido verlo.
Pero, ¿por qué tenía que ser tan cruel? Tan sólo había venido para atarlo a él y luego marcharse…
— ¡Espabila Ivanov! ¡Greta ya tiene códigos, CÓDIGOS, para OSX y Michael está en Tokio consiguiendo el NisPar! ¿¡Y dónde está el Doble A!?
Sentado en el sofá, rememorando una vez más el episodio sucedido hacía ya un mes, cerró los ojos con fuerza al escuchar la grave voz desde su laptop, tras él, cerca de la ventana. Claro. El mundo no acababa. Aún tenía un trabajo que cumplir…
— Oh, no me digas que sigues llorando por los rincones por culpa de esa americana.
— No.
— ¿No? ¿Y dónde está el Doble A, Sasha? ¿Y por qué no te acercas al computador?
Sin más remedio, se levantó y fue hacia la laptop. Fue entonces que atrapó la mirada socarrona en los ojos negros de su colega. Él mismo lo fulminó con sus ojos mieles. ¿Qué sabría él, qué sabrían todos cuánto y cuánto la amaba?
— Ya casi lo tengo. Sólo dame un par de días…
— Pues te voy a dar un incentivo. ¿El inglesito tiene auto, verdad?
Al principio no comprendió la pregunta. Pensó que aquello era ridículo, Catherine jamás lo abandonaría sólo por un auto, ¡él mismo tenía una camioneta de lujo! Pero sólo le bastaron dos segundos más para entender el mensaje y mirar el asentimiento de Liosha con revelación, preguntándose cómo no se le había ocurrido antes.
Claro. Claro…
— Ahí lo tienes. Ahora revisa tu cartera, ahí tienes otro incentivo por el Viper II. Y Bitcoin subió esta semana con la adopción de las energéticas, por si no te habías enterado.
Pero Sasha ya no estaba escuchando. En esos momentos, había sólo una cosa en la que podía pensar: en Catherine. En Catherine y su nuevo novio con su camioneta negra del 2013.
Sólo tendría que completar la tríada del Tercer Dios.
**
— Mamá, ya te dije que no pinches en enlaces raros.
— No es raro, María me lo envió. Además, ese ataque… ¿cómo era que se llamaba?
— WannaCry —rodó los ojos, alejándose del computador y yendo a tomar una manzana del canasto de la cocina.
— Ese. Ese no fue por los enlaces, ¿no?
Gruñó antes de pegarle un mordisco a su manzana.
— No. Pero los otros mil tipos sí. ¿Quieres quedarte sin PC?
— Estás exagerando. A nadie que conozcamos le ha caído eso. Es pura mala suerte.
Bufó sobre su flequillo negro. Se rendía con su mamá. Ella, que estaba terminando su carrera de Ingeniería Informática, solía advertirle sobre los peligros de Internet, entre ellos el ransomware, que había tenido un episodio estelar hacía unos años con el WannaCry y también el Petya, donde miles de computadores en todo el mundo se bloquearon con un anuncio que les exigía unos 300$ en bitcoins como rescate para recuperar los archivos. Pero, claro, su madre seguía sin escuchar y siempre llegaba a la misma conclusión: es pura mala suerte. Y ella, claro, era la aguafiestas del equipo.
— ¿Otra vez advirtiéndole cosas que no va a hacer? —salió a escena su padre desde las escaleras— Debiste verla anoche. Estaba descargándose la telenovela desde una de esas páginas sospechosas. Nuestro computador está condenado —soltó con una sonrisita.
— ¡Mamá! —reclamó ella.
— ¡Víctor! —reprochó su madre.
— ¡Esposa! —se burló su padre.
— ¡Burro! —exclamó repentinamente su hermano, apareciendo desde el pasillo lateral.
Su papá le rió la gracia mientras ella hacía sólo un mohín disconforme.
— Estás muy paranoica, Ali —afirmó el adolescente en cuanto terminó de reírse—. No quiero ni imaginarme cómo hubieras sido de nutricionista. Seguro que tratabas de volvernos vegetarianos.
— Shhh, no blasfemes… —apremió su padre, al que le encantaba la carne.
— Sabes que te queremos aunque estés exagerando —le sonrió su madre, yendo a darle un pequeño abrazo—. Ahora, todos a la mesa. Se nos hace tarde.
Decidió dejar el tema por la paz. Ya había hecho todo a su alcance. Tenían la última versión de Windows, programada para actualizarse automáticamente, y, por supuesto, dos antivirus de diferentes marcas. Todo el mundo —hasta Microsoft— sabía que el Windows Defender no es que defendiera mucho. Otra cosa en la que su madre, seguramente, no estaría de acuerdo. O a la que no prestaría la más mínima atención.
— Víctor, ¿qué se ha rumoreado en la empresa?
Ante aquella pregunta, que su madre se esforzó por hacer casual, siguió un breve pero incómodo silencio. Carlos y ella compartieron una mirada rápida mientras se servían cereal, ella antes de irse a la universidad y él antes de partir a la secundaria. Y ninguna de las dos instituciones era barata, se recordó con un viejo remordimiento que siempre le acechaba.
Su padre, por el contrario, sonrió tranquilizador. Fingiendo que no le preocupaba que en su empresa estuvieran recortando al personal.
— Nada más. Ya estamos los que estamos. No se preocupen.
Hubiera querido poder creerle. Y, porque no lo hacía, continuaba en una búsqueda frenética y silenciosa de trabajos freelance por Internet para diseñar webs y programar. La carrera le dejaba apenas tiempo para respirar… pero ya se las arreglaría.
— ¡Que bien! —coreó su madre, que tampoco le creía— Ah, y se me había olvidado comentarles. ¿Recuerdan a Natasha? Me la encontré ayer y me dijo que ella y Laura están pensando en irse a Canadá.
— ¿Qué? ¿Y eso? —preguntó extrañado su padre.
— Es que allá se pueden casar —comentó burlón su hermano.
— Aquí también se pueden casar, zo-penco —bufó ella antes de tomar un sorbo de café.
Jadeó, indignada, cuando Carlos le salpicó jugo en la cara.
— Serás… —se le abalanzó y su madre tuvo que meterse.
— ¡Niños, por favor!
Tras su pequeña explosión, el desayuno continuó entre trivialidades. Sin embargo, mientras iban en la camioneta y veía la ciudad pasar ante sus ojos, volvió a recordar que Danzel, la planta donde trabajaba su padre desde hacía 10 años, ya llevaba 100 despidos en dos meses. Algo no muy grave para las operaciones de una empresa que contaba con miles de empleados. ¿Qué tan poco les afectaba uno menos?
Miró de reojo a sus padres, que hablaban animadamente desde los asientos delanteros. En la otra ventana, Carlos no le prestaba atención al paisaje sino a su teléfono, moviendo el dedo frenéticamente sobre la pantalla. Se le acercó un poco para descubrir un familiar mono de 8 bits girando en una liana.
Sonrió casi con tristeza.
— ¿SaruTobi otra vez? —preguntó suavemente.
Carlos apenas le dedicó una mirada de reojo.
— Esta semana superaré el récord —murmulló, concentrado—. Para algo sirve que seas tan geek.
Rió un poco y se alejó a mirar de nuevo por la ventana. Ella le había enseñado aquel juego a su hermano. Con él, si tu puntuación entraba entre las más altas una semana, podías ganar algunas fracciones de bitcoin. Jamás los suficientes.
Suspiró con ojos opacos. Ella, particularmente, no creía ni en dioses ni en unicornios. Pero sabía que vivían en un mundo dominado por un solo dios: el dinero.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.