-
Un nuevo jugador entra en la carrera desde Saturno
-
Ya no habrá más pistas públicas...
“¡Sexta palabra recuperada! ¡Quedan seis! El temporizador se reinicia. Siguiente parada: Los Anillos de Saturno. Siempre me gustó verlos desde la superficie. Número mágico: 0xD9B4BEF9”.
Detenida en medio del pasillo, Itomi desvaneció la pantalla holográfica tras analizar por enésima vez la última pista de Hughes, lanzada a los cielos de Titán hacía dos días. Ahora estaban en Crónida, el territorio libre más grande de Saturno, al norte del planeta. De forma más específica, ocupaban toda un ala en un hostal de Grey Silk Road en Cassidi Peak, la capital. Y, de repente, todos a su alrededor parecían mucho más enfrascados en sus tareas de lo que usualmente estaban.
¿Cómo no estarlo? Su exjefe, Fabius Wayne, acababa de ser asesinado a sangre fría casi que en público por no otorgar los resultados esperados. Nadie quería ser el próximo sacrificio.
Ella, por supuesto, tenía que añadir un factor extra a su tensión personal. Si ese era el destino que le aguardaba a alguien inútil pero leal, ¿qué quedaría para un traidor? No es que no lo supiera de antemano, en realidad. Era sólo que los cazadores no solían utilizar el asesinato como medio para sus fines, a menos que fuera estrictamente necesario. Tenían esa fama bien ganada, sí, pero los cadáveres y las desapariciones ocasionaban preguntas. A los cazadores no les gustaban las preguntas, porque las preguntas eran problemas.
Por eso todos estaban tan inquietos ahora. Nadie se había esperado que esta divertida búsqueda del tesoro se convirtiera en una producción de muertos. De haber testigos o competidores importantes, bastaría un poco de Vino Veritas para extraer la información deseada y luego de Obliver para borrarla. Sus rivales ni se enterarían de lo que les había pasado. Sin preguntas.
En cambio, ahora tenían a uno de los suyos conservado en hielo líquido en Titán. Había que admitir que era un poco drástico… no era ese el trato usual para alguien que no producía beneficios en el Enjambre. Los líderes cazadores se encargaban de sacarle provecho a todo, incluso a los más inútiles. En el caso extremo de que el acusado en verdad no sirviera a ninguno de sus propósitos, Obliver y el abandono le aguardaban. Casi el mismo destino tenían los desertores, sólo que ellos mismos lo escogían.
Sólo a los traidores se les castigaba con la muerte. Quienes vendían información, quienes robaban, quienes trabajaban a favor de sus enemigos…
Ella casi sonrió, pensando en cómo había estado llenando todos los checks en las casillas de aspirante a traidor. Hubo un tiempo en que no se le hubiera pasado siquiera por la cabeza; no por miedo a morir, sino porque era leal. Creía que la anarquía que representaban los cazadores era la respuesta al absolutismo y la corrupción de los “gobiernos libres”. Fue bastante ingenuo de su parte.
Al día de hoy, estaba dispuesta a arriesgar su vida por una oportunidad para salir y comenzar de nuevo. Podría recurrir a la deserción, por supuesto, pero el destino que les aguardaba a los desertores nunca era muy bueno. ¿Por qué la “sociedad civilizada” confiaría en alguien marcado como cazador rojo? Eso en caso de que no pudieran comprobar ninguno de sus crímenes y acabara directo en el Óvalo para el resto de sus días. A los que mejor les iba se convertían en comerciantes de Silk Road, contrabandistas independientes o recolectores. Siempre fuera de las definidas líneas de la civilización limpia y con años de vacío en sus memorias, sin tener la más mínima idea de lo que habían hecho (a quiénes habían conocido) durante ese tiempo. No era precisamente un destino ideal. Arrebatarte los recuerdos era cortarte un trozo de alma.
Por eso, esta sería su mejor opción para iniciar una nueva vida. Con la fortuna de Hughes entre los dedos, desaparecería para siempre del alcance del Enjambre. Quizás iría a Blue Daemon en Andrómeda, que estaba libre de cazadores. Debía enfocarse en eso.
Contaba con una posición privilegiada para lograr su objetivo, pero, a la vez, era la más riesgosa de las posiciones. No podía permitirse ser descubierta hasta no desaparecer con el dinero. Soras le había asignado cazar a Mojave y Daxos, y ella no lo había hecho hasta el momento. A diferencia de Wayne, su aparente inutilidad, al menos en tiempos recientes, había sido totalmente a propósito. Los había encontrado desde hacía rato, pero creyó que podrían serle de utilidad libres. No se había equivocado.
