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La emisión de moneda no tiene por qué ser un privilegio estatal.
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Bitcoin actualiza el desfasado sentido de soberanía monetaria.
Bitcoin es la primera amenaza real y generalizada que todos los gobiernos del mundo han enfrentado de manera simultánea respecto al monopolio de emisión de dinero. Sin embargo, lo que podría parecer un cambio inédito en el fundamento de la llamada soberanía monetaria es, en verdad, una vuelta al origen, cuando el dinero era propiedad de las personas y no una prerrogativa del Estado.
A lo largo de la historia, el dinero ha tomado distintas formas: conchas marinas, cristales, piedras, sal, ganado, metales preciosos. Han sido cualidades como la durabilidad, portabilidad, escasez, entre otras, las que hicieron que, orgánicamente, las personas escogieran un bien y no otro como medio de intercambio, reserva de valor y/o unidad de cuenta.
La idea de que una entidad de confianza (no necesariamente gubernamental) se encargara de la acuñación de monedas fue producto de la conveniencia que provee, para los intercambios, que el peso y el emisor estuvieran marcados de antemano en la moneda de metal, no porque fuera necesario que el dinero contara con la bendición del gobierno. Visto desde la contracara, tampoco los gobiernos estaban privados de ninguna cualidad esencial por no monopolizar la emisión de dinero.
El concepto de soberanía monetaria y la centralización de la emisión de dinero está ligado al surgimiento de las monarquías absolutas y la consolidación del Estado-nación moderno. Si bien durante el Imperio Romano los emperadores tuvieron el derecho exclusivo a la emisión de moneda, la acuñación se fragmentó durante el Medioevo entre reyes, señores feudales, obispos, e incluso gremios y comerciantes, como relata el historiador Peter Spuford.
En Jean Bodin (siglo XVI), padre intelectual del absolutismo francés, encontramos la primera fundamentación teórica de la soberanía monetaria. Aunque no acuña propiamente el término, en sus Seis Libros de la República, Bodin establece como atributo de la soberanía (en latín, summa potestas, poder encima del cual solamente está Dios) la capacidad de “elevar o disminuir la ley, valor o tasa de las monedas”.
En cuanto al derecho de amonedar, es de la misma naturaleza que la ley y sólo quien tiene el poder de hacer la ley, puede dársela a las monedas. . . Después de la ley, nada hay de mayor importancia que el título, el valor y la tasa de las monedas, como hemos demostrado en otro tratado, y en toda república bien ordenada sólo el príncipe tiene este poder. . . Aunque, en este reino, varios particulares han gozado antiguamente del privilegio de batir moneda —tales el vizconde de Turen-a, los obispos de Meaux, Cahors, Aude, Ambrun, los condes de Saint Paul, de la Marche, Nevers, Blois y otros—, el rey Francisco I anuló, mediante edicto general, todos estos privilegios.
Jean Bodin – Capítulo X, Libro 1, Seis Libros de la República
El tratado al que refiere Bodin es su Réponse au Paradoxe de Monsieur de Malestroit, en donde responde a Jean de Malestroit, quien atribuía la inflación en Francia al aumento de los precios, minimizando el impacto de la moneda. Bodin, en cambio, sostiene que la devaluación monetaria y el exceso de metales preciosos (provenientes de las colonias de América) son las principales causas de la inflación, destacando la importancia de regular el título (pureza del metal), valor (nominal) y tasa (tipo de cambio) de las monedas.
Esta disputa resuena con la definición contemporánea de inflación, modificada a conveniencia por el keynesianismo, que invierte la causa por el síntoma al decir que la inflación es un “aumento generalizado de los precios” para disimular su origen en la emisión monetaria, tal como mostramos en nuestro editorial anterior.
Entonces, siguiendo a Bodin, la soberanía monetaria se entiende cómo el poder para emitir, controlar y gestionar la moneda. En otras palabras, la capacidad para imponer la política monetaria.
