La subordinación de los ciudadanos a las deficientes decisiones económicas de sus gobernantes es uno de los problemas que más aquejan a los latinoamericanos. En distintos momentos históricos, durante períodos más o menos extensos de tiempo, los latinoamericanos han sufrido los estragos de hiperinflaciones que han terminado por depreciar sus monedas, mermar su poder adquisitivo y aumentar la pobreza a niveles escandalosos.
Hay casos emblemáticos donde se constata esta afirmación: Bolivia, entre los años 1982 y 1985; Perú, en el año 1990; Argentina, entre 1989 y 1990; Brasil, entre 1980 y 1990; y, actualmente, Venezuela, la hiperinflación más devastadora en la historia de la región.
Todos los casos muestran rasgos similares en sus causas –si bien, presentando diferencias particulares– y en las catastróficas respuestas de sus gobernantes de turno ante la dificultad: un descenso en los ingresos nacionales tras la caída de los precios de los bienes de exportación en el mercado internacional; aumento del déficit fiscal al insistir en mantener el gasto público (generalmente vinculados a políticas sociales y subsidios) en su nivel anterior; incremento acelerado de los precios de los productos de consumo interno; emisión de dinero inorgánico por parte de las autoridades y aumento de controles de precios y tipos de cambio, así como subsidios con miras a proteger a los ciudadanos; devaluación de la moneda y empobrecimiento generalizado de la población.
Este ciclo suele repetirse casi como una fórmula matemática en los distintos casos. Pero, si hay un elemento invariable en cada de una de estas tragedias económicas, ha sido el control gubernamental de la política monetaria. Imprimir más billetes, controlar precios y aumentar los subsidios sirvió tanto para estas economías como empujar por las escaleras a una persona con huesos fracturados. Por el contrario, la solución encontrada para la reparación de los huesos de estas economías por los siguientes gobiernos fue levantar los controles y dejarla caminar al paso del mercado: una reducción del papel del Estado en la actividad económica.
Estas medidas de apertura comercial, popularmente llamadas de terapia de shock, suelen generar resistencias y detractores. Levantar los subsidios para disminuir el gasto público y con ello el déficit fiscal puede golpear fuertemente, en el corto plazo, a los menos favorecidos. Pero lo que el discurso paternalista trata de ocultar es que precisamente a razón del intervencionismo Estatal se produce enfermedad. Condenan a quien saca la flecha de un cuerpo herido –con dolor, pero rápidamente– cuando ellos introdujeron la flecha y pretendían evitar el dolor introduciendo nuevas flechas en la herida abierta.
Si se trata de verdadera mala praxis o, más bien, de una gestión premeditada y deliberada de la pobreza a fin de aumentar el control sobre la población, es otro tema. Lo cierto es que vivir subordinados a una política monetaria gestionada bajo el designio arbitrario del gobierno de turno es un riesgo demasiado grande para la vida de los ciudadanos de cualquier país. Y conociendo la especial inclinación de los votantes latinoamericanos a favorecer la elección de políticos paternalistas, caer y recaer una y otra vez en estos ciclos de empobrecimiento sistemático es un peligro latente.
Podría argüirse que estas catástrofes solo han sucedido en un par de ocasiones, si bien, la utilización de la economía como una herramienta de control político es casi invariable en Latinoamérica. Con todo, la historia del monopolio de la emisión de billetes por bancos centrales tiene menos de un siglo en la mayoría de los países de la región, tal como la joven historia de la banca en el continente, relativamente estable solo a partir de finales del siglo XIX. La brevedad de esta historia hace que la presencia de estas crisis económicas sea más reiterativa de lo que podría suponerse a primera vista. Y, con ello, se hace más visible el peligro que asecha a todos los países de la región de estar sometidos a una política económica arbitraria con cada cambio de gobierno.
En esta época, luego de la instauración de tal monopolio monetario en el siglo pasado, los latinoamericanos tienen la posibilidad de proteger sus finanzas de los vaivenes de sus monedas nacionales y emanciparse de las políticas inflacionarias de gobiernos paternalistas. Tienen la posibilidad de acceder a servicios financieros sin necesitar de la aprobación de ningún banco o Estado. Tienen la posibilidad de acceder a una divisa resistente a la censura, transfronteriza y de intercambio tan sencillo como mandar un correo electrónico. Tienen la posibilidad de acceder a una divisa cuya emisión total está predeterminada de antemano y su ritmo de emisión se decide únicamente por las leyes de las matemáticas: Bitcoin.
Fue precisamente en medio de una crisis financiera producto de deficientes decisiones tomadas por bancos y Estados el momento histórico en que nace Bitcoin. En el 2009, durante la crisis de los subprime, Bitcoin surge como un “sistema de efectivo electrónico entre pares (p2p)”, para eludir la intermediación de terceros de confianza en el flujo de capitales entre las personas.
Al ser una moneda digital, cuyo precio depende únicamente de las leyes de oferta y la demanda, es resistente a los problemas económicos circunstanciales de cada país, sirviendo como reserva de valor para los ciudadanos residentes en economías hiperinflacionarias. Los grandes y pequeños empresarios que aceptan pagos en Bitcoin, así como los empleados que sean pagados en dicha moneda, pueden estar seguros de que estarán protegidos ante las devaluaciones gestionadas por sus Jefes de Gobierno.
