Eran las 3:00 p.m. de un día de noviembre de 2017 y la tarde caraqueña no parecía guardar ningún secreto en la cotidianidad. Me encontraba en la fila para sacar dinero en efectivo de los cajeros automáticos, específicamente del Banco de Venezuela, que, como todos lo demás bancos del país, apenas dispensaba una pequeña cantidad. Los cajeros del centro comercial El Recreo eran los únicos con dinero por allí cerca. La crisis de efectivo en el país va de mal en peor. Mi acompañante y yo necesitábamos el dinero para volver a casa, ya que los taxis y autobuses sólo aceptan efectivo.
— Ay, quiero ir a Café Piu. La tarde está como para tomar café —dijo la chica de cabello castaño que me acompañaba.
— Coye sí, provoca; pero con esta cola no sé si de tiempo… y encima creo que el punto está dañado —respondí.
Recordando que es muy común encontrar los puntos de pago con tarjeta de crédito y débito dañados o extremadamente lentos porque la conexión está saturada.
— Pfff si aceptaran bitcoins…—me respondió ella. Esta fue la frase que inició el curioso suceso.
La verdad es que hacer fila en Caracas y en otras ciudades de Venezuela es algo que los mismos ciudadanos ya hemos normalizado. El hecho de pasar tres o cuatro horas, e incluso más, en un supermercado para comprar un par de alimentos es algo casi del día a día. Sin embargo, con nuestra forma de ser, el hacer fila llega a convertirse en momentos de encuentro y conversación, nuevas amistades e historias curiosas. En medio del caos del país seguimos encontrando formas de reír. “Es que uno oye unas cosas…” diría mi madre entre indignada y divertida.
Mientras esperábamos nuestro turno para el cajero, seguíamos conversando de las ventajas sobre la primera criptomoneda, a lo que se sumaban algunas fantasías. Imaginábamos utópicas historias del mundo mejor que se esconde más allá de estas fronteras, donde los bancos y los supermercados funcionan en 5 minutos para cada individuo. Yo recordaba cuando supe por primera vez de Bitcoin, “yo pensaba que solo servía para la Deep Web” le comentaba a la chica. Y ella con tono educativo me explicaba que es común pensar eso, pero que la realidad es otra. La criptomoneda puede ofrecer otras bondades que nada tienen que ver con usos ilícitos.
De hecho, podría beneficiar a un país con crisis de efectivo como el nuestro, o también solucionar pequeños detalles que harían la vida de dos jóvenes citadinos mucho más cómoda y práctica, reflexionaba ella. Nuestra plática siguió rondando el mundo de las criptomonedas en general por un rato. Por supuesto, no tardamos en caer en el misterioso Satoshi Nakamoto, el creador (o creadores) de Bitcoin y uno de mis temas favoritos. Investigar sobre Satoshi era una de las cosas que más disfrutaba, cada nuevo dato o sospecha de su identidad lo saboreaba como un jugoso manjar.
Entretenidos entre bromas y fantasías sobre la implementación de métodos de pago con criptomonedas en Venezuela, fuimos interrumpidos por un señor de mediana edad, con gorra y chaqueta de color beige que se encontraba detrás de nosotros en la fila:
— Lo mejor de todo eso es minar —dijo el hombre.
Volteamos inmediatamente, sorprendidos, pues no era muy común que alguien conociese sobre criptomonedas y, mucho menos, sobre la minería de estas.
— Bueno, sí… el problema es conseguir el dinero para invertir y adquirir los equipos. Minar bitcoins es muy difícil ahora —respondió mi acompañante, apenas saliendo de su perplejidad—. Quizás sería mejor minar otra criptomoneda antes e invertir —continuó.
El hombre nos siguió interpelando:
— Es cierto, conseguir los dólares es bastante difícil con el control cambiario. Pero, ¿saben que aquí en Venezuela es conveniente, porque la luz es muy económica?
— Es verdad —comenté—. Aunque también está el tema de que algunos mineros han sido arrestados… las autoridades alegan que se roban la luz, o si no que minan con equipos o instalaciones del gobierno.
El sujeto, que no quiso identificarse ni dar mucha información de sí mismo, siguió:
— Bueno, yo les voy a contar algo. Yo sé de varios que han instalado equipos de minería en panaderías.
— ¿¡En panaderías!? ¿En serio? —preguntó la chica que estaba conmigo, cada vez más interesada en lo que el hombre tenía que decir.
— Así es. Algunos se instalan en galpones, y otros se esconden tras una panadería. Con un negocio así pueden tener acceso al servicio de luz necesario para minar sin levantar muchas sospechas. Lo más gracioso es que muchos ni siquiera venden pan.
Escuchábamos con atención. Yo reí para mis adentros, pues el hecho de que no hubiese pan en la panadería –al menos en la situación actual del país– no se vería muy raro, ya que muchas veces los panaderos dicen que no hay harina o el resto de los ingredientes, y que por eso no pueden sacar pan diariamente.
El hombre de gorra continuó sus relatos con un lenguaje informal y típico de Venezuela:
— Eso me recuerda otra cosa de la que me enteré. Mi ahijado estaba saliendo con una chica, al parecer la primera cita fue bastante bien… si saben a lo que me refiero —dijo con una sonrisa pícara—. Bueno, ya para la segunda cita me dijo que la jovencita estaba como muy preocupada, así que le preguntó que le pasaba. No van a creer lo que le dice la muchacha a mi ahijado: ¡resulta que se había quedado sin quien le vendiera weed!, pero lo más sorprendente del asunto es que el tipo dejó de vender porque se iba a dedicar a la minería… ¿Qué tal? Bueno, no lo culpo, es probable que gane más con eso.
Reímos del cuento del misterioso hombre que parecía conocer cada situación curiosa con la minería en el país.
— Esos arrestos son bien extraños —comentó de repente el señor, tras un rato de silencio—. ¿Por qué robarían luz siendo una mínima inversión en comparación a lo que podrían ganar de la minería?
— Quien sabe… —respondió la chica— Es que igualmente en el país no es ilegal minar, pero tampoco legal; por ahora es una laguna.
Para el momento en que ella decía esto, la luz del sol desaparecía y el ambiente quedaba con un dejo de misterio.
Por desgracia o fortuna, ya nos tocaba el turno de retirar el poco efectivo. Pasamos hacia los cajeros automáticos agradecidos de haber llegado sin que se acabase el dinero aún y nos despedimos del hombre de chaqueta beige con un movimiento de manos, preguntándonos si él mismo no estaba ‘minando pan’ en alguna parte.
Disclaimer: Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
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