A pesar de la fundamentación teórica de Bodin, la centralización de facto de la emisión de moneda no se haría completamente efectiva hasta la fundación del Banco de Inglaterra en 1694. Aunque se trataba de un banco privado, recibió una Carta Real que le otorgaba el monopolio para emitir billetes respaldados por oro de manera fraccionaria y para gestionar la deuda pública, con el fin de financiar la guerra contra Francia, segúnThe Evolution of Central Banks de Charles Goodhart.
Al tiempo que se fueron consolidando los bancos centrales en el mundo, también se fue arraigando la idea de que el control sobre la emisión de la moneda era un privilegio exclusivo del soberano. Pero durante ese tiempo también la base teórica de la soberanía misma fue mutando sin que ese cambio se reflejara en la idea de soberanía monetaria.
Del Rey Absoluto sin límites de poder y por encima incluso de la ley, la soberanía pasó a tener su asiento en el Estado-nación, ese Leviatán hobbesiano que, tras las Paces de Westfalia, empezó a tener soberanía exclusiva sobre su territorio. En conjunto con este principio de ausencia de injerencias externas en los asuntos internos, su poder debía ser legítimo, autorizado por los ciudadanos, y limitado por sus derechos naturales: la vida, la libertad y la propiedad, como establece John Locke. Con Rousseau y las revoluciones liberales del siglo XVIII, la soberanía, supuestamente, se traslada al pueblo, abstracción que solo puede ejercer su voluntad a través de representantes.
De todo esto resulta la idea contemporánea de soberanía como autoridad suprema dentro del Estado, con autonomía en sus decisiones respecto a injerencias externas. En el momento en que extranjeros deciden los asuntos de tu país, en teoría, pierdes soberanía.
Durante todo este proceso democratizante, el control monetario continuó siendo una prerrogativa estatal. Pero, a partir del siglo XX comenzó a erosionarse esta centralización. El sistema de Bretton Woods limitó la soberanía monetaria al anclar las monedas de occidente al dólar estadounidense. Tras su caída en 1971 con el Nixon Shock, los Estados ganaron un privilegio hipertrofiado, al poder emitir dinero a gusto, sin las restricciones que imponía el patrón oro.
No obstante, la globalización y la creación de organismos supranacionales comenzaron a mellar la autonomía de los Estados-nación sobre sus monedas. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, imponiendo condiciones a sus préstamos, interfieren con las políticas monetarias y fiscales de los gobiernos; el Banco de Pagos Internacionales establece estándares bancarios que los países deben adoptar para participar en el sistema financiero global; la creación del euro centralizó en una entidad supranacional las políticas monetarias de los países de la Eurozona.
Si bien estos últimos cambios de finales del siglo pasado y principios de este han debilitado la autodeterminación monetaria de los países, no han transferido mayor soberanía al supuesto pueblo donde debería residir, sino a organismos internacionales, cuyos representantes ni siquiera son de elección popular, sino elegidos directamente por las élites gubernamentales en un proceso en que los votos de los distintos países no tienen igualdad de peso. Es decir, las políticas de los países más poderosos terminan imponiéndose sobre los más débiles.
Tras la creación de Bitcoin y con la digitalización del dinero, se ha comenzado a dar un proceso paralelo de debilitamiento de la soberanía monetaria, pero que no es impulsado por la agenda de ningún país ni de ningún organismo supranacional.
Este debilitamiento es aparente, o al menos parcial, en tanto que lo que se debilita es el monopolio del Estado de la emisión de dinero, pero, al mismo tiempo se transfiere este poder a los individuos, restaurando el control de las personas sobre su dinero y actualizando el concepto de soberanía monetaria.
En Bitcoin, cualquier persona, sin importar quién sea, de dónde provenga, cuánto dinero tenga o qué credo profese, puede participar en la emisión, control y gestión de la moneda, de manera igualitaria que cualquier otra persona.
