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Cientos de jóvenes aprenden a programar en Ethereum para trabajar en el exterior sin emigrar.
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Empresas y taxistas usan USDT para mantener sus negocios ante la falta de billetes físicos.
Cuando Fabiola Acarapi viajó a DevConnect Argentina en noviembre de 2025 y dijo “soy de Bolivia”, la gente se le acercaba porque «todos quieren saber qué pasa con las criptomonedas en mi país”, contó a CriptoNoticias la ingeniera fundadora de la comunidad Ethereum en su país.
Y parte de lo que pasa es reflejo de lo que sucede en un aula prestada de la Universidad Católica de La Paz, cada tercer jueves del mes, donde se hace la Criptovelada. Allí llegan estudiantes con sus mochilas desgastadas, madres que traen a sus hijos, ingenieros que acaban de salir del trabajo. Nadie paga entrada. Solo traen ganas y, a veces, unos cuantos buñuelos.
Fabiola prende la laptop y empieza: “Hoy cualquiera puede contar qué está aprendiendo. El micrófono es suyo”.
Ciento sesenta chicos y chicas de todo Bolivia llegaron con maletas, colchonetas y laptops llenas de stickers. Tres días sin dormir, solo café, código y sueños. Eso es el Buildathon de Ethereum Bolivia que convierte un salón en un campamento de ideas.
Hay quien duerme debajo de la mesa, quien se lava la cara en el baño del colegio y quien, al tercer día, presenta su primer producto funcionando sobre Arbitrum o Avalanche.
Teníamos chicos que llegaron con sus maletas y hasta con sus camas [colchonetas] porque sabían que iban a quedarse los tres días enteros hackeando. Imagínate, vinieron de toda Bolivia, de pueblos lejanos, con la ropa que traían puesta y la ilusión a tope. Se instalaron en el suelo, compartieron enchufes, se turnaban para dormir dos horas y seguían programando. Al final del tercer día, cuando presentaron sus proyectos, muchos lloraban de emoción… y nosotros también. Porque esos 160 hackers no eran solo números, eran pibes que nunca habían tenido una oportunidad así y en 72 horas crearon productos reales que quieren seguir desarrollando. Eso, para mí, es lo más bonito que hemos hecho este año.
Fabiola Acarapi, cofundadora de Ethereum Bolivia.
De los 36 proyectos que presentaron, el 34 % fue de finanzas descentralizadas (DeFi). El equipo ganador, Dynexa, creó una dapp que convierte puntos de programas de fidelidad, millas aéreas y gift cards en tokens canjeables por stablecoin.
El segundo lugar, Torito, creó una herramienta sencilla para que cualquier persona cambie sus USDT o USDC a bolivianos sin tener que ir a una esquina peligrosa ni pagar comisiones. De esa manera, los jóvenes de Bolivia dijeron al mundo que ellos también quieren construir el futuro.
Nosotros no enseñamos a tradear ni a hacerse ricos rápido. Enseñamos a construir, a conseguir trabajos remotos que paguen en dólares, a que un chico de barrio pueda mantener a su familia sin tener que migrar. Por eso se imparten los talleres de Solidity, de cómo usar IA para hacer tu primera dApp, de cómo aplicar a becas de Protocol Labs o a empleos en Chainlink.
Freddy Chambi, líder de la comunidad Ethereum, sede Santa Cruz.
Por eso evitan hablar de precios y velas. Hablan de futuro. Y el futuro ya tiene nombre: quieren que Bolivia sea sede de ETH Latam 2026 o 2027. “Si el mundo no sabe lo que estamos haciendo, que venga y lo vea con sus propios ojos”, dijo Acarapi.
USDT, la otra cara de Bolivia
Mientras Fabiola y 160 hackers bolivianos dormían en el suelo de Santa Cruz creando dApps que sueñan con cambiar Bolivia desde arriba, otra realidad golpeaba desde abajo en la calle.
Cuando un periodista del equipo de Natalie Brunell llegó a esa misma ciudad, no vio a jóvenes desarrollando dApps. Lo que vio, en realidad, fueron filas interminables de camiones parados al sol, choferes durmiendo dentro de las cabinas porque el país se había quedado sin dólares para comprar diésel.
