Hechos clave:
-
Los misteriosos hackers han robado millones de dólares.
-
Quizás hay alguien que puede detenerlos...
Z palideció a niveles alarmantes y la penumbrosa sala cayó en el más absoluto de los silencios. Todos miraban hacia su computador y el Ãndice que acababa de pulsar Enter. Nadie se atrevió a moverse, apenas si a respirar, hasta que una mujer al fondo, J, se levantó de un salto.
— ¡Recojan todo, ya! ¡Vámonos de aquÃ!
Las otras cinco personas en la habitación reaccionaron al mismo tiempo y saltaron de sus sillas. Cada uno cerró su laptop, la embutió en un bolso y J, que ya habÃa terminado de hacer eso, corrió hacia la máquina fija en una esquina y comenzó a desarmar el CPU.
— ¡Z, eres un idiota! —chilló G, la otra mujer de la sala.
— Le jefa te va a matar. O peor —soltó sombrÃo S.
— ¡Hagan algo útil y recojan la QPC! —ordenó J, aún sumida en su tarea.
Nadie dijo nada más. Z, de hecho, fue el primero en lanzarse a cumplir la orden. Entre él y S alzaron una pequeña caja metálica junto al CPU que deberÃa poder alzar uno solo, pero cuya densidad era demasiado alta para ello.
Desocuparon el alejado galpón en cuestión de minutos. No dejaron mucho atrás que pudiera delatarlos, pero ese error les pasarÃa factura.
**
Mark estaba pensando por lo menos dos veces al dÃa que encontrar ese rastro de los súper-hackers en su propia ciudad era más una maldición para su departamento policial que otra cosa. Ahora todos los ojos estaban puestos en ellos. Kathleen, en cambio, se mostró muy emocionada luego de que acompañase al grupo de inspección al galpón ya vacÃo.
— ¡Es la primera pista decente en meses! ¡Y en nuestra propia ciudad! ¡Cada vez estamos más cerca, Mark!
Él rodó los ojos.
— Ajá… un galpón vacÃo con unos cables sin importancia. Sin huellas dactilares reconocibles.
— No seas pesimista. Encontramos cabellos.
— Y nada en base de datos.
Esta vez fue el turno de la mujer de rodar los ojos.
— Es mejor que nada. Nos guiará hacia algo, ya verás.
Mark la miró escéptico, pero optó por callar.
**
— Verde es encendida, rojo es apagada. ¿¡Qué es tan difÃcil de entender, malditos idiotas!?
T, G, J, S, B y Z se encogieron en sus asientos. Este último mucho más, porque habÃa sido el responsable directo del error… algo que no tardó en salir a rodar.
— ¡Fue culpa de Z! —acusó G— ¡Se bajó a CoinPro con la QPC apagada!
— ¡Lo siento, lo siento! Juraba que estaba encendida. De verdad. Vi un resplandor verde, no sé qué pasó…
— Pasó que ya nos podemos ir olvidando de los bitcoins de CoinPro. Esto lo voy a descontar de tu parte, Z.
Él se limitó a asentir.
— Y el asunto en general ya se está saliendo de madres y no me gusta ni un pelo. Vamos a lanzar el ataque de los 1.000 millones a ODEX y nos retiramos.
— Pero aún podrÃamos hacer tanto con la QPC…
El comentario le valió a B una mirada fulminante.
— La voy a destruir. Ya saben lo que hace, asà que se acabó. Preparen el último ataque para mañana. La próxima semana espero estar en las Islas Caimán con otro pasaporte. Y recuerden cambiar esas criptos antes de que todo se vaya a pique.
Todos regresaron de inmediato al trabajo.
**
ODEX, una de las casas de cambio de criptomonedas más grandes del mundo, acababa de irse a la quiebra, como por arte de magia. Pero no era sólo eso: era el hecho de que se pudieran robar mil millones de dólares directo desde la blockchain de Bitcoin lo que era alarmante. Todas las criptomonedas cayeron a mÃnimos históricos y la industria de la tecnologÃa blockchain se rindió al pánico.
