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La ficción plantea un mundo automatizado donde el control estatal reemplaza la autonomía.
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Su moraleja: la autocustodia de Bitcoin es la única defensa ante la pérdida de soberanía.
La autocustodia es, en esencia, una elección. En el universo de Bitcoin y de las finanzas digitales, significa conservar la llave de la propia libertad económica, que es la base de muchas libertades ulteriores.
Y, como toda elección, tiene un costo: el de asumir la responsabilidad sobre lo que se posee. En tiempos en que el dinero se vuelve cada vez más intangible, esa decisión se convierte también en una declaración política.
Ben Sigman, desarrollador de Bitcoin y criptógrafo, publicó el 8 de octubre una historia titulada «Self Custody or Self Destruct» (autocustodia o autodestrucción), un relato de ficción ambientado en el año 2045 que pone en escena un dilema existencial: delegar la soberanía financiera o conservarla a cualquier precio.
Sigman es un reconocido colaborador del ecosistema bitcoiner que, entre otras cuestiones, dedica su trabajo al desarrollo de criptografía postcuántica. En ese sentido, como lo reportó CriptoNoticias, promueve la implementación de la propuesta de mejora de Bitcoin 360 (BIP-360) para proteger la red de un presunto atacante cuántico en un futuro.
En adición, Sigman participó en las pruebas que se hicieron en Blue Wallet, un monedero popular de Bitcoin, integrando criptografía postcuántica.
Un futuro automatizado: la ironía de una «seguridad» que Bitcoin desafía
En un futuro imaginado, Sigman describe un mundo gobernado por autómatas.
«La mayoría de los trabajos humanos fueron entregados a las máquinas», detallando cómo la automatización lo controla todo.
Enteras industrias han sido reestructuradas en sistemas automatónicos: autooptimizantes, autorreportantes, autorreguladores… Los gobiernos lo llaman progreso. Las corporaciones lo llaman eficiencia.
Ben Sigman, desarrollador bitcoiner.
Sigman contextualiza esa circunstancia señalando que cada ciudadano recibe un ingreso básico universal en una billetera estatal, gracias a la cual la privacidad financiera se desvanece y cada transacción queda registrada para velar «por tu seguridad».
Y así, el sistema funciona. Los autómatas mantienen las luces encendidas. La vida es limpia, eficiente, predecible. Y el único costo es… la libertad.
Ben Sigman, desarrollador bitcoiner.
En esa sociedad controlada, una mujer llamada April (enfermera, de 30 años) ve su vida desmoronarse después de enviar 50 dólares a un amigo vinculado a una red de privacidad. ¿El resultado? Su puntaje social cae y su cuenta es congelada.
«Por su protección, su cuenta está bajo revisión», le responde a April una voz sintética cuando intenta reclamar sus derechos.
El texto de Sigman refleja que, en un entorno donde la vigilancia se justifica en nombre del orden, April comprende que lo que está en juego no es su reputación, sino su libertad.
Los sistemas autoritarios siempre surgen de la misma manera. Nunca comienzan con soldados en las calles. Comienzan con la seguridad. ‘Por tu protección, para prevenir fraudes, para defender la moral, siempre es por nuestro propio bien’.
Ben Sigman, desarrollador bitcoiner.
Con Bitcoin, la soberanía implica responsabilidad personal
Sigman narra que la joven encuentra refugio en algo que había heredado de su padre, un entusiasta de Bitcoin: dos pequeños dispositivos y unas instrucciones escritas a mano.
«Un día intentarán quitarte todo (le había advertido). Si no tienes tus propias llaves, lo lograrán.» Con esta herramienta, explica Sigman, April accede a sus ahorros guardados en una wallet fuera del alcance estatal. «Por primera vez en años, sintió algo raro: soberanía», es la palabra que escribe el autor.
El texto, que combina crítica social y reflexión tecnológica, plantea que los sistemas autoritarios no nacen de la noche a la mañana. «Siempre comienzan con la promesa de seguridad», señala Sigman.
Nacen «para protegerte. Para prevenir fraudes. Para tu propio bien». Pero ese control centralizado (ya sea a través de monedas digitales de bancos centrales o plataformas con verificación obligatoria de identidad) termina por despojar a las personas de su autonomía económica.
La tecnología no importa. Ya sea la Inquisición, la Stasi o una Moneda Digital de Banco Central, la estructura es la misma: un control centralizado disfrazado de benevolencia.
Ben Sigman, desarrollador bitcoiner.
«Bitcoin fue diseñado como un arma de resistencia pacífica», afirma Sigman en la ficción. El directivo de Bitcoin Libre recuerda que la moneda digital no fue diseñada para especular con su precio, sino para ofrecer una alternativa a la dependencia institucional.
En el relato de Sigman, la autocustodia no es solo un método técnico, sino una ética práctica: mantener las llaves privadas es mantener el control sobre la propia existencia financiera. «Si alguien puede congelar tu dinero con un botón, no eres libre. Estás alquilando tu libertad a quien tiene ese botón», advierte.
Sigman dedica la parte final de su historia a explicar cómo esa libertad puede preservarse.
Los cypherpunks entendían la privacidad como una elección, no para esconderse. La autocustodia significa que no puedes ser poseído.
Ben Sigman, desarrollador bitcoiner.
Recomienda el uso de monederos multifirma (multisig, por ejemplo, dos dispositivos físicos, dos frases semilla) como estructura mínima de seguridad. «Tu tarea es evitar que esas llaves se combinen sin tu permiso», señala, subrayando que la responsabilidad individual es el precio de la soberanía.
Hacia el cierre, el autor vuelve al tono filosófico del inicio. «La diferencia entre 2045 y 2025 es solo el tiempo», escribe, insinuando que los cimientos de ese futuro ya están en construcción: monedas digitales centralizadas, vigilancia KYC (conoce a tu cliente), censura automatizada.
«La seguridad sin libertad es una celda acolchada», concluye.
En esa bifurcación del camino, Sigman resume la elección: «Un sendero lleva a la eficiencia perfecta, a la obediencia perfecta. El otro, al riesgo y a la soberanía. El primero es automático. El segundo, humano».
Y su sentencia final resuena como una advertencia para el presente: «Cuando lleguen los autómatas, solo quedarán dos clases de personas: quienes tienen sus propias llaves y quienes ruegan que el sistema los descongele.»