En la plaza 24 de Septiembre, frente a la catedral, un señor de gorra y camisa a cuadros le susurró: “Tengo veinte dólares… ¿los quieres a 240?” Eso era dos veces y media el cambio oficial.
Y no era el único. Estaban por todos lados. En el mercado, en la puerta del Burger King, hasta dentro del baño de la terminal. Un ejército silencioso que ya no cambia billetes verdes… cambia esperanza.
En CoperAgro, una empresa agropecuaria que lleva treinta años. Karina, con una sonrisa cansada, le explicó sin drama:
“Antes papá iba al banco y sacaba dólares para los fertilizantes. Ahora el banco dice que no hay. Entonces yo me meto a Binance, compro USDT en pedacitos de 500 o 1.000 dólares, quince veces al mes, y así la empresa sigue viva”, explicó.
Un taxista le cobró el viaje con Meru, escaneó el QR y le dijo: “Mire, patrón, con esto como que tengo dólares de verdad en el bolsillo”. Y en el duty-free del aeropuerto donde los precios ya no están en dólares ni en bolivianos… están en USDT.
Un empresario se lo resumió al periodista en una frase que ella misma pudo haber dicho: “El gobierno se quedó sin dólares… pero nosotros encontramos los nuestros”.
Él refleja la misma esperanza que los jóvenes. Ellos le dan vida a sus sueños en el ETH Ethereum Buildathon. Es la misma ilusión, aunque escrita con diferentes teclas, pero con el mismo corazón latiendo fuerte.
El código naranja se esparce por Bolivia
Bitcoin se convierte en la llama que ilumina caminos que nadie más ve. Mientras Karina en CoperAgro suma transacciones en Binance para no cerrar, Juan Pablo Rojas y Alfredo recorren Bolivia repartiendo conocimiento sobre la moneda creada por Satoshi Nakamoto.
Ambos son fundadores de la comunidad Bitcoin Research. Iniciaron actividades en 2022 y ya han sumado más de 63 comercios que aceptan BTC, desde pizzerías en El Alto hasta el artesanal ArteFlow a orillas del Lago Titicaca. Allí, hace veinte días, celebraron su ‘orange pill‘, el bautizo bitcoiner, con locales que por primera vez cobraron un mate de coca en satoshis.
Juan Pablo lo cuenta con esa voz que parece salida de los Andes, firme pero cálida, como un fuego en la noche: «Vamos a cada rincón porque sabemos que bitcoin no es solo dinero; es soberanía para quien nunca la tuvo».
Y Alfredo, su compañero de ruta, asiente con una sonrisa que esconde batallas ganadas. En un podcast reciente, relató cómo, de un encuentro casual con una persona no vidente, nació su programa estrella: tradujeron el Libro Blanco al braille y armaron talleres donde el tacto reemplaza la pantalla. «Me dijo: ‘Bitcoin es como el internet, dinero que conecta sin pedir permiso’.
Ese señor, en un taller en La Paz, rechazó la mano que le ofrecían para navegar una app: «No puedo depender de un tercero; debo depender de mí solo». Esas palabras se clavaron en ellos como un mantra, y ahora planean lo mismo para sordos: lecciones en lengua de señas, porque la autocustodia no entiende de barreras.
En el Salar de Uyuni, bajo un cielo que parece infinito, Juan Pablo y su equipo «sembraron la semilla» hace semanas, enseñando a guías turísticos a recibir propinas en BTC mientras el viento salado les azota la cara.
Bitcoin Research, respaldada por aliados como Veintiuno.lat, disipa mitos como quien barre el polvo andino: «No es un programa; es un servicio como el internet, abierto a todos». Y en cada taller, en cada comercio que se suma, se teje una red que no para en las discapacidades físicas: llega al corazón de quien solo quiere dormir sabiendo que su futuro no depende de un cajero vacío.
Por eso, cuando Fabiola sueña con ETH Latam en Bolivia y Natalie ve precios en USDT en el duty-free, Juan Pablo y Alfredo caminan el altiplano con un mapa en la mano y el fuego en el pecho. Porque en Bolivia, bitcoin no conquista territorios; conquista almas. Una a una, barrera a barrera, sat a sat. Y al final del día, cuando el sol se hunde en el Titicaca, todos, el hacker con colchoneta, el taxista con Meru, el vendedor con braille, comienzan a respirar un poco más libres, cada uno a su manera.