El resto del sector financiero también temblaba. ¿Cuándo serÃa su turno? Tal vez muy pronto, pensaba Mark. Él, tanto como todos sus colegas, estaba con el ánimo por los suelos. No sólo eran las criptomonedas: todo el dinero electrónico estaba peligrando. Una crisis estaba a la vuelta de la esquina.
Kathleen no habÃa ido ese dÃa a la oficina. Se habÃa reportado enferma y él sospechaba que, sencillamente, habÃa cedido al estrés. Demasiado que soportar en muy pocos meses… tendrÃa que ir a verla esa misma tarde.
Alzó la vista del suelo hasta la pantalla de su computador cuando escuchó la alerta de nuevo correo electrónico. Sin prestar mucha atención a que el remitente era anónimo lo abrió, para encontrarse con una carta y un montón de archivos adjuntos que le congelaron hasta el último trozo de la garganta mientras palidecÃa cada vez más.
**
T, G, J, S, B, Z y D estaban muy felices. Documentos arreglados, dinero arreglado, destino arreglado; completa desaparición arreglada. Miles de millones hackeados a distancia, como si tal. No obstante, mientras recogÃan sus últimos rastros, D no sabÃa que B y T planeaban traicionarla para robar la QPC antes de que la destruyera.
Nunca lo sabrÃa, de hecho, porque, de repente, todas las computadoras se encendieron a la vez para mostrar un mensaje en sus correos electrónicos encriptados. El mismo mensaje del mismo remitente, en todas y cada una.
De: satoshi@vistomail.com
Asunto: QPCEso fue muy grosero de su parte. No vuelvan a intentarlo.
Cada uno de los presentes se congeló en su sitio, mirando hacia la pantalla más cercana. Ese correo… ese era el correo que se le habÃa atribuido a Satoshi Nakamoto. No tuvieron mucho tiempo para pensar en ello: de repente, a su izquierda, la QPC empezaba a escupir fuego y sus teléfonos personales comenzaban a sonar.
**
Daniel Reeves habÃa sido un genio adelantado a su época. Quizás por ello no comprendÃa el mundo, ni podÃa conectar realmente con nadie. Estaba solo, atascado en medio de una civilización que era incapaz también de comprenderlo a él.
La única con la que habÃa sido cercano en verdad habÃa sido su única hermana, Kathleen. Aun asÃ, no habÃa sido suficiente. Reeves se habÃa suicidado a principios de año, dos meses antes de que iniciaran los hackeos en masa.
Sin que nadie más que su hermana lo supiera, habÃa dejado atrás un último rastro de brillantez: una computadora cuántica real, adelantada al menos unos treinta años a las actualmente disponibles. La habÃan llamado QPC. Por desgracia, emitÃa una radiación demasiado dañina. Era un desastre medioambiental y un desastre para los que estaban cerca de ella, a quienes absorbÃa unos cuantos años de vida.
Kathleen conocÃa las criptomonedas y, más que eso, era parte de un grupo activista de hackers. ¿Quién hubiera sospechado que sus ambiciones llegarÃan a tanto?
Mark vio a través del cristal como escoltaban a su vieja amiga esposada por todo el pasillo, directo a la sala de interrogatorios. Cerró los ojos con pesar. Apenas el dÃa de ayer muchas comisarÃas y otras autoridades habÃan recibido un mensaje por parte de un remitente anónimo, explicando lo que habÃa hecho el grupo de hackers de Kathleen para robar todo ese dinero. El misterioso remitente les envió fotografÃas, documentos y hasta grabaciones de voz.
El mismo dÃa, un desarrollador anónimo subió a GitHub una propuesta de algoritmo anti-cuántico que solucionarÃa futuros problemas. Ese mismo dÃa, también, hasta el último centavo de los fondos perdidos comenzó a ser devuelto a sus legÃtimos dueños. Todos sospechaban que el responsable de las tres cosas era la misma persona (¿personas?).
¿Quién? ¿Dónde o cómo se enteró? Se figuraban que podrÃa ser uno de los mismos hackers, el cual, arrepentido, los habÃa delatado a todos. O no. Tal vez era alguien más. Tal vez nunca lo sabrÃan, como nunca sabrÃan quién era Satoshi.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.