De todas formas, Daxos había ayudado bastante a su farsa cuando se les había escapado bajo las narices en Juren, sin que ninguno de ellos pudiera hacer la más mínima cosa. Como le había dicho a Soras, Mojave era un crío, pero Daxos era más que un profesional. Algo que la aliviaba, porque ahora mucho menos podía permitir que los capturaran. No es que fueran amigos de repente, pero, lo quisieran o no, jugaban para el mismo “bando”. Ambos compartían la quinta palabra y conocimientos importantes sobre los otros, así que, al menos hasta el final de esa carrera, si bien no tendrían que trabajar en equipo, tampoco podían ir abiertamente en contra.
Soras era otro punto en sus pensamientos. En otras circunstancias, tendría problemas internos por la muerte de Wayne. No se eliminaba personal valioso sólo porque sí. Claro que, como estaban las cosas, Wayne no había estado siendo muy valioso que digamos, y Soras se había desecho de él con un propósito específico. Era probable que no le reclamasen mucho desde arriba. Parecían obsesionados con encontrar todas las palabras de Hughes… algo sospechoso por sí mismo. Debía andarse con cuidado.
No obstante, la idea seguía cosquilleándole en la cabeza. Con Soras de su parte, las cosas serían mucho más fáciles. Pero, ¿él lo estaría? ¿Qué le hacía pensar que Soras estaba tan decepcionado del Enjambre como ella?
Alzó la vista del suelo cuando atisbó movimiento enfrente. Del ascensor salió alguien que no esperaba ver en lo absoluto y que logró ponerle expresión solemne y espalda recta de inmediato.
— Señor Fay —saludó cuando el anciano terminó su lento acercamiento y le sonrió.
— Itomi. Tenía un tiempo sin verte.
Ella asintió.
— Hacemos todo lo posible aquí, señor Fay. ¿Puedo preguntar a qué se debe su repentina visita?
— Soy el nuevo criptógrafo del equipo, Itomi.
Ella no pudo más que quedarse muda de asombro. Yong Fay pertenecía al Último Consejo del Enjambre Rojo y acababa de declarar alegremente que venía él mismo a hacer el trabajo de sus subordinados. En definitiva, algo iba muy mal.
El hombre se rió con ligereza.
— No pongas esa cara —soltó divertido, notando el desconcierto que ella no había podido ocultar de ninguna forma—. Esta misión es más importante de lo que parece, Itomi. No te preocupes. Desde ahora tendremos ventaja. ¿Me indicas dónde puedo encontrar a Soras?
Ella parpadeó, obligándose a reaccionar.
— Claro, por supuesto. Sígame.
Dio media vuelta y enfiló pasillo abajo. Había esperado allí al nuevo criptógrafo, de hecho, pero nadie le había advertido de quién se trataba. Se preguntaba si ellos lo sabrían, siquiera.
*
En lugar de irse a fingir que buscaba a Mojave y Daxos, cosa que ya había hecho apenas pisar el planeta, se quedó rondando el hostal para ver qué harían los cazadores con la pista… o, mejor dicho, para ver qué haría Fay con la pista. Él había sido, aún era, un hacker legendario. De pronto, sentía que la puerta que se había abierto para ella volvía a cerrarse con lentitud, pero con firmeza.
— Como el joven Galum les hizo saber, Los Anillos de Saturno es un club legendario en todo Crónida. Fue uno de los establecimientos que sobrevivió a la Guerra Roja —decía en ese momento Fay, reunido con un grupo de nivel cinco que los incluía a Soras y a ella misma—. Por otro lado, el número mágico del que habla puede referirse al número o texto que en programación se utiliza para identificar el formato de un archivo o de un protocolo. Este en específico —presionó en su brazalete para liberar una pantalla holográfica con el último mensaje de Hughes—, 0xD9B4BEF9, debe ser el número mágico de Bitcoin. Como hemos podido ir averiguando, a Hughes le gusta referirse al funcionamiento interno de la moneda en cada una de sus pistas. En caso de que no lo hayan concluido ya, Bitcoin es un software, señores. Nuestra misión es recuperar ese software.
Hubo varios asentimientos silenciosos
— Ya hemos inspeccionado de cabo a rabo el club, señor Fay —anunció Tao—. No encontramos ningún cuadro que coincida con la descripción de Hughes.
