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El tango de bitcoin empieza con indiferencia y termina con codicia desbordada.
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Para los minoristas, este es el momento de actuar con estrategia y visión de largo plazo.
En 1935, Carlos Gardel y Alfredo Le Pera compusieron «Sus ojos se cerraron», un tango en el que la tragedia personal —la muerte de la mujer amada— contrasta con la indiferencia del mundo.
“Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”, dice la letra, como quien reconoce que, aunque la vida de uno tenga un acontecimiento trascendente, la de los demás sigue su curso como si nada.
Algo de este estilo ocurrió anoche, 13 de agosto de 2025, cuando bitcoin alcanzó un nuevo máximo histórico al superar los 123.500 dólares. Para quienes seguimos de cerca su trayectoria, fue un hito monumental, digno de marcar un antes y un después y digno de ser celebrado a lo grande.
Pero, fuera de ese círculo, la reacción fue casi inexistente. Ni portadas encendidas, ni titulares masivos, ni largas discusiones en la calle. En Google, las búsquedas de “bitcoin” se mantuvieron en niveles bajos. En la prensa (claro, no en CriptoNoticias, sino en la prensa no especializada), el récord fue apenas algún que otro comentario o nota menor.
Quien haya vivido otros ciclos de bitcoin sabe que un máximo histórico solía ser sinónimo de euforia generalizada. En 2017, la primera vez que superó los 20.000 dólares, las sobremesas de Navidad estaban llenas de cuñados hablando del tema, los medios especulaban con “la burbuja” y hasta los taxistas daban consejos de inversión. En 2021, cuando trepó más allá de los 60.000, los buscadores de Google registraron una subida de consultas y los noticieros lo ponían en pantalla gigante.
Hoy, el contraste es abismal. Bitcoin está en su mejor precio de la historia, pero no despierta la misma pasión popular. Los gráficos muestran un nuevo techo, pero el sentimiento social es de indiferencia. Como en el tango de Gardel y Le Pera: una noticia que para algunos significa todo, pero que para el resto pasa inadvertida, casi invisible.
La explicación más sólida a tal comportamiento es que este ciclo está dominado por los grandes jugadores institucionales. Lo que antes era un fenómeno de pequeños ahorristas buscando “hacerse ricos rápido” ahora es un movimiento sigiloso de fondos de inversión, bancos y empresas públicas.
En la siguiente imagen puede verse que hay más de 100 compañías que cotizan en bolsas de valores que están acumulando BTC como si no hubiera mañana:
BlackRock, Fidelity, MicroStrategy, fondos soberanos de Medio Oriente: los protagonistas de este bullrun no discuten en foros ni publican memes en Twitter. Compran bitcoin, acumulan a largo plazo y gestionan estrategias con horizontes de décadas. Para ellos, un ATH no es una fiesta: es apenas un dato contable.
En cambio, el minorista promedio brilla por su ausencia. Muchos se sienten todavía marcados por las caídas de 2022, otros ya ni prestan atención, y una mayoría simplemente no sabe que bitcoin acaba de romper otro récord.
El bajísimo interés individual no significa que bitcoin haya perdido fuerza. Todo lo contrario: refleja un grado de madurez. El activo dejó de ser un juguete especulativo para transformarse en una pieza seria dentro del tablero financiero global. Pero esa transición trae consigo un efecto curioso: cuanto más serio se vuelve, menos ruido hace.
Aun así, la historia de bitcoin tiene un ritmo casi coreográfico que se repite en cada mercado alcista: primero compran los que están convencidos, sean pioneros o instituciones. El precio alcanza récords y luego, cuando los pequeños ahorristas vuelven en masa, lo hacen tarde, en la parte final del ciclo, empujados por la codicia y el miedo a quedarse afuera.
Hoy estamos claramente en la segunda etapa. Bitcoin acaba de escribir un nuevo récord en su historia, pero lo hace en medio del silencio. Y ese silencio, lejos de ser señal de debilidad, es precisamente la calma que precede a la tormenta.
Esta indiferencia generalizada tiene una consecuencia práctica: abre una oportunidad única. Mientras «el mundo sigue andando” como si nada, el inversor individual puede acumular sin presiones, sin titulares que alimenten la histeria y sin el riesgo de comprar en plena burbuja.
La estrategia del dollar cost averaging (DCA) —comprar de a poco, con disciplina y a largo plazo— encuentra aquí su momento dorado. Porque cuando la multitud regrese y el frenesí mediático vuelva a encenderse, será demasiado tarde para entrar barato.
En otras palabras: lo que hoy parece apenas un dato aislado (“bitcoin en 123.500”) mañana será recordado como un simple escalón en un ascenso mucho mayor.
No nos engañemos: el ruido volverá. Lo vimos siempre. Volverán los noticieros de último momento, los influencers prometiendo millones, los grupos de WhatsApp llenos de “¿cómo compro?”. Y volverán los minoristas a abrir cuentas en exchanges cuando el precio ya ronde, quizás, los 140.000 o 150.000 dólares.
Ese es el tango que se baila cada ciclo: primero la indiferencia, luego la codicia desbordada. Y en el medio, la oportunidad para quienes saben leer el compás antes que el resto.
Gardel tenía razón. El ATH de ayer es un hecho grande para bitcoin, pero pequeño en la escala de la vida cotidiana. El mundo sigue su curso: la inflación preocupa, los conflictos bélicos avanzan, los gobiernos se tambalean. En medio de todo eso, bitcoin marca un nuevo hito y, sin embargo, no logra aún sacudir la modorra colectiva.
El mundo sigue andando, pero el tren de bitcoin también. Su lógica permanece intacta: oferta limitada, adopción creciente, cada vez más instituciones jugadas a largo plazo. Que no haya titulares rimbombantes no cambia ese destino.
Para el pequeño inversor, el mensaje es claro: este es el momento de actuar con serenidad. Hacer DCA, pensar a largo plazo, evitar quedar paralizado por la indiferencia ajena. Porque cuando el ruido regrese —y regresará—, será tarde para entrar con calma.
El tango de Gardel nos recuerda que la vida no se detiene por las tragedias ni los éxitos individuales. Bitcoin, a su manera, muestra que los ciclos tampoco se detienen por la indiferencia colectiva. El precio seguirá su curso, marcará nuevos récords, y un día este ATH será apenas un recuerdo.