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Confiar nuestros fondos a terceros trae más riesgos que beneficios.
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Bitcoin es una mejor alternativa a los sistemas de pago centralizados.
Hace varios días, tras finalizar mi jornada laboral, decidí ir a una panadería cerca de donde vivo para comprar algunas cosas para la cena. Algo de pan, queso, una gaseosa grande y un chocolate completaron la lista de artículos que tenía en mente, para entonces sumarme a la fila de personas que esperaban para poder cancelar su compra.
Esos días los servicios de Internet y electricidad estaban excepcionalmente terribles. A pesar de que en este rincón del país no solemos esperar mucho de ellos, la estabilidad del fluido eléctrico y de conexión para la fecha estaban muy por debajo de las bajísimas expectativas que uno puede tener.
Uno a uno, lentamente, los clientes fueron pagando sus compras con tarjetas de débito o crédito, ya que la crisis del efectivo en Venezuela hace que cancelar la más mínima cuenta con billetes requiera, cuando menos, de una travesía bancaria que puede durar varios días.
Cuando finalmente fue mi turno de pagar, el procedimiento fue el acostumbrado al pagar con plástico. Sin embargo, tras esperar por varios minutos la confirmación del pago en el punto de venta, la respuesta del dispositivo fue “Error en comunicación”. La cajera repitió los pasos y volvimos a esperar por el punto de venta, pero esta vez el mensaje de punto de venta fue “Transacción fallida — Saldo insuficiente”. Entonces decidí renunciar al chocolate e intentar pagar nuevamente. Una vez más, la respuesta fue “Error en comunicación”. Por última vez, se repitió el procedimiento de pago, pero ahora volvió a decir que el saldo era insuficiente.
En ese momento, ya apenado con la gente que esperaba detrás de mí para pagar sus compras, decidí volver a casa con las manos vacías y revisar mi cuenta bancaria. En el camino de vuelta, mi mente proyectaba una pizarra en la que sacaba cuentas y trataba de recordar en qué habría gastado ese dinero. Estaba seguro de que tenía suficiente para pagar por lo que tomé.
Al llegar a mi habitación intenté dar un ojo a mi cuenta, pero fue imposible. La plataforma en línea no me daba acceso, probablemente por los problemas de conexión y electricidad que ya mencioné anteriormente, por lo que me fui a la cama con la incertidumbre.
A primera hora del día siguiente revisé mi cuenta bancaria y, para mi sorpresa, las 2 operaciones que se habían mostrado como “Error” el día anterior, habían sido efectuadas. Por lo tanto, obviamente, me quedé sin dinero para pagar por ellas cuando se repetía el procedimiento de pago.
Como no era primera vez que algo así me sucedía, hice lo que había hecho antes, fui a hablar con los dueños del establecimiento o con quien lo administrara. Cuando me sucedió por primera vez había sido en otro lugar, donde uno de sus dueños revisó las entradas de la empresa, notó que habían recibido el pago y, muy amablemente, me dieron un “vale” para comprar cualquier otro producto de la tienda con ese dinero.
Lamentablemente, no ocurrió igual en este caso. La dueña, a quien tuve la suerte de encontrar tras el mostrador, se rehusó hostilmente a confirmar si habían recibido el pago o no y me dijo que era un problema que yo mismo tenía que ir a resolver con el banco.
Dados los problemas de Internet y electricidad en esos días, los intentos de presentar mi caso en el banco no tuvieron éxito. Después de pasar varias horas a la espera de mi turno para hablar con un ejecutivo, en más de una oportunidad, se iba la luz o se quedaban sin sistema. Esto impedía que pudiesen acceder a mi cuenta y averiguar qué había pasado con esas transacciones fallidas.
Cansado de perder mi tiempo, renuncié a ese dinero. Era más lo que perdía por dejar de trabajar en mis intentos por recuperarlo, que lo que valdría ese monto para cuando el banco me lo regresara, si lo hacía, ya que la inflación en Venezuela crece a pasos agigantados minuto a minuto.
Más tarde, reflexionando en las ventajas que ofrece la tecnología de criptoactivos frente a la tecnología financiera tradicional, caí en razón que, con Bitcoin, esto no me hubiese pasado. En caso de que la transacción para pagar mi compra, aquella noche en la panadería, no se hubiese confirmado, era tan simple como esperar un tiempo más y volver a revisarla usando un explorador de bloques desde mi casa o cualquier otro lugar donde lograra conectarme a Internet.
Si la transacción fallaba, simplemente no se haría y, si estaba tardando mucho por cuestiones de espacio en la mempool, con tan solo volver a enviar la misma transacción con una comisión mayor, esta se hubiese efectuado sin mayores contratiempos. Así, en cualquier momento del día, sin necesidad de apartar demasiado tiempo para ello ni depender de terceros, yo mismo hubiese podido cerciorar de primera mano ¿qué pasó con mi dinero?, ¿dónde quedó?, y haber hecho algo al respecto.
Bitcoin, a diferencia de los altamente centralizados servidores que registran las transacciones de los bancos, me deja ver transparentemente qué sucede con cada transacción que envío o recibo. De hecho, es tan transparente, que a veces se podría pensar que es demasiada información al alcance, como el saldo disponible en cualquier dirección Bitcoin o la procedencia detallada de cada satoshi. Por esa razón hay tantos desarrolladores trabajando en mejorar su privacidad, al mismo tiempo que en su escalabilidad.
De eso se trata la descentralización que tanto defiende Satoshi Nakamoto y cada bitcoiner genuino a través de Bitcoin, de permitirnos ser los verdaderos dueños de nuestro dinero, de poder decidir cuánto, cuándo, cómo y a quién enviar un pago, además de tener al alcance la posibilidad de verificar cada operación sin depender de terceros.
No obstante, el no depender de un tercero también nos exige una mayor responsabilidad, ya que no habrá nadie a quién reclamarle si cometemos un error. Enviar fondos a la dirección equivocada o enviar el monto equivocado, extraviar las llaves privadas de nuestros monederos o ponerlas al acceso de cualquier otra persona, no guardar la semilla de recuperación de los monederos en los que tenemos fondos, son algunas de las situaciones en las que no hay vuelta atrás y de las que somos los únicos responsables.
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