Puede emitir moneda a través de la minería; puede ser contralor del suministro directamente almacenando la contabilidad en su nodo; puede participar en las decisiones de gobernanza de la red, y ante un consenso global y absoluto de todos los participantes de la red, pueden modificar la política monetaria, por más difícil que esto resulte en la práctica.
Esto es lo que tiene asustados a los políticos del mundo, pues, tal como dijo John Perry Barlow en su Declaración de Independencia del Ciberespacio, el mundo digital quiebra el control que dan las fronteras físicas, en donde pueden forzar sus monopolios a través de la violencia. La naturaleza p2p de Bitcoin y las criptomonedas hace que el Estado solo pueda imponer sus restricciones en empresas como exchanges, pero no puede evitar que se sigan haciendo transacciones entre personas.
Esta digitalización del dinero viene aparejada con la necesidad de competir por ofrecer un mejor dinero y servicio, algo a lo que no estaban acostumbrados los gobiernos debido a la prerrogativa de la soberanía monetaria, a las leyes de curso legal, y al poco acceso que tenían la mayoría de los individuos a los mercados globales. Los obliga a entrar en la dinámica del mercado.
Nadie puede obligarte a que uses Bitcoin; no hay curso forzoso: lo usas porque lo eliges voluntariamente, porque encuentras un beneficio ahí que no consigues en otro dinero. Por eso, cada persona se relaciona con el fenómeno de Bitcoin desde su contexto: quienes provienen de economías inflacionarias, lo ven como un salvavidas, tal como ha ocurrido en los casos de Venezuela, Argentina, Turquía, entre otros; quienes viven en economías más estables, lo perciben como una inversión, una herramienta de libertad, un instrumento de ahorro, etc.
Con Bitcoin, tenemos un sistema monetario neutral, en el cual ningún Estado puede interferir para cambiar sus políticas de emisión, ni para censurar las transacciones que no les guste. Bitcoin ha redefinido el derecho de propiedad al posibilitar la autocustodia de enormes sumas de dinero sin costos de mantenimiento, sin ocupar espacio físico y sin los riesgos de confiscación que implica la custodia por terceros.
Pero en el camino hacia la bitcoinización parece estar sucediendo un proceso intermedio, que también modifica las dinámicas de la soberanía monetaria, pero sin reestablecer el fundamento originario del dinero como propiedad individual: las stablecoins.
A pesar de ser empresas privadas las que emiten las stablecoins, las cuales tienen los incentivos necesarios para prestar el mejor servicio posible y así mantener el afecto de sus usuarios, siguen siendo intermediarios de la economía fíat; la soberanía monetaria sigue residiendo en el Estado. Sobre todo, al menos en este momento, en Estados Unidos, al ser las stablecoins del dólar, en un 98%, las que dominan el mercado.
Esto lo sabe la administración Trump, y es por ello por lo que se han promovido con tanta urgencia leyes como GENIUS. Es la manera que están encontrando para mantener la hegemonía global de un dólar más inflado y más debilitado que en décadas. Es una vía para instaurar un nuevo Bretton Woods, en el que el dólar vuelva a ser el activo de reserva global, pero con los individuos y no los Estados como centro de la ecuación, así como también para exportar, no solo su dominio comercial, sino también inflación.
Un nuevo Bretton Woods basado en stablecoins sigue sufriendo de la arbitrariedad intrínseca del sistema fíat. No solo por el aspecto inflacionario, sino por la posibilidad de censura. Ya hemos visto como se ha instrumentalizado el fíat como sistema de control a nivel internacional, congelando cuentas y excluyendo enemigos fuera del comercio internacional, como en el caso de Rusia. Esos enemigos pueden cambiar en cualquier momento; mi amigo de hoy es mi enemigo de mañana. Y siendo común que empresas de stablecoins bloqueen cuentas a criminales, en la medida en que esté más ligado al gobierno de Estados Unidos, serán más frecuentes estos congelamientos a distancia de lo que son ahora.
