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Cuando valía 1 millón de dólares, no dormía. Luego el miedo a perderlo todo superó la fe.
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Una moneda de bitcoin física era su tesoro, pero su realidad le golpeó.
En 2012, cuando bitcoin (BTC) apenas comenzaba a asomarse al mundo financiero, un usuario anónimo decidió invertir 500 dólares en una de las míticas barras físicas de Casascius, aquellas que almacenaban 100 monedas digitales en su interior. Hoy, doce años después, esos fondos en bitcoin valen más de 10 millones de dólares. Y su dueño tomó recientemente una de las decisiones más difíciles: venderlo.
Esta es la historia de un usuario de Bitcointalk identificado con el seudónimo de John Galt quien resistió años de volatilidad, presión psicológica y tentaciones de vender. Sin embargo, el peso de tener esa suma de dinero en sus manos lo obligó a actuar.
En un hilo del foro creado por Satoshi Nakamoto, Galt compartió su experiencia en pleno 2025. «Cuando bitcoin superó los 10.000 dólares hace unos años, empecé a ponerme muy nervioso. ¿Aferrarse a algo que vale más de un millón de dólares? Esa es mucha presión», señaló.
Sin embargo, a diferencia de muchos que vendieron en pánico durante subidas o caídas bruscas, resistió. No por avaricia, sino por una conexión emocional con ese objeto físico: «Para mí, un bitcoin físico sin canjear parece valer más que solo el dinero».
Él se refirió a una barra Casascius de bitcoin que es una representación física de la moneda digital pionera. Lanzada entre 2011 y 2013. Estas barras, que tenían incrustada la moneda Casascius (generalmente de aleación chapada en oro) se convirtieron en piezas de colección.
El punto de quiebre: ¿Vender o seguir ahorrando?
Solo se produjeron unas pocas barras, dado que su producción cesó en noviembre de 2013 debido a regulaciones de la Financial Crimes Enforcement Network (FinCEN), que consideró esta actividad como transmisión de dinero sin licencia. Con ello, las monedas Casascius se volvieron extremadamente raras.
Las monedas físicas contienen una clave privada de bitcoin incrustada en una pieza de papel protegida por un holograma a prueba de manipulaciones. Este holograma oculta la llave, que permite acceder al valor en BTC asociado (como los 100 BTC que Galt confesó tener)
Galt cuenta que intentó vender la barra en varias ocasiones, pero encontró un problema: ¿en quién confiar cuando manejas tanto valor? Exploró subastas, pero los riesgos lo disuadieron. «Habría recibido menos de lo que valía», explicó.
Mientras tanto, el precio seguía subiendo. 100.000 dólares por BTC… 50.000… 60.000… Y cada vez, la pregunta era la misma: «¿Vendo ahora o espero?»
No obstante, en mayo de este año, animado porque el precio de bitcoin alcanzó nuevos máximos históricos de seis cifras, Galt tomó la decisión con su moneda física. «Ahora que vale más de 10 millones, sabía que no podía seguir guardándola».
Y así, después de años de resistencia, la barra de Casascius, adquirida cuando bitcoin cotizaba a 5 dólares, cambió de manos con una transacción que Galt compartió como prueba.
Su historia queda resonando con cualquiera que haya invertido en bitcoin y haya sentido el miedo a vender demasiado pronto, la ansiedad de perderlo todo, la dificultad de desprenderse de algo que no es solo dinero, sino un símbolo de una revolución silenciosa.
Para algunos, este relato es inspiración. Para otros, una advertencia de que ahorrar en bitcoin, que se comercia ahora por 106.000 dólares, puede cambiar la vida de cualquiera, aunque también puede quitarle el sueño.
El miedo a perder supera al miedo a equivocarse, hasta que es demasiado tarde, como lo plasmó Robert Kiyosaki en su propia historia.
El gurú financiero, autor del libro Padre Rico, Padre Pobre, confesó haber sentido una presión psicológica similar a la de Galt: «¿Y si bitcoin llega a 1 millón y no compré lo suficiente?». Por eso, aunque le parezca «caro», sigue acumulando, aconseja.
Basado en su experiencia, Kiyosaki aprendió que bitcoin es «invaluable», como lo informó CriptoNoticias.
En todo caso, ambas historias, la de Galt y la del escritor del famoso bestseller, muestran perspectivas diferentes. Por un lado, vender libera el estrés, pero puede generar arrepentimiento si el precio sigue subiendo. Por el otro, no vender es una apuesta al futuro, pero requiere aguantar la volatilidad.