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19.500 millones de dólares se liquidaron en 1 solo día.
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Fue el peor crash de la historia cripto, superando 10 veces episodios como FTX, Luna y COVID.
El 10 de octubre de 2025 el mercado cripto vivió el mayor colapso de su historia. En cuestión de horas, bitcoin se desplomó de 122.000 a 103.300 dólares, arrastrando a todo el ecosistema en una caída tan violenta como coordinada.
Las liquidaciones en derivados alcanzaron los 19.500 millones de dólares en un solo día, un récord absoluto que dejó atrás episodios emblemáticos como la caída de FTX, el derrumbe de LUNA o el crash del COVID de 2020.
Pero, a diferencia de aquellos casos, esta vez no hubo un fallo de protocolo ni un hackeo masivo. Lo que ocurrió fue una implosión interna: una maquinaria saturada de apalancamiento, sin liquidez ni amortiguadores técnicos, que transformó un shock político moderado en una avalancha perfecta.
La cronología del evento fue quirúrgica.
- A las 9:50 de la mañana (hora ET), el mercado ya mostraba ventas agresivas incluso antes de cualquier anuncio político.
- A las 10:57, Donald Trump publicaba en X su intención de imponer un arancel del 100% a las importaciones chinas.
- A las 4:30 de la tarde, una ballena institucional abría posiciones cortas masivas sobre activos cripto. Veinte minutos después, Trump confirmaba oficialmente la medida.
- Para las 5:20 p. m., el sistema ya había liquidado más de 19.000 millones de dólares y el operador detrás de esa jugada sumaba cerca de 192 millones en ganancias.
- Todo sucedió en 7 horas.
El corazón del colapso estuvo en el apalancamiento. Se liquidaron 16.700 millones de dólares en posiciones largas frente a apenas 2.500 millones en cortas, una relación de casi 7 a 1. Casi todos los exchanges —con la excepción de Bitfinex— reportaron más del 90% de liquidaciones en posiciones largas. Solo en Hyperliquid, la misma plataforma donde la “ballena” abrió sus shorts, se borraron 10.300 millones en cuestión de minutos.
Esa desproporción no fue casual: el mercado venía de meses de optimismo y codicia acumulada, confiado en que el precio de bitcoin seguiría subiendo con el impulso institucional. Los operadores estaban sobreapalancados y mal cubiertos. Bastó una chispa política para que el castillo de naipes financiero se derrumbara.
El apalancamiento actuó como multiplicador del desastre. Cada caída de precio activaba liquidaciones automáticas que forzaban nuevas ventas, empujando el precio aún más abajo y generando una cascada imparable. No hubo especulación racional ni miedo sostenido: fue pura mecánica de mercado. El sistema, diseñado para amplificar ganancias en fases alcistas, se transformó en una máquina de destrucción automática cuando el precio se movió en la dirección opuesta. Lo que debía ser una corrección normal se convirtió en una purga de proporciones históricas. La supuesta madurez institucional del ecosistema quedó en evidencia: sigue siendo un entorno dominado por instrumentos excesivos y sin frenos reales.
El momento tampoco ayudó. La venta masiva comenzó minutos después del cierre de los mercados estadounidenses, un viernes por la tarde, con Asia y Europa fuera de horario y la liquidez prácticamente ausente. Los oráculos de precios de varios protocolos DeFi fallaron al mismo tiempo, provocando liquidaciones automáticas basadas en datos erróneos. Los algoritmos de provisión de liquidez dejaron de funcionar con normalidad, creando huecos de precios que impidieron cualquier amortiguación. Varios exchanges sufrieron interrupciones que bloquearon operaciones en pleno pánico, y algunos portales on-chain fueron hackeados durante esas horas críticas. Binance reconoció “problemas relacionados con la plataforma”, prometió compensaciones a los usuarios afectados y anunció nuevas medidas de protección, incluidos oráculos redundantes y límites de caída automáticos.
El resultado fue una tormenta perfecta: un dump inicial de unos 90 millones de dólares en Binance, combinado con una posición corta apalancada de 1.100 millones en otra plataforma, desató una cadena global de liquidaciones que barrió casi 20.000 millones de dólares en valor de mercado. No fue un fallo de una stablecoin ni una manipulación externa: fue una demostración de cómo la sofisticación financiera del ecosistema puede volverse en su contra cuando la estructura se tensiona al máximo.
El contexto emocional amplificó el golpe. Desde abril, post guerra de tarifas y Liberation Day, el mercado viene viviendo un rally sostenido con una sensación de invulnerabilidad. El índice de codicia se mantenía por encima de los 60 puntos y la narrativa dominante habla de una nueva “era institucional” para bitcoin.
En ese clima de complacencia, el anuncio de los aranceles fue el detonante psicológico y técnico que faltaba. El miedo se propagó más rápido que las órdenes de venta, y los algoritmos hicieron el resto. Paradójicamente, al momento de escribir esta columna, se ha dado un rebote en el precio de bitcoin hasta USD 115.000, lo que muestra que el daño no fue fundamental. La red sigue y seguirá validando bloques y el protocolo no falló. Pero el ecosistema financiero que lo rodea quedó expuesto como un castillo de cristal.
Culpar a Trump es tentador, pero superficial. Su anuncio fue el fósforo, no el incendio. Lo que realmente explotó fue una estructura de mercado hiperapalancada, con colaterales inestables, oráculos defectuosos y liquidez ausente cuando más se necesita. Un sistema que puede evaporar 19.500 millones de dólares en 24 horas por un tuit político no es un sistema maduro. La descentralización no impide las crisis si el diseño que la sostiene es frágil.
El episodio del 10 de octubre deja lecciones que el ecosistema no puede seguir ignorando. Es urgente revisar qué activos se aceptan como colateral y bajo qué condiciones. Se necesitan mecanismos de liquidación escalonada o “circuit breakers” automáticos que detengan la cascada cuando los precios se desploman demasiado rápido. Los exchanges y protocolos deberían publicar métricas de apalancamiento agregado y exposición total para que los participantes comprendan el riesgo sistémico. También es indispensable contar con fondos de estabilización que aporten liquidez en escenarios de estrés. La transparencia y la gestión prudente del riesgo deben convertirse en pilares de la nueva etapa, no en lemas publicitarios.
El colapso de octubre no fue una crisis de confianza ni un ataque político; fue una crisis de diseño financiero. Bitcoin no falló: falló el ecosistema que lo rodea, el que convirtió una señal de advertencia macroeconómica en una masacre autorreferencial. Trump encendió la chispa, pero el mercado ya estaba empapado de combustible.}
Y cuando la pólvora es el apalancamiento, no hace falta mucho más para que todo estalle.
El verdadero enemigo fue el apalancamiento.