— Oh, claro que no. A Hughes le gustaba jugar con las palabras. Copió a propósito las iniciales en mayúscula de Los Anillos de Saturno para que los competidores se dirigieran al club, cuando en realidad deberían dirigirse a los anillos del planeta, literalmente —señaló hacia arriba con gracia, dejando mudos a todos.
Ella fue la primera en reaccionar.
—… ¿De qué está hablando, señor Fay? —se atrevió a intervenir.
Él la miró y sonrió.
— Hughes era listo, pero no más que yo, espero. Hubo una época en que se disparó una fiebre entre los ricos y poderosos por nombrar a algún astro. Una compañía interplanetaria, como un proyecto adicional, se dedicó a comprar lunas sin importancia, cometas y material rocoso para revendérselo a quienes pudieran pagarlo. A los millonarios les encantaba ver sus nombres y el de sus seres queridos en el firmamento. Aquí en Saturno comenzaron a venderse las lunas más pequeñas y el material más grande que conforma los anillos. Hughes compró el trozo de roca más grande del anillo B, pero no lo nombró como él, o como algo reconocible con facilidad.
Ella dirigió la vista hacia el holograma aún abierto a ras de la mesa.
— 0xD9B4BEF9 —recitó—. El número mágico.
— Exacto —confirmó Fay con una sonrisa benevolente—. Sólo tuvimos que revisar este trozo de roca espacial. Hughes dejó allí la sorpresa. Temo que quería otro sacrificio para otra dama aterradora: la oscuridad. El espacio exterior —se encogió de hombros—. Esta vez, sin embargo, evitamos usar a uno de los nuestros —dirigió la vista hacia Soras.
El rubio se mantuvo impasible.
— Era la vía más rápida y Wayne no había presentado más que fallas. No sólo en esta, sino en otras misiones. Además, no hay nadie allí afuera que pregunte por él.
— Razón por la cual sigues sentado aquí. Evitemos que se repita, Soras.
El tono fue suave, incluso amable, pero todos pudieron sentir la amenaza latiendo bajo la superficie. Soras se limitó a asentir.
— Espere —intervino ella de nuevo, tratando de salir de un viscoso desconcierto—, ¿eso quiere decir que ya tiene la palabra, señor Fay?
— Por supuesto, querida. ¿Por qué crees que no llegué desde ayer?
— Pero… ¿el holograma de Hughes? Hasta ahora, tras obtener una nueva palabra, se ha disparado un holograma público para dar la siguiente pista.
— Ya no más. Tenemos ahora en plantilla a un químico atmosférico que se encargará de oscurecer esos molestos hologramas públicos. Nos está esperando en Mercurio. Sólo vine a buscarlos para irnos. Ah, creo que deberían verlo también —manipuló la pantalla holográfica hasta que la pista de Titán dio paso a la de Saturno.
“¡Séptima palabra recuperada! ¡Quedan cinco! El temporizador se reinicia. Siguiente parada: La Araña de Mercurio. ¡Cuidado con las criaturas! ¿Y qué tal si el ransomware interviniera?”.
Una pausa de silenciosa admiración recorrió la sala. Aquello, sin embargo, no era muy sorprendente viniendo de Yong Fay.
— ¡Estupendo, señor Fay, con usted aquí sí que tendremos ventaja! —celebró Tao— Iré a coordinar la salida ahora mismo.
— Yo apoyaré en eso —se apresuró a declarar con una sonrisa falsa.
Una vez fuera y tras ayudar a empacar algo del equipo, se retiró a una esquina desolada del hostal para poder acceder a un canal seguro de comunicación desde su brazalete. Su única oportunidad de abandonar a los cazadores estaba yéndose por el desagüe y no podía permitirlo, aunque para eso tuviera que tragarse su orgullo. Ella no era criptógrafa y, comparada con hackers de verdad, tampoco podía presentar competencia. El trabajo que mejor se le daba era espiar, hacer contactos, saber lo que las calles podían susurrarle.
Necesitaba ayuda. Así que recurrió a los únicos que podía recurrir, enviándoles un mensaje escrito, determinado y revelador.
“Yong Fay está aquí. Tiene la séptima palabra y obvió decírnosla. Oscureció el holograma público con ayuda de un químico y tanto ustedes como yo estamos en el mismo punto muerto ahora. Nos vemos en Mercurio, en La Araña de Caloris. Bar O’Maleys, 5:3”.
Odiaba compartir, pero era mejor que quedarse sin nada.
Capítulo anterior – Parte VI
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Imagen destacada por Vadimsadovski / stock.adobe.com
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.