Además, en el marco de las migraciones que son consecuencia de estos apabullantes contextos hiperinflacionarios, Bitcoin presenta enormes potencialidades para los latinoamericanos. Como moneda transfronteriza, puedes llevar contigo siempre la totalidad de tus ahorros, de manera segura y al alcance de un click. Si tu travesía es larga e implica transitar varios países viajando por tierra, no tendrías que preocuparte por cambiar de moneda en moneda todo tu dinero: puedes revisar en páginas como CoinMap qué locales aceptan bitcoins o cambiar tan solo aquella parte de tu dinero que necesites (de nuevo, al alcance de un click, mediante plataformas como LocalBitcoins). Y si necesitas enviar remesas monetarias a tus familiares y amigos que aún permanecen bajo el asedio de la hiperinflación, puedes hacerlo en cuestión de minutos y sin pagar comisiones exorbitantes a terceros de confianza.
Otro aspecto importantísimo a resaltar es que Bitcoin devuelve a los individuos la posibilidad de ser su propio banco, tal y como sucedía en el pasado cuando bancos privados emitían dinero. Esto no solo debido a que la emisión del dinero es realizada por mineros (y cualquier persona que disponga del hardware puede ser minero), quienes reciben las monedas como recompensa por certificar las transacciones que se realizan en la red. También porque, en Bitcoin, cada poseedor de monedas es responsable del almacenamiento y resguardo de sus fondos. Nadie más que el propio usuario es guardián de las claves y palabras de respaldo de su monedero; no existe un organismo centralizado que gestione claves o sea capaz de controlar o congelar esos fondos.
Si bien esto ofrece una más amplia libertad, al poder transferir a quién se quiera la cantidad de dinero deseada sin necesitar aprobación externa, también aumenta el nivel de responsabilidad de cada individuo sobre sus propios fondos al ser el único administrador de las claves de sus carteras; en caso de olvido, no tendrá opciones de «¿olvidó su contraseña?», así que es importante almacenar muy bien las claves. Y, en medio de la infancia financiera en que nos han mantenido los gobiernos paternalistas de Latinoamérica, aumentar la responsabilidad individual resulta indispensable para madurar.
Pero la mayor diferencia que mantiene Bitcoin frente a la emisión de dinero tradicional, y que resulta una de las mayores ventajas para las economías latinoamericanas, es la imposibilidad de ejercer una política inflacionaria discrecional. La emisión de bitcoins está controlada por matemáticas, y nada más imparcial que los números.
De antemano se sabe que el último Bitcoin a ser minado se emitirá aproximadamente en el año 2140. Así el poder de procesamiento aumente hasta los 20 mil yottabytes (1024 bytes), la tecnología está regulada internamente para aumentar la dificultad de minado a tal punto que mantenga siempre la adición de nuevos bloques a la cadena en un tiempo que oscila alrededor de los 10 minutos. De esta manera, nadie puede manipular a su antojo la cantidad de dinero circulante y, por tanto, nadie puede afectar su valor de forma directa.
Pero aún existen nudos que deben desatarse antes de que Bitcoin pueda funcionar como una moneda de uso corriente en Latinoamérica. Dos de ellos están íntimamente vinculados: volatilidad y adopción.
La volatilidad del precio de Bitcoin sigue siendo una realidad. Mantener precios de productos en una moneda cuyo valor puede variar mil dólares de un día a otro resulta harto complicado para la estabilidad monetaria. Con todo, en la medida en que Bitcoin ha sido más y más adoptada por personas que entienden el verdadero sentido del proyecto y que permanecen comprometidos con la moneda más allá de sus variaciones, el precio de Bitcoin ha encontrado pisos o niveles de soporte más altos luego de sus correcciones, al tiempo que ha incrementado su estabilidad. Si se logran aumentar los niveles de adopción, y con ello, el precio de la criptomoneda, se hará cada vez más difícil que una compraventa de monedas sea capaz de alterar significativamente el precio, dotándolo de mayor solidez y estabilidad.
Es responsabilidad de todos los que tenemos certeza de las posibilidades de esta tecnología promover su adopción. Educar al resto de nuestros conciudadanos, amigos y familiares sobre cómo usar Bitcoin. Enseñarles el mundo de libertades financieras que abre resulta imperativo; toda vez que cada día se cierne sobre los latinoamericanos la sombra de los gobiernos paternalistas y sus políticas inflacionarias. Es necesario correr la voz, mostrarles tanto a empresarios como a pequeños comerciantes, pasando por vendedores cibernéticos, la herramienta de protección financiera a su disposición. Realizar eventos, conferencias, ferias o talleres explicativos pueden ser algunas de las estrategias para seguir divulgando esta tecnología a mayor escala.
Bitcoin llegó para subvertir el sistema económico tradicional, para insubordinar a los subordinados e instaurar un nuevo orden financiero. Bitcoin no pide permiso: queda de cada uno de nosotros hacer esta revolución financiera una realidad.
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