Así, las stablecoins traen una mayor centralización de la soberanía monetaria de la existente actualmente, solo que, en vez de estar en cada Estado, lo estaría en Estados Unidos, con la intermediación de las empresas que ofrecen este servicio. Esto es suponiendo que solo el USD triunfe como stablecoin. No obstante, aplica a cualquier Estado que emita con éxito y adopción stablecoins nacionales o monedas digitales de Banco Central (CBDC).
A diferencia de las stablecoins y las CBDC, Bitcoin, con sus reglas de consenso inalterables, trae el fin de la soberanía monetaria. Fin puede entenderse tanto teleológicamente, es decir, la finalidad hacia la que se dirige algo para actualizar su potencial, es decir, su sentido; o, en su acepción más literal, el término de algo, el punto de cese.
Históricamente, podemos ver cómo la soberanía parece haber tendido, al menos en el plano conceptual, a un proceso de desconcentración, desde la figura unitaria del monarca absoluto, hasta la supuesta soberanía popular. Sin embargo, la soberanía monetaria quedó rezagada en el camino y podría decirse que ha llegado a un momento de agotamiento en su versión centralizada por haberse pervertido tras la creación del fíat.
Es opinión de CriptoNoticias que Bitcoin es el fin de la soberanía monetaria, tanto como fin del modelo heredado, así como síntesis de su sentido histórico.
Si el fin de la soberanía monetaria es, como suele decirse, garantizar la estabilidad económica, al menos en los últimos cincuenta y cuatro años, desde la creación del fíat, los gobernantes han hecho un pobre trabajo, abusando en todas partes de su capacidad de emitir moneda y sustrayendo valor de los ciudadanos, tal como mostramos en nuestro editorial anterior.
¿Qué mayor estabilidad que la que puede ofrecer un sistema de reglas inmutables y consabidas? Un sistema que la voluntad humana no puede corromper, o al menos no de forma arbitraria y unilateral. Si la red Bitcoin se dirige hacia alguna mala decisión, lo sería al menos por consenso voluntario de sus participantes, no por una imposición representativa.
Se entiende que, en el Absolutismo, donde solo Dios estaba por encima del monarca, la soberanía monetaria fuera un atributo esencial del Rey. Pero en un mundo globalizado, ¿qué justificación legítima existe para mantener este monopolio si existe un sistema en el que todos los participantes son iguales ante otros, en que la validación de las transacciones se realiza por todos, voluntariamente? La justificación original de conveniencia para determinar el peso de la moneda ya no existe.
Tenemos un sistema monetario neutral, en el cual ningún Estado puede interferir para cambiar sus políticas de emisión, ni para censurar las transacciones que no les guste. Bitcoin es soberano de su ley, las reglas de consenso. Ante este nuevo sistema monetario, los Estados solo son un par más, no hay principatus, no hay primus inter pares, hay plena isonomía: no importa cuánto BTC tengas ni ninguna otra distinción; todos son iguales ante la ley de Bitcoin.
Bitcoin pone en entredicho la autoridad de los gobiernos, muestra que el Estado no es invulnerable y que su debilitamiento puede provenir en cualquier momento de cualquier individuo. Pero, más allá de eso, crea una soberanía monetaria plenamente impersonal, en la que nadie puede abusar de posiciones privilegiadas para emitir dinero en desmedro de los demás.
Como hemos dicho anteriormente, es un contrapeso a la arbitrariedad política: al separar el dinero y el Estado, da una salida a los individuos para no ser presa de las decisiones monetarias erradas de sus gobernantes.
Bitcoin es el fin de la soberanía monetaria, devolviendo el dinero nuevamente a las personas. Ante la perversión que tuvo la soberanía monetaria con la imposición del fíat, Bitcoin surge como vindicación, dando a las personas propiedad y certeza sobre su dinero.